En 1891 Oscar Wilde publicaba la novela “El retrato de Dorian Gray”. La novela tiene varios niveles de lectura y se puede interpretar al albur del mito fáustico, algo que, sin duda, haremos en esta revista científica digital del Instituto Symposium.

Pero conviene que nos fijemos en varios personajes de la novela, pues funcionan como arquetipos de ese momento histórico, estético y cultural, pero también de giro en la élite.

De momento, en esta primera aproximación a la novela vamos a fijarnos en el personaje de Lord Wotton, que no es ni mucho menos la voz de Oscar Wilde. Más bien es la voz que oye Oscar Wilde en ese contexto histórico.

¿Qué manifiesta la élite británica? El testimonio que recoge Oscar Wilde y que pone en boca del arquetipo, al estilo de Jung, es interesante y muy revelador:

“Las masas sienten que la embriaguez, la estupidez y la inmoralidad debería de ser su patrimonio exclusivo, y si alguno de nosotros hace el idiota nos ven como a cazadores furtivos en su coto. Cuando el pobre Southward tuvo que presentarse ante el Tribunal (…) su indignación fue realmente soberbia. Y sin embargo no creo que el diez por ciento del proletariado viva correctamente”
“Alguien ha dicho que los grandes acontecimientos del mundo se producen en el cerebro. Y es en el cerebro, y sólo en el cerebro, donde se producen los grandes pecados del mundo.”
“Pero las clases medias no son modernas”

De las tres citas podemos distinguir tres ejes fundamentales con respecto a la sociedad:

1/ Desprecio por el proletariado o simplemente las masas

2/ El problema de las clases medias, a las que tildan de “no son modernas”, con lo que no dejan de ser un lastre

3/ Anhelo de una desmaterialización de la sociedad, de una virtualización en la medida de lo posible. Lo bueno o lo malo sólo debería suceder en lo “virtual”, lo “no tangible”, lo “abstracto”

Y habría un cuarto punto, que es el de la eterna juventud/adolescencia y su enfrentamiento con “los mayores”, la sociedad en su conjunto, superar la moral establecida, etcétera, más allá del elemento estético del momento prerrafaelita, que también está presente. No es sin razón que Lord Wotton loe a Dorian Gray en el momento preciso en que su envejecimiento, que no su envilecimiento, se detendrá:

“Usted, Mr. Gray, usted mismo, que aún lleva las rosas rojas de la juventud y las rosas blancas de la infancia…”

Y también relevante es la respuesta del propio Dorian Gray, suerte de nuevo Prometeo, como la “Criatura” del Dr. Frankenstein, heraldo de una nueva era con una nueva hegemonía, y perfecto arquetipo a la forma de Jung de la misma:

“Déjeme pensar. O, mejor dicho, déjeme tratar de no pensar”.

Lo cierto es que ese tipo de pensamientos, que detecta y plasma negro sobre blanco Oscar Wilde en su Dorian Gray en boca del personaje-arquetipo de Lord Wotton, que son una “novedad” en la élite británica anuncian un cambio en la hegemonía global. Estamos en un modelo ya de crisis de hegemonía que ha de conducir a un colapso de la hegemonía y un nuevo bloque de poder. Es fundamental que tengan a su lado el documento sobre Gramsci y la hegemonía y dominación para que puedan relacionar ambas esferas y la forma en que se unen.

Bien, ¿cómo se había llegado a esta situación “novedosa” para Oscar Wilde en el pensar de las élites? ¿Cuál es el papel del intelectual de élite en una transformación profunda del pacto social? ¿Cómo afecta a la hegemonía global y a las relaciones entre clases?

Estas y otras cuestiones pasarán a abordarse en las siguientes líneas. Se establecerá un paralelo con Foucault, del que sostengo que es el nuevo personaje-arquetipo que gira en los mismos ejes a favor de una élite que quiere cambiar las cosas y los repartos dentro de la hegemonía, iniciando el ciclo de crisis de hegemonía en todas sus dimensiones cuando se llega a este punto y avanzando sin remedio hacia el siguiente paso: el colapso de la hegemonía global.

Pero antes conviene que comprendamos perfectamente bien ciertas cosas para percibir las cosas en su correcta magnitud.

La transición de hegemonía del Imperio británico y la ruptura social

Lo cierto es que dada la sinergia que conlleva una expansión productiva y comercial a escala sistémica nos encontramos en un periodo de marcada hegemonía, y estos elementos se han basado en la constitución de bloques sociales formados por unos grupos dominantes y otros subordinados a ellos. Esto ha sido así en todos ellos, desde el de las Provincias Bajas Unidas con Ámsterdam como centro, o el del Imperio británico con Londres como centro de referencia o el norteamericano con el “Empire State” en la visión de George Washington, es decir Nueva York.

El edificio "Empire State". El Estado de Nueva York se conoce como el "Empire State". Se desconoce el origen real del apodo de Nueva York; algunas fuentes dan crédito a George Washington, quien se refirió al estado de Nueva York en diciembre de 1784 como "en la actualidad la sede del Imperio". El apodo decayó en el siglo XIX.

Estamos ante un periodo de pleno auge hegemónico cuando se halla presente la paz social y la expansión de los factores de la producción y el comercio, en un aspecto cada vez más gigantesco y en una tendencia exponencial marcada por Provincias Bajas Unidas, Imperio británico, Estados Unidos.

Cuando entramos en un periodo de transición de hegemonía hacia otra nueva hegemonía entramos en un círculo en el que se llega a desencadenar a partir de cierto de momento una competencia entre los diferentes bloques regionales de poder y entre las corporaciones de dichos bloques, sean del tipo que sean, que marcan el escenario al que se suma un conflicto social en un fuerte ascenso a partir de un determinado instante que viene dado por la ruptura del pacto social descendente de las élites hacia los elementos subordinados, y su alejamiento e incluso estigmatización, que llega a ser muy disfuncional y que genera, para las élites incapaces de hacer lo que deben y competir con buenas iniciativas con otros centros de poder por la hegemonía global, el que se genere un periodo de rebeliones que conducirán con otros elementos al colapso de ciertos entes políticos por la ruptura y estallido de las élites y acabará revolucionando todo el sistema generando la necesidad de buscar un nuevo modelo más grande que el anterior que estabilice en un nuevo pacto social descendente a todo el sistema y cuanto ocupe su esfera.

Y es, precisamente la competencia extrema, a la que estamos ya asistiendo en sus fases preliminares, entre los diferentes grupos de poder regional, a escala global ahora ya, y que apuntan a tres grandes zonas: dólar-landia, euro-landia y yuan-landia, junto con la competencia entre los respectivos colosos corporativos, de lo que hablaremos más abajo.

La financiarización de los procesos por los que el capital se acumula en las fases de transición de hegemonía queda íntimamente asociada a una ruptura de las élites con el resto de la sociedad, una exponencial polarización de la riqueza que ataca en la línea de flotación a la clase media del momento llevando hacia una corrosión del conformismo del que hace gala esta clase y sobre el que en el fondo descansa el orden de la hegemonía mundial. El conflicto social, que es dinamizado y se torna más agresivo en las extintas clases medias, se vuelve en un motor que, en la búsqueda de la defensa de sus privilegios de los que habían disfrutado en bloque social de la hegemonía en fase de transición les hace ser más abierta y crecientemente agresivos.

Este proceso se constata con claridad y con un efecto expansivo desde que las Provincias Bajas Unidas impulsaron el “juego del Estado nación” en sustitución del Imperio y del Papado, y dándose la circunstancia que las expansiones sistémicas que han acometido neerlandeses, británicos y norteamericanos desencadena un socavado de los fundamentos sociales de las hegemonías que se han ido sucediendo, cuyo resultado es el impulso decidido de una transformación del equilibrio de fuerzas de clase, ahora ya a escala global al entrar de pleno China e India, además de una fragmentada, por el momento, Unión Europea.

Así, partiendo desde la fase final de la transición de hegemonía desde las Provincias Bajas Unidas hacia el Imperio británico se puede constatar esta constante social, que viene apoyada por la característica ruptura entre las élites y el conjunto de la sociedad, la hiperfinanciarización, un alejamiento de las fábricas, una presencia de un comercio a larga distancia, una polarización de la riqueza. Hasta el momento presente cada fase final ha manifestado los mismos síntomas sólo que a una escala mayor y con mayor intensidad, como fue el caso desde la hegemonía británica hasta la estadounidense, y ahora que la fase de transición de la hegemonía estadounidense se ha activado con toda su virulencia, irá a más, hasta la siguiente hegemonía.

Otro hecho clave que hay que tener presente es que la transición de la hegemonía neerlandesa a la británica tomó unos ciento cincuenta años; la transición de la británica a la norteamericana tomó unos setenta y cinco años, aunque siguió exactamente el mismo patrón, sólo que más rápido. De modo que también enfrentamos ya hace tiempo síntomas de transición de hegemonía de Estados Unidos y hemos entrado en la fase final, así que si se repite el esquema de mayor profundidad, implicaciones y tamaño… también cabe entender que se “aumenta” la reducción de tiempo.

Hay un elemento que conviene que se subraye, tal y como nos recuerdan Arrighi y Silver (2001, 69), lo que supone el sistema británico, a diferencia del neerlandés, es que no se trata de un sistema mercantil, pues el británico incluye “un sistema integrado de transporte y producción mecanizados que dejaba por margen para la autosuficiencia nacional”.

En este sentido, Marx y Engels nos aportan un testimonio privilegiado de este tiempo, pues cuando escriben el “Manifiesto Comunista”, en 1848, hablando de esa burguesía que empieza a darle “un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países”, tal y como comentamos en este párrafo, añado que disgustando a los “reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas (…) son suplantadas por nuevas industrias (…) que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas (…). En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual”. En pocas palabras, nada se les resiste, derriban todos los obstáculos y, “se forja un mundo a su imagen y semejanza”.

Añaden que la burguesía:

“ha aglomerado a la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización de la vida política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera”[1].

Percibimos pues, cómo a partir de la hegemonía británica tenemos la tendencia de unir espacios, primero nacionales, pues nos movemos en el juego del Estado nación, pero también internacionales, mediante una estructura jurídica, y que sirve de modelo para la unión del mundo. Esta unión se basa en la eliminación de los elementos que garantizan la soberanía, de tal manera que realmente hoy muy pocos países, por no decir que ninguno per se, son “soberanos”, lanzando el embrión del nuevo espacio de poder para la construcción de la hegemonía que sustituyó al Imperio británico, el Estado Continental, y tras éste, la agrupación estratégica de diferentes elementos que garantizan todos los medios para conquistar, asegurar y lanzar la hegemonía regional restando a la global de Estados Unidos, jugando en tal cuestión el impulso cosmopolita neokantiano un rol fundamental.

Todo apunta al inicio de un juego nuevo, superado el Estado nación y el Estado Continental (Rusia o Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y Estados Unidos), que es el hilvanado de los diferentes entes y que lanzan el “Gran Juego” para la creación del gran espacio global que ponga fin de verdad al juego. Al respecto cabe fijarse en los espacios que las transiciones monetarias hacia la digitalización apuntan de este siglo XXI que se están creando y que podríamos llamar: “Dollarland”, con motor en Estados Unidos y la pretensión de usar como palanca el T-MEC o el control de la masa continental de la América del Norte​; el siguiente espacio podría ser “Euroland”, con motor industrial y geopolítico en Alemania-Francia-Italia-España-Países Bajos-Bélgica-Luxemburgo; y, el tercer y último bloque es “Yuanland”, encabezado por China y que usa “One Belt, One Road” o RCEP, o bien sus vínculos con África o América Latina. Más abajo profundizaremos en esta división, pero que sirva este momento para precisar cuál es la auténtica dimensión del nuevo juego al que nos enfrentamos, y que no todos los bloques están en un mismo nivel de formación y cohesión actualmente, pero que cabe pensar que, si no desaparece el euro y la Unión Europea, algo en lo que el bloque anglosajón parece especialmente interesado, cabe pensar en la formación y cohesión del último bloque en la pugna gran regional, que es precisamente “Euroland”.

Movimientos obreros como elemento de estudio en la hegemonía

El recorrido sería tal como sigue, dada la formación de un bloque social hegemónico en un contexto de pacto descendente de élites y junto con la expansión sistémica en el plano productivo y comercial en el mismo corazón de la hegemonía e irradiando desde él, llegaríamos a una fase de crisis de hegemonía que, partiendo de la expansión sistémica nos conduciría a una intensificación de la competencia que conlleva una expansión de la financiación sistémica y la emergencia de nuevos grupos sociales que confluirán en una intensificación de los conflictos sociales. A partir de ese momento entraremos en la fase de colapso de la hegemonía, momento en que el aumento en la intensidad de las luchas entre los diferentes establishments por el poder y la pugna dentro de cada bloque de poder por definir el peso de las diferentes élites y qué tipo de actividades y características serán las predominantes conllevará una segunda lucha por el poder, de carácter interno. Esto empujará en una doble dirección: la desintegración definitiva del antiguo bloque hegemónico y la intensificación de los conflictos sociales. Por último, tendremos la formación de la nueva hegemonía: el establishment que aúne poder financiero con poder industrial creando las condiciones para una expansión de la producción y del comercio y comprenda la lógica que es la clave del dominio y de la hegemonía realmente, consistente en formular un pacto descendente, una suerte de Consenso, que impulse a una gran clase media, primero en su zona de hegemonía, después a escala global, y cuanto más global, mejor, es el auténtico dueño del tablero. Todo lo demás pende de estas relaciones.

Pero veamos cómo funciona.

Tras la aplastante derrota de los movimientos obreros de 1848, y el conjunto de reformas que cimentaron el progreso de los intereses capitalistas, se propiciaron las condiciones por las que la expansión a escala tanto de la producción como del comercio se afirmaron con fuerza en lo que Hobsbawm llama “la era del capital” (1848-1875), siendo tal expansión británica un calco de la neerlandesa, con estabilidad política relativa y paz social, apaciguándose una parte de la turbulencia social y política y que tomaron forma de revoluciones y colapsos de Estados en el mundo atlántico y que esas circunstancias desaparecieron prácticamente a partir de 1848, tal y como había pasado con gran parte del siglo XVII y el establecimiento de la hegemonía neerlandesa.

La base de esta situación social y económica partía y partirá de una riqueza que se generaba dentro de un contexto de expansión de la producción y el comercio, cosa que asegura una paz y entendimiento entre las élites que se traslada en un acuerdo implícito por el que los mayores beneficiarios y los que no están en su situación pero que son la base real del sistema tienen un pacto social descendente. Estos elementos y la paz dentro de la élite englobada dentro de la hegemonía hacen que se produzcan condiciones y medios por los que la expansión continúa y se retroalimenta. En este momento del siglo XIX se ejemplifica en el hecho de que las diferentes burguesías nacionales de los otros Estados aceptan la hegemonía británica y se suman al aparato industrial británico ya sea como proveedores de materias primas o bien como consumidores de bienes de capital, con beneficios para los estratos superiores de las clases trabajadoras, artesanos y granjeros provocando un ensanchamiento de la franja de las clases medias impulsadas por estos elementos.

Tras 1848 y en los países más industrializados de Europa se puede fijar una clara línea divisoria entre la élite artesanal, convertida en respetable, y el populacho, de modo que se amplía con prudencia y sólo para los primeros los derechos políticos y tan sólo para los varones adultos.

Otro elemento interesante fue que el imperialismo generó oportunidades tanto para granjeros como para funcionarios allí hasta donde alcanzó con sus medios para establecerse. Las fortalezas y el sistema aseguraron al Imperio británico el convertirse en un paladín del libre comercio, porque también bloqueaba así el acceso a los futuros competidores, y de paso favoreció una reducción de los impuestos, uno de los caballos de batalla durante la anterior fase de transición de la hegemonía neerlandesa hacia la británica, trasladando una gran parte de los costes financieros y humanos de esa Pax Britannica sobre los pueblos de Asia vía impuestos.

Otro elemento que cabe destacar, según afirma Mann (1997, 693), el hecho de que se dé una financiación regresiva de la guerra propició el factor clave de la politización de clase a partir de 1760, y como consecuencia de la disminución de carga impositiva sobre el consumo: a partir de 1840 se produjo una disminución a la par que se perdió el afán de la politización de la clase obrera, para que, de acuerdo con el momento que fijamos en Wilde (2004) y en el contexto en que se escribe (1890 por entregas en la Lippincott’s Monthly Magazine, y como novela con revisión y ampliación en 1891), el personaje de Lord Henry Wotton representa el momento de la ruptura de la élite con las clases medias y no hablemos ya con el populacho.

Siguiendo a Polanyi en el capítulo 1 de “La Gran Transformación”, podemos fijarnos en que uno de los factores claves para esa paz en el siglo XIX se basó en el equilibro de poder consistente en que por los menos 3 o más entes políticos con hegemonías regionales y un hegemón destacado, el Imperio británico, acompañado de prácticamente un par, el Imperio francés, crearán una pauta de comportamiento por la que se aumentará el poder de la combinación de los débiles siempre y cuando una parte más fuerte aumente de poder. Este equilibrio de poder dista del que propuso la anterior hegemonía, la neerlandesa, en que mientras que con esta no existe un ente político capaz de enfrentar a los otros y situarse en el centro indiscutible en todos los factores de poder imaginables, con el Imperio británico sí que sucede al copar este el centro.

Para lograr sus objetivos en cuanto acaparó los recursos necesarios el Imperio británico se encargó de compensar a los poderes absolutistas o contrarrevolucionarios a través de la Santa Alianza, que asegurase que los cambios de poder en Europa sólo se harían tras la aprobación de las grandes potencias. El equilibrio de las grandes potencias continentales lo equilibró Reino Unido asegurándose la inclusión de Francia, aunque con “dogales”, alineada con potencias de segundo rango cuyo soberanía residía en el Concierto; la segunda parte del equilibrio de poder vino por la formulación de la Santa Alianza de volver al escenario de Europa en el tablero mundial mediante las colonias, para lo que Reino Unido introdujo el principio de no intervención para toda la América Latina y contando con Estados Unidos para que se apoyase esta proposición, inspirando de esta manera a los norteamericanos el principio de la llamada Doctrina Monroe que contaba[2], y cuenta, con el acompañamiento de la Doctrina del Destino Manifiesto[3].

La idea era que, ante un poder fragmentado en Europa continental y en equilibrio, el predominio de Reino Unido y de sus estructuras eran la clave para sostener en el mundo la paz. Para reforzar ese mensaje devolvió parte de las Indias Orientales y Occidentales a Países Bajos y Francia, además de convertir en interés general el comercio a través de los mares, la cartografía y la exploración de todos los océanos[4].

El comercio fue durante una parte del XIX en una proporción del 25% de importaciones y exportaciones para Estados Unidos, y otro 25% para el resto de los países de la Europa continental[5]. Todo ello supuso un abaratamiento de costes domésticos para Reino Unido y generó los medios de pago para que otros países accediesen a las manufacturas británicas, generando cooperación entre Estados y reduciendo la necesidad de los costes de protección. Londres se convirtió, en sustitución de Ámsterdam, en el centro de intercambio e intermediación, esta vez global, cuyo resultado era una fuerte división del trabajo dirigida desde Londres y a escala global. A ello ganaba un hecho que lo diferenciaba y le daba un poder mayor a Londres y al Reino Unido sobre Ámsterdam y las Provincias Bajas Unidas, y es que, a diferencia de este, aquel es un centro de intercambio, intermediación y cuenta con una capacidad industrial, clave para arrostrar el desafío napoleónico, y que de hecho resultó ser ese conflicto clave en lanzarlo como gran centro industrial. Siguiendo a McNeill[6], es la capacidad industrial tan sobresaliente de Reino Unido ante las Guerras Napoleónicas lo que, sumado a otros factores, favorece su victoria, pero que resulta ser excesiva en la época de paz, creando una depresión que abarcará hasta 1820. No obstante, son estas mismas circunstancias las que permitirán encontrar un destino para esos medios y conocimientos acumulados, permitiendo darles rienda suelta a través de infraestructuras básicas como el ferrocarril y los barcos de hierro a vapor creando infraestructuras capaces de unir al mundo, a lo que se sumaría el telégrafo, el teléfono, etcétera[7].

No obstante, a pesar de la expansión sistémica neerlandesa y británica (y ahora norteamericana) en lo que respecta a los factores del comercio y la producción que crearon condiciones para una rentabilidad creciente y una paz social que duró entre una o dos generaciones, a medio plazo se empezó a desatar una intensificación en la lucha por la competencia entre los retadores a la hegemonía que ostentaba el Imperio británico, provocando desplazamientos en paralelo, la rentabilidad pasó de la productividad que generaba rentabilidad y otros factores, y pasaron de hallar su destino en forma de beneficios que se volvían a invertir en profundizar y ampliar ese círculo virtuoso a hallar su nuevo frente en la especulación financiera y en la consecuente polarización social y económica, y transformaron al final del equilibro a escala mundial entre las fuerzas de clase, que llevó a un nuevo ciclo de rebeliones y revoluciones, con lo que la financiarización de la economía no hizo más que ahondar en todos los factores negativos y propiciar realmente las condiciones sobre las que prendió la competencia entre regiones por la nueva hegemonía global a una escala mayor, rompiendo el pacto social dentro de la metrópoli entre clases y fuera de la metrópoli con las colonias.

Esto supuso el lanzamiento de la expansión financiera radicada en Londres y creciente de forma exponencial de la época eduardiana o la belle époque, transformó el equilibro de fuerzas de clase a escala mundial dando lugar a las fuerzas que cuestionarían el orden mundial desde diferentes perspectivas y favoreció su ampliación y fortalecimiento. El creciente conflicto social se apoyó y reforzó de una forma simétrica el conflicto, también creciente, entre los diferentes candidatos para la nueva hegemonía global, lo que supuso el principio del fin del viejo orden mundial, que se dará realmente tras la Guerra del Canal de Suez (1956) y contribuyó a empezar a configurar los diferentes fundamentos sociales del nuevo orden mundial. De la misma manera ahora estamos en una situación idéntica.

El momento en que Wilde escribe su Dorian Gray es por consiguiente un momento de ruptura de la élite con el dinamitado de las clases medias y de hiperfinanciariación creciente que acontece en el marco de la Gran Depresión (1873-1896), que marca el principio del declinar de la hegemonía británica desde la perspectiva tanto de la lucha entre los entes políticos que recogen las diferentes hegemonías y la competencia entre las diferentes corporaciones en las que se genera el campo de batalla corporativo sobre el que se peleará o se esclavizará a otras hegemonías y corporaciones.

Los años anteriores al Dorian Gray de Wilde y los que siguieron en el marco temporal fijado por los años 1880 y 1890 vieron los primeros síntomas de desgaste de las bases sociales. Es este momento de Gran Depresión un momento en que la depresión carga su peso no tanto en los trabajadores, no olvidemos el afán de mantener el orden del Imperio británico, como sobre los capitalistas. De hecho, tal y como prueba Saul (1969, 28-34) los salarios reales todavía crecen y el desempleo da alguna señal de subida, pero mínima. Es el momento en que las élites perciben que este sistema les causa “pérdidas” y que las clases medias deberían empezar a pagar por ello, porque viven demasiado bien, y ellos ya cedieron antes, claro que se olvidan de que ganaron muchísimo dinero con ese sistema, y que ya va siendo hora de que “esos privilegiados” de las clases medias, paguen. De ahí el discurso de Lord Wotton en Wilde.

Este discurso que recoge Wilde de cómo pensaban las élites se empieza a manifestar en los años que siguieron a la publicación del Dorian Gray, ya que en la misma década de 1890 las élites ya han trasladado en casi todas partes el peso de la situación que ellos mismos también han contribuido a crear sobre los hombros de las clases medias utilizando varias estrategias de reestructuración.

Siguiendo a Montgomery (1987, 56-58), la Gran Depresión resultó ser el “ama de cría de la que se amamantó la gestión científica. La colisión entre, por un lado, los denodados esfuerzos llevados a cabo por la patronal y dirigidos a lograr un refuerzo del control sobre el ritmo y forma de trabajo contra los esfuerzos desarrollados por los trabajadores para resistirse a su implementación redundaron en la formación de una brecha que se amplió hasta alcanzar el choque entre clases en lo que al puesto de trabajo se refiere. Hay que sumar que a partir de la última década del siglo XIX la financiarización y la integración vertical y horizontal dadas en las grandes empresas fueron los elementos estructurales para llevar la presión deflacionista sobre los pesos pesados del capitalismo hacia una presión inflacionista que se trasladó en un aumento del coste de la vida cada vez más elevado respecto a los aumentos de los respectivos salarios y entrando en una caída del poder adquisitivo de los trabajadores.

De hecho, Adam Smith había anticipado que debido a la intensificación de las presiones vinculadas a la competencia y que son intrínsecas a cualquier proceso de liberalización comercial se alcanzaría, como efectivamente sucedió en este periodo, un recorte en los beneficios, situación esta que los capitalistas no estaban dispuestos a resignarse. De forma tal que para lograr controlar esta situación debía usarse la concentración horizontal: fusión mediante la asociación o bien la absorción de corporaciones que usasen los mismos inputs en la producción de los mismos outputs para los mismos mercados, cosa que las preparaba para ampliar sus beneficios, pero para eso los gobiernos debían ejercer un papel propiciatorio y organizador.

La siguiente vía era la integración vertical, un medio más indirecto que el horizontal, pero mucho más eficaz. Para ello se fusionan operaciones de una empresa con las de los proveedores y clientes de forma tal que se garanticen los suministros de inputs para la producción tanto desde una perspectiva primaria de la producción, pero también de la demanda de productos obtenidos en el proceso productivo y orientados al consumo final.

El resultado eran corporaciones con varios departamentos que reducían costes de transacción, incertidumbres y riesgos asociados a la transferencia de inputs/outputs durante toda la serie de subprocesos de intercambio y producción dentro del gran proceso productivo que vincula la obtención de inputs primarios con la distribución de outputs finales. Como consecuencia, y siguiendo a Chandler (1993, 7), se produjo un flujo de tesorería más estable y un pago más rápido de los servicios prestados. Tal centralización con ese flujo de tesorería impulsó la inversión para dar lugar a jerarquías de cuadros de alto y medio rango con un alto grado de especialización en el control y regulación de los mercados, procesos de trabajo, etcétera, estableciendo un sistema de doble barrado, por llamarlo de algún modo, en el que la tecnología era una primera barrera, pero, más importante aún que ella resultaba ser la concentración horizontal y vertical.

Este impulso puso en competencia desigual al Reino Unido, Alemania y Estados Unidos. El capitalismo corporativo alemán fue el más raudo y el que más éxito tuvo en esta cuestión presentando un sistema empresarial coherente digno de ser ejemplar desde un punto de vista del capitalismo organizado, siguiendo a Hiferding (2019), impulsada por la organización de la guerra, y la construcción del Estado con el elemento de cimentación y pacto entre las diferentes élites hasta formar el establishment, al converger el elemento agrario con el industrial y usar el poder político para cerrar todo el proceso de la mano del propio Bismarck, tal y como describe con precisión Rosenberg (1943, 58-73), al hilvanar el canciller de hierro la situación ocasionada con la Gran Depresión contemporizando por el otro lado con el desempleo, la agitación socialista, el malestar en las masas con el riesgo de no percibir ventajas en el proceso de unidad de alemana, basándose en la industrialización de la guerra y la acción decidida de los seis grandes bancos que salieron de la gestión y construcción del sistema ferroviario alemán hacia la nacionalización del mismo mediante el traslado de las masas de capital financiero liberado hacia la toma de control integración y reorganización de la industria alemana en un pacto con las más poderosas corporaciones industriales del país, todo ello en Henderson (1976, 177-179). En el otro extremo estaría el sistema corporativo británico que resultó más lento y con menor éxito en la integración vertical y horizontal, mientras que los colosos corporativos estadounidenses se situaban en este periodo en un modelo intermedio pero que comprendió algo fundamental, donde había que concentrar los esfuerzos para vencer era en la integración vertical y por tal razón salieron como claros vencedores, tal y como prueba Chandler (1990).

Cuando finalizó el periodo de la Gran Depresión y por los siguientes veinte años el capitalismo familiar alemán era un componente que se hallaba dentro de la estructura altamente centralizada, que en esa época pasó a ser mediante una integración horizontal, de forma tal que las pequeñas y medianas empresas que sobrevivieron, que no fueron muchas, estaban dentro de las redes del capitalismo corporativo altamente centralizado y relacionado con financieros e industriales.

En Reino Unido no hubo ni muchísimo menos tal movimiento en la concentración vertical y horizontal, aunque a finales del XIX se produjeron fusiones de varias industrias, pero el control familiar se impuso, lejos de la entente entre financieros e industriales de Alemania y que la estaba convirtiendo en un auténtico coloso.

En todo este periodo los obreros reaccionaron con una creciente hostilidad ante la destrucción de la clase media, la nivelación hacia abajo, la inflación y la pérdida de poder adquisitivo, con el paro, etcétera. Igualmente, las condiciones laborales bajaron sus estándares ante estos movimientos del capital internacional destrozando a la clase obrera, y dotando de pleno sentido lo que Marx llama “el ejército industrial de reserva”, pues ahora los industriales y financieros, una vez reestructuraron y se prepararon para la gran competencia en un contexto de Revolución Industrial, con abaratamiento de salarios y muchas menos obligaciones por su parte y muchos menos derechos de los trabajadores, en un contexto de pugna entre los diferentes establishments con capacidad de sustituir al Imperio británico que se hallaba en fase de transición de hegemonía. Esto supone que por Europa y América se extiendan los sindicatos y partidos de clase. Durante los últimos años de la Gran Depresión se relanzó la segunda Internacional, los socialistas crecieron en representación parlamentaria y en afiliación, al igual que los sindicatos, y con ellos la actividad de huelga, algo no visto desde 1848, pero con la diferencia de que ahora no iba a ser fácil de reprimir, ya que el tamaño y el ámbito de la clase obrera se había extendido de una manera notable, con el efecto nivelador hacia abajo y el pacto social convertido en papel mojado.

Esto se manifestó en una clara tendencia que favoreció una unidad de acción y de objetivos entre los distintos niveles de cualificación, con las antiguas élites artesanales totalmente integradas empujadas por las circunstancias, con el caso paradigmático de Francia, donde los obreros de las fábricas y los artesanos pasaron a formar un bloque dotado de conciencia de clase común, a decir de Sewell (2021, 66-70).

Un elemento fundamental viene dado por la organización de las clases inferiores y su profunda solidaridad en la contención y eliminación de la brecha de la desigualdad o la pobreza. Tal y como se ha señalado la fusión de intereses entre los diferentes grados y condiciones de las clases trabajadoras, o recientemente empobrecidas o ya empobrecidas por décadas, resulta fundamental. Al igual que la gran solidaridad manifestada hacia arriba y hacia abajo en este segmento, incluyendo la solidaridad entre hombres y mujeres, en Shefter (2021, 216-219); Gordon, Edwards y Reich (2009, 120-128); y, Montgomery (1980) para el caso de estudio estadounidense al respecto.

Las relaciones se tensan y se rompe definitivamente la sociedad: rebeliones y revoluciones por arriba… y por abajo

La configuración del establishment y de su violencia organizada, ya sea de forma privada como por medio del Estado, así como desde luego la violencia social-laboral se traslada en dos esferas llegados a este momento: una violencia organizada hacia el exterior y que lanza la economía interior configurando un nuevo equilibrio en el establishment; y una violencia hacia el interior, episodio en el que las élites pugnan entre las salientes y las entrantes, con sus respectivos límites y espacios para la nueva hegemonía.

Debido a todo lo visto, es este un periodo de violencia. La primera violencia es la de los revolucionarios que desean romper el pacto social y cargan sobre las partes más bajas, pasando a apuntar hacia las clases medias. Se trata de una combinación en dos ciclos, excepto para el corazón de la hegemonía, en el momento que estamos tratando el Imperio británico que contará con las alianzas de aquellas élites que no participan de su modelo directamente, aunque se benefician de su hegemonía porque les sirve para mantener su statu quo en el momento local, pero a cambio de que las actividades financieras y especulativas del corazón de la hegemonía le interese. Un ejemplo sería España, donde las élites decadentes son pro británicas, el Reino Unido y la Commonwealth saca lo que le interesa de España, desde la minería hasta las actividades energética de “la Canadenca”, donde por cierto también se manifiesta el conflicto en la esfera industrial. Hablo de la huelga impulsada por la CNT que llevó al establecimiento de una jornada de ocho horas en España. Riegos y Fuerzas del Ebro, llamada popularmente en Barcelona como “La Canadenca” (La Canadiense), ya que el accionista mayoritario no era otro que el Canadian Bank of Commerce of Toronto.

El caso de “La Canadenca” es significativo de este momento, pues es un momento de expansión comercial y productiva en España por la neutralidad en la Primera Guerra Mundial, pero que el establishment español fuera del productivo, que es mayoritariamente pro británico y rentista, disfruta de una época de alejamiento de las masas y de imposición de condiciones duras. Esto llevará a la violencia del “pistolerismo” en Barcelona como gran urbe industrial, aunque con una falta de psicología gran industrial. Al respecto cabe mencionar a Bookchin, Murray (1996, 118-121), Meaker (197, 159), Peirats (2012, Capítulo 1). Sobre el origen de la huelga de “La Canadenca” nos volvemos a encontrar una situación muy parecida a la actual, pues antes del estallido social para frenar la ofensiva de los burgueses de Barcelona, estas habían impulsado un proceso en contra unas élites gubernativas y financieras como las que se manifiestan en Madrid y que busca la perenne lucha entre élites en España, razón por la cual no hay una burguesía española, hay burguesías y/o oligarquías depende del núcleo de poder en que se hallen.

En 1919 se presentó por parte de la Mancomunitat de Catalunya un proyecto de Estatuto de autonomía que fue rechazado en el Congreso de los Diputados, lo que llevó a la aparición de Estat Català y la figura de Francesc Macià, que trataron de buscar argumentos desde el federalismo al confederalismo hacia el independentismo. Esto se derivó de una interpretación interesada de los 14 puntos de Wilson, pero también buscó un compromiso de la URSS que no se acabó de materializar, intentaron convencer al fascio, incluso durante la Guerra Civil, para que Italia desembarca en Barcelona hablando Dencàs con Ciano, después de que Dencàs, que controlaba a las juventudes de ERC, con el alzamiento y el control de Barcelona por parte de la CNT, POUM, UGT, PSUC y otras fuerzas obreristas, tuviese que abandonar la ciudad condal, porque lideraba a las juventudes de ERC y de Estat Català llamadas JEREC, de carácter paramilitar, que provenían de unidades similares como las llamadas Escamots (vinculada a Estat Català) y la Guàrdia Cívica de ERC. Se refundieron en las JEREC, una organización también paramilitar. El uniforme de esta época incluía una camisa militar verde, unos pantalones oscuros y unos correajes de cuero, y tenían una estructura jerárquica claramente militarizada. Eran usadas como ariete para reventar huelgas, mítines, reuniones o concentraciones de partidos y sindicatos opuestos de un modo u otro a la visión de la Generalitat, cosa que granjeó el deseo de ajuste de cuentas por parte de los que represaliaba antes del alzamiento.

También intentó Francesc Macià un levantamiento armado llamado “el complot de Prats de Molló” con la finalidad de proclamar la República catalana. Acabó con Estat Català dentro de una populista Esquerra Republicana de Catalunya, haciendo compatible el populismo con el ultranacionalismo, en Payne (2004, 18).

Lo interesante es que tras el episodio de “La Canadenca” y el establecimiento de la jornada de 8 horas no tardó el establishment catalán en impulsar un golpe de Estado de corte protofascista, y de clara inspiración italiana, pues la zona tiene, también hasta el día de hoy, fuertes vínculos con Italia, que también son usados por Italia para influir al contar con una burguesía con una gran psicología, y además para vigilar a un potencial competidor: ¿qué sucedería si se diera un pacto en España entre financieros y productores de todo tipo en un contexto revolucionario burgués que liberase energías y despertara las capacidades de ahora sí una burguesía española con una tierra rica en recursos y sin que financieros y burgueses se pongan trabas entre sí y se vean obligados a replegarse a sus cuarteles de invierno? Es un escenario que a Italia no es que le guste, al igual que otros actores, de ahí también su sombra: es, digámoslo así, algo más que “sentimental”. Hablaremos de ello en el Instituto Symposium, pero sí que merece la pena dejar testimonio aquí. Para todo ello Boyd (1979, 117-141).

La dictadura de Primo de Rivera y sus apoyos entre las fuerzas fácticas de España, se perciben en la eliminación de la oposición política, el control de los sindicatos y hasta su prohibición, la generación de monopolios estatales en industrias y sectores claves y modernos, como Iberia o Telefónica, por citar un par de compañías. La admiración de una determinada burguesía de Barcelona se plasma en la prensa del momento, que va preparando la ascensión desde Barcelona de Miguel Primo de Rivera. Josep Pla, en El Sol del día 4 de noviembre de 1922 escribe unas “Notas de Italia. El hombre del momento Mussolini”. Allí traza una semblanza del país al que admira, Italia, a través de la visión de Mussolini, por el que muestra una admiración y lo señala como de alguien que “parece de tradición intelectual soreliana: Marx, Bergson, Nietzsche”. Resalta un aspecto fundamental Pla en el fascismo: que Mussolini ataca a Marx en cuanto a la lucha de clases, y resalta el sindicalismo fascista, que es “colaboracionismo social”. Retrata otra constante en la imitación de la Roma clásica y que es la teatralidad: “Mussolini gusta de retratarse de manera efectista, y la gente lo ve como un actor trágico”.

Luis Araquistán, también en El Sol, tan sólo un día después del artículo del literato Josep Pla, el 5 de noviembre de 1922, abordaba en el artículo “Analogías. Parlamentarismo y acción directa”, una analogía, tal y como indica en el título, del fascismo italiano, con el “fascismo de Barcelona”, al que tilda de “degenerado trágico paralelo”, con la agitación y los actos del nacionalismo alemán, el nacionalismo irlandés, y los compara con los regímenes parlamentarios. Menciona Luis Araquistán que “el fascismo, en lucha contra la idea de una dictadura comunista, asume una táctica dictatorial y la erige en un principio de recto gobierno. Aunque reconoce que el fascismo italiano ha utilizado los procesos constitucionales, para Mussolini el Parlamento es un juguete”. También destaca el autor que “Los orígenes emotivos del fascismo podrán ser la guerra y el temor a la revolución rusa; pero su ideología política es una reacción contra el parlamentarismo, contra un sistema que, en casi todo el mundo, ha llegado, si no a paralizarse, a ser insuficiente para afrontar y resolver los problemas de la vida moderna, singularmente los relacionados con la producción económica y el reparto de beneficios”.

Concluye Luis Araquistán que:

“También el fascismo de Barcelona, como antes en el sindicalismo, como antes en el anarquismo de Cataluña, está latente la repercusión de la crisis por que pasa el régimen parlamentario español, mucho más aguda en nuestro país que en el resto de Europa”. Para él, la lucha de bandas ideológicas o el pistolerismo entre burgueses y sindicalistas, ante todo anarquistas, “entran muchos factores específicos de la población de [Barcelona] y de la industria catalana, que no ha conseguido elevarse a la organización y a la psicología de la gran industria, y es, por lo tanto, causa importante de la lucha personal entre el capital y el trabajo; pero, por encima de todo, no habría podido aclimatarse allí esas formas sangrientas de acción y reacción si el Estado central, comprendido principalmente en este concepto al Gobierno y al Parlamento, no hubiera demostrado más que (...) su ineptitud para intervenir con inteligencia en los conflictos sociales de Cataluña. De un Estado inepto nace la desesperación de los unos, y, como contragolpe, con el aplauso y el apoyo de los intereses amenazados, el fascismo de los otros”.

La segunda y última conclusión de Luis de Araquistán es que, si no se quiere ni fascismo ni comunismo hay que seguir un “sagaz y just(o) equilibrio”, pero no todos los pueblos tienen la paciencia y el temperamento parlamentario inglés para darle una solución constitucional a los problemas políticos, económicos y de los que de ellos se derivan. Tanto Pla como Araquistán, en Peloille (2006, 81-84).

La argumentación de Araquistán es que, debido a las particularidades de Barcelona y de España, no queda más salida que el fascismo, incluso como vía de crecimiento de la industria para convertirse en gran industria y control del orden social (si coordinamos los artículos de Pla y Araquistán). La concentración de poder alrededor de Primo de Rivera sugiere la proyección del poder exterior de España hacia Marruecos como remedo de la idea de Imperio que en el caso del fascio se aborda sin tapujos. En el caso español la dictadura de Primo de Rivera no alcanzó el alto grado de concentración de poder y de funcionamiento al estilo del fascio italiano, aunque estéticamente en la Exposición Universal de Barcelona de 1929 sí que se notó cierto impacto en cuanto a obras públicas, expansión de la ciudad condal e, incluso, las torres venecianas y la monumentalidad perseguida en el recinto, además de un monumento al espíritu de Roma en pleno centro de la plaza de España (aún presente) reflejan esa “Barcelona del fascismo” de la que habla Araquistán, con sus limitaciones para alcanzar al conjunto de la sociedad española y hacerlo triunfar. De hecho, fue determinante la pérdida de apoyos por parte del nacionalismo catalán, clave en su ascenso, por no sólo el incumplimiento en la descentralización de competencias estatales a favor de la Mancomunitat de Catalunya, a la que acabó por disolver.

También el aumento del sindicalismo que comportó la dictadura en organizaciones empresariales y sectores en los que no se conocía sindicalismo organizado, suponiendo un ascenso a nivel estatal de la UGT en campos como la agricultura y en las pequeñas y medianas empresas de las ciudades; sectores intelectuales se desengañaron de cuanto de regeneracionista esperaban de la labor de la Dictadura. Los grupos sociales y políticos liberales entendieron que no era una solución temporal, sino que buscaba perpetuarse en el poder. Y, por último, la Corona también entendió que, si seguía unida de alguna forma a la Dictadura de Primo de Rivera en esta fase descendente e inminente caída, podría ser arrastrada con él, todo ello en Juliá (1999, 67).

La conexión con el fascismo y la inspiración de la formación del nacionalismo español combativo y fascistizante a partir de Francesc Macià y su proyecto político en Ernesto Giménez Caballero y subsiguientes, además del proceso de convertirlo como propaganda en un tipo de movimiento democrático que no se ajusta al personaje histórico y a sus acciones en Núñez Seixas (1992, 321), y Núñez Seixas, (2001, 108,109). La conexión del fascismo y de la Alemania nazi con el catalanismo en Núñez Seixas (1992, 317-333).

También en el equilibrio internacional. En el periodo de transición de hegemonía ya hemos dicho que los que se hallan en mayor debilidad, sea porque su establishment no está a la altura, sea por hechos sobrevenidos como puede ser perder un conflicto de gran intensidad, también se producen elementos de desestabilización que afectan a los Estados más débiles, como podría ser la Rusia zarista y la revolución que siguió al envió por parte del Segundo Reich alemán a los revolucionarios rusos y que significó pérdida de territorios, guerra civil, etcétera; otro caso sería España, donde los británicos aspiraban a dar un golpe de Estado que restableciese un equilibrio y condiciones que le beneficiara, pero que acabó en Guerra Civil, con múltiples actores de todo tipo; o la caída del Segundo Reich alemán, la República de Weimar y el Tercer Reich, por no hablar de las Guerras balcánicas.

Por esta razón he centrado este apartado en analizar el caso de España, no ya por la proximidad de un público objetivo, también porque ejemplifica todos los elementos concomitantes a una transición de hegemonía.

Se ha mencionado a Pla y las referencias tanto a Sorel como al fascio italiano. Y es que, efectivamente, el episodio, si se estanca en la falta de acuerdo entre financieros y productores por un lado, y de ellos con las masas por el otro, se genera un episodio de “masacre social” que se alarga en el tiempo produciendo la contraparte, que es episodios de rebelión y de revolución por abajo, donde suele hallarse el elemento productivo, pues la competencia entre bloques hegemónicos regionales y la gran competencia con el hegemón en fase final de su transición hegemónica comporta una industrialización que se produce cuando la hora se paga menos y los derechos sociales y laborales están arrastrados por los suelos, con un paro recurrente para mantener esas condiciones lo más posible y aumentar así los beneficios.

Esto, es evidente, genera contestación social. Y no importa que haya drogas y otros elementos que se puede creer que detendrán el estallido social. La realidad es que no es así. En el momento de análisis ya había paro, alcoholismo, juego, prostitución, drogas como el paradigmático opio y otras, que generan una economía en paralelo que no hace más que hundir en la miseria a quien la sufre, pero que paradójicamente es la única tabla de salvación (y de perdición) para cada vez más personas, además de un elemento de lucro para otras, y ante tales condiciones el Estado presenta rasgos policiales-militarizados, como ya hemos tenido ocasión de ver en las dos orillas del Atlántico, por cierto en nuestros días, y se ejerce entonces una presión de corte dictatorial, en la que es de buen tono entre los liberales exigir “mano dura” sobre los de abajo en su reacción.

Es así como se relanzó la Segunda Internacional, se hizo una Tercera Internacional y llegó el comunismo en sus diferentes vertientes. Ante el “fracaso” de la Segunda Internacional aparece Sorel y su propuesta de un sindicalismo de corte más violento y de choque: un sindicalismo revolucionario. El ambiente de transformación y desembarco de los nuevos ejes industriales (y la forma en que actuarán sobre los que ya existen para transformarlos y lanzarlos) genera una suerte de fascinación por el futuro, y en las élites una mezcla de idealismo verde y de exaltación de la naturaleza a la par que una fascinación neo industrial. La juventud y la energía se anteponen a todo, y no tarda en unirse estas corrientes y aparecer el fascismo clásico, que une industrialismo, el elemento verde, las masas en reacción violenta, el ideal de juventud y de ruptura con todo porque no existe la responsabilidad, etcétera. Sobre todo ello hablaremos en esta revista del Instituto Symposium detenidamente.

Ante tal cuestión también reaccionó en esta línea el Segundo Reich alemán, que en 1879 el canciller Bismarck impone la ilegalización del SPD, el Partido Socialdemócrata alemán. Pero también en este contexto Bismarck entiende que se están desperdiciando energías muy útiles para todos, así que hay que cerrar un gran pacto arriba y luego otro de arriba hacia abajo en la sociedad.

Para ello, Bismarck tiene la difícil misión de coser a los diferentes Estados, Estados nacionales por cierto (lo digo por los soberanistas), y a sus respectivas élites, pero mantener a una población que se halla descontenta con paro, condiciones laborales y sociales draconianas, etcétera. Bismarck trabajará en los siguientes ejes:

1/ A escala del Segundo Reich: unir a todos los sectores en un interés común. Es decir, los sectores agropecuarios quedan definidos y protegidos de acuerdo con un interés de formar una élite cohesionada y motivada.

2/ El segundo aspecto viene dado por la nacionalización del ferrocarril. El Estado pasa a asumir el control y ejercerá la planificación económica para crecer y alcanzar los más altos objetivos y garantizar su éxito desde cualquier perspectiva.

3/ Esto deja a los 6 grandes bancos alemanes sin esa parte del pastel. Pero Bismarck les enseña un camino para ganar aún más dinero y proporcionar los elementos de cohesión necesarios…

4/ Y esto incluye a los industriales y a la reorganización de las corporaciones en términos horizontales y verticales, que generan las mejores condiciones para mover esfuerzos, y verse reforzados por el capital alemán y el capital británico en busca de ampliar sus réditos y seguir creciendo de una manera exponencial. Lo que incluye avanzar hacia una industria de defensa a la altura, que distancie la hegemonía norteamericana sobre el continente europeo en este sector, consolidada desde la victoria de los yanquis sobre los confederados y que será el pilar industrial norteamericano de gran alcance y proyección, y más porque en la época de competencia entre poderes estos no dejan de armarse, así que la industria norteamericana armamentística no hace más que crecer e impulsar su visión de un mundo en guerra para su beneficio y alcanzar el poder.

5/ Y la parte clave: las leyes sociales del Segundo Reich. Bismarck comprende que hay que potenciar la formación de una clase media, el factor trabajo requiere que halle un nuevo sentido desde la moral luterana a la época industrial  taylorista, para todo ello se hace necesarios cambios como impuestos progresivos, repartir cotizaciones en tres pilares: trabajador, empresa y Estado… y al final, incorporar a las élites de los trabajadores en el marco político a través del partido de clase y su sindicato[8].

Este elemento fue clave en el ascenso de Alemania a primera potencia, con las dificultades de no contar con una continuidad en las políticas de Bismarck, hallarse entre franceses y rusos, desafiar a los británicos, su propia condición nacionalista luterana que los lleva al choque con los católicos latinos, la deficiencia de mercados a la altura de sus ambiciones y con el nivel de desarrollo y de consumo adecuado, etcétera.

De hecho, serán los británicos en 1942 cuando impulsarán en pleno conflicto y ante la necesidad de mantenerse en la hegemonía el informe Beveridge, mientras que desde Estados Unidos el pacto de Roosevelt con el establishment norteamericano ponía los cimientos en el mundo en competencia para formar el nuevo hegemón a mayor escala que el británico, que fue el norteamericano.

Por el momento lo dejaremos aquí, pues mediante una serie de documentos trabajaremos a fondo este y otros elementos en lo tocante a la hegemonía y su formación. Pero convenía que se tuviera muy claro este momento y sus características para poder pasar a la cuestión planteada del momento liderado por Foucault, que será en el próximo documento.

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NOTAS

[1] Marx y Engels (1997, 15-17)

[2] Aguilar (1968, 23-25).

[3] La relación entre ambas viene dada por McDougall (1998, 74); y, afirma Weinberg (2012, 109) que “el expansionismo de la década de 1840 surgió como un esfuerzo defensivo para prevenir la invasión de Europa en América del Norte".

[4] Los capítulos 3 y 6 de Kennedy (2017) resultan muy clarificadores al respecto.

[5] De acuerdo con Arrighi y Silver (2001, 67), en cita de Barratt-Brown, After Imperialism (1963).

[6] McNeill (2007, 234-236).

[7] Recordemos que la inmediatez en las comunicaciones de información arranca precisamente con la globalización británica, donde las cotizaciones de bolsa, la información sensible de diferente tipo viaja de una punta a otra del mundo en instantes; además, el ferrocarril y los nuevos medios de navegación son más seguros, más baratos y eficientes. Desde entonces, no hemos hecho más que sobreabundar en las mismas ideas. De ahí que si seguimos a Hobsbawm en “La Era del Capital: 1828-1875”, entre mediados de 1840 y mediados de 1870 pasamos de un único país con una red de ferrocarril de las capacidades de la británica a su extensión por varios puntos del globo que hacen que el volumen de mercancías que se mueven a través del mar entre los países de Europa se multiplica como mínimo por cuatro, y el valor de los intercambios entre Reino Unido y el Imperio otomano, América Latina, India y Asia del sur se multiplica por seis. Será precisamente estas circunstancias las que romperán el equilibrio al generar cuotas nuevas que permiten cambiar el juego hegemónico al ganar puntos mientras se restan a Reino Unido en regiones, sectores clave, etcétera, aunque durante un tiempo, las estructuras organizadas por el Imperio británico nadie las desaprovechó y fueron claves.

[8] Sobre estos puntos Bruun (1996); Cole (2020a), Cole (2020b) y (Cole 2021); Gall (2019).