Cuando hablamos en estas líneas de hegemonía y dominación lo hacemos en el sentido adoptado por Gramsci, pues considero que resulta acertado a la hora de abordar los análisis aquí planteados. A partir del pensador italiano se puede concluir que ambos conceptos son más bien “momentos”, que están sujetos a un elemento cultural. El grupo que ejerce el control de la sociedad civil resulta ser el grupo que detenta la hegemonía, a lo que sumará la sociedad política para dominar la estructura de poder estatal, o aquel elemento que utilice políticamente para sus fines, sea Estado nación, ente supraestatal o bien "Imperio". Es preciso partir, en términos de hegemonía, de la suma de los liderazgos intelectual, moral y político, mediante el control de todo aquello que se precise, para construir un relato de “sentido común de un momento” y con ello dominar una voluntad colectiva.

La legitimidad se acrecentará a medida que se introduzcan las masas en todos los procesos, desde el consumo, la política, la producción o la opinión, en virtud de que se materialice, en un grado u otro; a ello, habrá que sumar la promesa de subir peldaños o activar el “ascensor social” de cada “momento”; así como por el hecho de sentirse los gobernados representados en el sistema por la consecución de objetivos vitales básicos, en un primer nivel, y más adelante todos aquellos que surjan de las relaciones establecidas en el medio donde se encuentra la hegemonía y la dominación. De hecho, Sassoon (2020, 235-239) habla de tres tiempos en cuanto a las políticas de masas: ascenso de partidos de masas, sindicatos y los grupos de presión capitalistas; la intervención social del Estado creciente; y, el sufragio universal; definiendo la entente:

1/ Un capitalismo organizado;

2/ Una intervención del Estado; y,

3/ La democracia liberal.

Es decir, que tenemos el punto en que los gobernados aceptarán el dominio de los que gobiernan mediante la cooptación de grupos, la desarticulación de los disidentes y la asunción, ya sea de forma activa o con una aceptación pasiva, mediante la formulación del llamado “sentido común” de cada tiempo. Este concepto surge de una aplicación personal de varias fuentes, como son: Bobbio y Matteucci (2009, 746-748) y su entrada “Hegemonía”, en el Diccionario de Política; siguiendo a Bobbio en Mouffe (2015, 21-47), en el epígrafe “Gramsci and the Conception of Civil Society”; los comentarios de Manuel Sacristán en la obra Antonio Gramsci. Antología. Selección, traducción y notas de Manuel Sacristán (1974), la obra de Antonio Gramsci, Quaderni del carcere: Edizione critica dell’Istituto Gramsci (2014); y, Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno (2017), también de Antonio Gramsci.

En este sentido, cabe resaltar que para Gramsci la supremacía de una clase social no se deriva directamente de su papel predominante en el proceso productivo, sino que ha de construirse laboriosamente en el terreno cultural y político y se manifiesta como dominación o como hegemonía. Cabe recordar aquí, aunque se abordará más adelante en esta revista digital, el proceso que podríamos llamar "revolucionario" de mayo de 1968 y los años posteriores, donde la sociedad francesa y la sociedad occidental se rompen, se produce el desplazamiento del eje en el capital, de lo productivo a lo financiero, estableciéndose un ascenso de nuevas élites, las neoliberales.

Así, para Gramsci la hegemonía requiere de cierta flexibilidad del grupo que se propone como dirigente para incluir a otros sectores de la sociedad, aunque se establecen límites pues

"(...) es indudable que tales sacrificios y tal compromiso no pueden afectar a lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política, no puede dejar de ser también económica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica" (Gramsci, Quaderni V).

Se hace interesante, en este momento la comparación, y una correcta lectura de este texto de Marx y Engels:

"Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. (...) por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ellos; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas que regulen la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la época." (Marx y Engels, en "La ideología alemana" páginas 50 y 51).

Agnew (2003, 1-2) lo traslada en términos de hegemonía geopolítica y la define como la forma en que los otros se adhieren a la forma en que un agente despliega su poder mediante la convicción, la seducción y la coerción, de forma tal que acaben haciendo lo que uno desea, aunque nunca se complete, en este sentido de una forma absoluta, y a menudo otros agentes traten de resistirse a dicha forma de expresar la hegemonía. Es lo que Joseph Nye definió como poder blando en sus dos libros: Bound to Lead: The Changing Nature of American Power (1990), donde lo esboza, para luego desarrollar la idea en Soft Power: The Means to Success in World Politics (2004), particularmente en este último Nye habla de “Smart Power”, y al respecto Suzanne Nossel lo aplica a Estados Unidos y tiene que ver con “reclutar a otros en nombre de Estados Unidos” (ver el siguiente enlace). Es decir, parafraseando al general francés Hubert Lyautey, “gagner les coeurs et les esprits”. De ahí que Gramsci en el Cuaderno III hable de la necesidad del ente que estructura el poder reuniendo las esferas de la sociedad política y de la sociedad civil como “hegemonía reforzada de coerción” o lo que también llama dominio o dominación, de tal manera que la hegemonía se expresa de ambas maneras:

El criterio metodológico en el que hay que basar el examen es éste: que la supremacía de un grupo social se manifiesta de dos maneras, como "dominación" y como "liderazgo intelectual y moral". Un grupo social es dominante sobre los grupos adversarios a los que tiende a "liquidar" o someter incluso con la fuerza armada, y es el líder de los grupos afines y aliados. Antonio Gramsci, Quaderni del carcere.

Añade Gramsci en el Cuaderno V la síntesis de que cuando estamos ante un régimen hegemónico este se comporta detentando dicha hegemonía en lo que respecta a grupos, podría añadir “sea cual sea la naturaleza de este grupo”, aliados o en una relación de subordinación; pero, a su vez, el que ostenta la hegemonía es dominante en lo que se refiere a los subalternos.

Hay que señalar un elemento que hemos visto marcado en las líneas inmediatamente superiores por Gramsci y por Agnew. Cuando hablamos de política internacional, y aplicado a lo observado en la lucha por la hegemonía, percibimos una tendencia a la observación e imitación de los modelos de éxito por los competidores. Así, los ingleses observaron y buscaron los medios de hegemonía de, entre otros, los neerlandeses; los norteamericanos se han fijado, ante todo, en los ingleses y en el Imperio británico, por supuesto, con otros elementos o grupos hegemónicos manifestados en las pugnas por dicha hegemonía. De donde se comprueba que el elemento político donde se reúne la hegemonía de un momento se convierte en objeto de imitación por parte de otros, provocando un aura de prestigio, tal y como se trasluce, por ejemplo, en Modelski (1987) y, como comprobamos, de poder por parte del ente político dominante, según Taylor (1996). No obstante, a medida que uno o varios competidores logren reunir los elementos necesarios para empezar a irradiar una influencia tendente hacia la hegemonía, primero regional, después en dos o más escenarios, y por último, incluso global, con lo que desplazaría al hegemón de un momento concreto, que habría vivido una pérdida de hegemonía en detrimento de los agentes regionales y agente global que lo acabe por desplazar de su posición de influencia, en Gilpin (2008).

Para que determinados grupos dominantes en una cierta estructura política construyan un interés sistémico global con capacidades de atracción suficientes en un contexto de definición hegemónica es preciso que en su organización política base hayan sido capaces de dirigir al sistema hacia un interés manifiesto en la cooperación entre entes políticos, además de que la división del trabajo permita a las unidades liberarse de “la tiranía de las pequeñas decisiones”, en palabras de Waltz (2010, 108-109), el concepto parte del ensayo de Alfred E. Kahn, “The Tyranny of Small Decisions” (1966). Esto se traslada al campo que estamos tratando en el hecho de lograr superar la fase en que los Estados, compuestos por sus hegemonías, cada vez más relativas, se empeñan en perseguir de forma individual, a menudo contra otros Estados, sus intereses nacionales, postergando los problemas que exigen soluciones del conjunto del sistema, y por ende, a escala de hegemonía, variando dicha escala. Más adelante recuperaremos este concepto en forma de artículo para esta revista digital.

Adicionalmente, las soluciones de tipo sistémico que proponga la potencia hegemónica, o que aspire a serlo, han de resultar verdaderamente efectivas, de forma tal que entre todos los grupos dominantes que buscan la hegemonía se acepte un gobierno sistémico sin fisuras.

Siguiendo a Giovanni Arrighi y a Beverly J. Silver (2001), podemos seguir este proceso, sólo que a escala cada vez mayor en sus objetivos y sujetos participantes en el caso de Países Bajos Unidos, Reino Unido y Estados Unidos. El esquema es el siguiente: se detenta la Hegemonía, que parte de una reorganización sistémica realizada por el ente político hegemónico, que a su vez supone la emulación de dicho ente, siendo la suma de ambos factores la clave de la expansión sistémica. Al no controlar todos los resortes políticos, militares, sociales, laborales, culturales, etcétera, entonces entramos en la fase de Transición de Hegemonía, donde hallaremos rivalidades entre los entes políticos constituidos por las diferentes hegemonías que los han forjado, suponiendo una competencia entre empresas, esto viene acompañado por una nueva configuración del poder; esta subfase dentro de la Transición de Hegemonía es la llamada Crisis de Hegemonía. La siguiente subfase y última en la Transición de Hegemonía es la del Colapso de la Hegemonía, donde hallamos el caos sistémico y una centralización de los recursos sistémicos, que supondría una lucha por alcanzar una nueva hegemonía, la cual nos llevará a formular una Nueva Hegemonía compuesta, como decíamos al principio de este esquema, por una reorganización sistémica efectuada por el ente político hegemónico y una emulación del nuevo ente político hegemónico, y con una concentración de recursos de todo tipo mayor que la anterior vez que empezó el ciclo.

El bloque histórico gramsciano...

Un bloque histórico es de acuerdo con Gramsci (Quaderni, III), la unificación del contenido estructural material y la forma ético política, pero dicha unión no se produce, ni debe esperarse que se produzca, de una forma espontánea o bien lineal. Más bien se debida a un proceso que implica una forma mediada y contradictoria. Así, Sasson (2020) hace hincapié en lo importante que es ver la construcción del bloque histórico como un fenómeno en clave constante y que presenta una marcada disputa, de carácter permanente en el proceso. Si se sitúa en tal tensión constitutiva permanente, es decir, en el antagonismo, el concepto permite emprender un análisis de las mediaciones concretas, de carácter ideológico y político, que crean consenso entre los subordinados de un statu quo histórico, que reúne estructura y superestructura en una visión del mundo generalizada (Sallamini, 1981: 129). Es así como percibimos “la naturaleza compleja y contradictoria de la producción de consenso y los obstáculos y oportunidades en la construcción de disenso” (Sasson, 2020).

El “bloque histórico” por consiguiente, resulta ser la construcción de un sistema hegemónico que impondrá una visión del mundo correspondiente a la dirección de la clase social que resulta ser fundamental en el plano económico, sea esta financiero o productivo, o bien sea que estemos hablando de un clase global que crean un espacio político para tal finalidad.

Y el bloque intelectual

Lo que Gramsci llama "bloque intelectual" es la serie de sujetos que deberán aportar las bases de una cimentación del bloque histórico en el plano de la cultura y de la ideología y que ha de pasar por una articulación del resto de intelectuales alrededor de sí, y la desarticulación de los disidentes, descabezando de esta forma las fuerzas que puedan desafiar el bloque histórico. Retomando el ejemplo propuesto anteriormente, y que trataré con suma atención, el ejemplo sería la figura de Foucault en la construcción del bloque intelectual, que dejó fuera a otras figuras como Sartre.

En palabras de Gramsci, estaremos ante esta situación cuando los que forman el bloque intelectual

"ejercen un poder tal de atracción que termina, en último análisis, por subordinar a los intelectuales de otros grupos sociales, y en consecuencia por crear un sistema de solidaridad entre todos los intelectuales con vínculos de orden psicológico (vanidad, etcétera) y frecuentemente de [tipo] técnico-jurídicos, corporativos, etcétera. Quaderni V.

Bellamy (1987, 135) concluye sobre el particular que "Los intelectuales tradicionales se representan a sí mismos como autónomos e independientes de los grupos sociales", es decir como un grupo social completo como tal, y en el fondo, articulados en el bloque histórico.

¿Cómo se construye la hegemonía?

Pues fundamentalmente por dos medios:

a) Revolución pasiva

b) Hegemonía expansiva

La revolución pasiva se percibe como predominante cuando se aborda una restauración mediante el uso de la fuerza hegemónica en crisis, que pasa a asumir parte de lo que los subordinados demandan en forma restringida, mientras que la otra parte se decanta por aislarlo, y trabaja en la cooptación de los intelectuales para separarlos de su medio político y social, cuyo objetivo último no es otro que la construcción de un consenso pasivo que se encargue de neutralizar y dispersar las fuerzas políticas que se opongan. Ya que hay una falta de iniciativa en las clases subalternas, será el Estado el que pasará a apropiarse de sus reivindicaciones y pasará a desarrollarlas de una forma parcial, con lo que el grupo dominante quedará sustituido transitoriamente, ya que el Estado absorbe y domina a la sociedad civil, que no puede erigir una hegemonía que refunda los cimientos, quedando de este modo sujeta a la fragilidad y crisis potenciales. (Torfing, 2009: 111-112; Mouffe, 2015: 182; y, Buci-Glucksman 1978: 208-209).

Para Gramsci, la revolución pasiva o "transformismo" es la estrategia defensiva de la burguesía en tiempos de crisis, mientras que la hegemonía expansiva sólo puede pertenecer al proletariado, porque según él es la única fuerza social cuyos intereses particulares coinciden con el fin de toda forma de explotación (Mouffe, 2015: 183).

Torfing (2009: 112) demuestra, empleando los ejemplos de Margaret Thatcher en Inglaterra y Bill Clinton en Estados Unidos, cómo la “revolución pasiva” y la “hegemonía expansiva” son dos operaciones que corresponden a momentos de restauración y ofensiva respectivamente, y que pueden y de hecho han sido empleados indistintamente por diferentes fuerzas políticas, algunas sin una identidad de clase explícita. Torfing señala que tanto la revolución pasiva como la hegemonía expansiva tienen elementos de cambio y elementos de restauración o integración de lo existente. Lo que las distingue realmente es cuál es la operación que prima en cada una de las dos.

La “hegemonía expansiva”, que para Sassoon (2020) es calificada de “antipasiva”, suele tener un carácter de Revolución. Interpretada en clave ofensiva, es una operación de generación de un consenso activo que moviliza a las masas para transformar el orden existente. Estamos ante la agrupación de diferentes demandas en un solo proyecto que las satisfaga o bien que amortigüe las contradicciones entre ellas, generando de tal manera, una suerte de nueva voluntad colectiva (Mouffe, 2015).

En todo ello es clave comprender que es en la sociedad civil donde se produce la esfera de la lucha por la hegemonía, y que de allí se pasará a la dominación, mediante el uso del poder de la forma estatal que encuadra a las diferentes fuerzas que deciden presentar un proyecto de dominación mediante los instrumentos políticos en un espacio concreto, sea, de acuerdo con la interpretación aquí defendida por mí, un Estado o un ente superior al Estado nación o al Estado Continental, caso de lo que estamos presenciando en estos momentos con China, o en lo que está apuntando en estos momentos Global Britain, pues tan sólo Reino Unido y China se comportan como agentes globales, y de hecho pugnan por los recursos en planteamientos globales, hasta el momento, en un contexto de Revolución Industrial 4.0 naciente y con una transformación disruptiva en el horizonte que habla de una revolución en la concepción política y en la forma de encarar discursos para definir el bloque intelectual y el bloque histórico.

Bibliografía

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