En rueda de prensa en Roma del Primer Ministro italiano, Mario Draghi, y el Canciller alemán, Olaf Scholz, se anunció que ambos gobiernos trabajarán en un plan de acción Italia-Alemania.

Tal punto es, junto a la alianza establecida entre España y Alemania para la reforma fiscal en el seno de la Unión Europea, vienen a ser la respuesta al Tratado del Quirinal con Francia. El objetivo declarado de Draghi es estructurar mejor las relaciones entre Italia y los dos socios más importantes de la Unión Europea. Pero la forma en que se persigue este objetivo puede marcar toda la diferencia del mundo.

A estas alturas ya todo el mundo admite que las reglas fiscales europeas son estúpidas. Prácticamente todos los gobiernos de la Unión Europea están de acuerdo en reformarlas de inmediato. Esa, junto con la respuesta del BCE a las presiones inflacionarias, es la clave de la política económica de los próximos tiempos. España se aliará con Alemania en esa reforma del Pacto de Estabilidad y evitar de este modo, desde la perspectiva del ejecutivo español, que el eje franco-italiano que han forjado Emmanuel Macron y Mario Draghi, y centrarlo en un vector socialdemócrata. La ideología parece que vuelve y pesa, y el eje tan insistido en el plano neoliberal en los últimos tiempos parece que obliga a los socialdemócratas a buscarse (¿y a encontrarse?), a eso hay que añadir la sintonía en lo personal entre Olaf Scholz y Pedro Sánchez que está resultando pesar más que el magisterio de un tecnócrata italiano que se mueve en la línea de un desplazamiento socialdemócrata, que sería el caso de Draghi, pero no sólo de Mario Draghi pues el Partido Laborista británico y el ala a favor de la socialdemocracia laborista dentro del Partido Conservador británico han recibido el respaldo de la patronal británica, y los arrebatos de un socioliberal francés en fase de mutación permanente en la búsqueda del poder desde diferentes vectores, que es el caso de Emmanuel Macron.

Este es el eje privilegiado que se sitúa por encima del hecho de que al cabo Francia e Italia comparten problemas económicos con España.

El argumentario del Gobierno de España se estructura en tres principios fundamentales:

1/ La celeridad, porque España quiere que la reforma llegue cuanto antes: no tiene sentido aplicar unas reglas que han quedado obsoletas cuando muchos países tienen deudas públicas por encima del 100% del PIB y nunca las van a cumplir. Es imprescindible reformar ya el Pacto o al menos lograr una transición ordenada aplicando cláusulas de máxima flexibilidad. Hay que evitar la repetición de errores del pasado.

2/El consenso, porque España evitará unirse al eje franco-italiano con el objetivo declarado de evitar los frentes, ya que con la Gran Recesión estalló una guerra de baja intensidad Norte-Sur, y si queremos que esto funcione hay que evitar un grado de división tan llamativo. De ahí el intento de sumar a Países Bajos para incorporar a alguno de los mal llamados frugales al bloque de países que capitaneará esa reforma.

3/ La ambición de la reforma depende de Alemania, de que el nuevo tripartito concrete su visión europea, lo que supone a priori sortear esta vez la alianza natural de España, la de Francia e Italia. Pero tiene sus riesgos. La Alemania de Merkel protagonizó un liderazgo cicatero y casi indeseado, totalmente remisa a jugar el papel hegemónico, con una visión moralista que a la postre obedecía a sus dos grandes obsesiones: cuadrar las cuentas y aumentar el superávit comercial. Eso cristalizó en meros apaños para ir tirando.

Toda la zona euro está en fibrilación. El nuevo canciller, Olaf Scholz, tendrá que mantener unida una coalición muy heterogénea. Alemania tendrá dificultades para gobernarse a sí misma (salvo que les diera de golpe por verlo todo claro, y voten juntos y expliquen a sus respectivos electorados la realidad que Merkel ha optado por no afrontar, los 4 partidos implicados: SPD, CDU, Verdes, Liberales... e incluso, Die Linke o el partido que les sustituya). Y dado que hasta ahora ha sido la referencia de último recurso en el ámbito europeo, se reforzará la tendencia de que aquí cada uno por sí mismo y ninguno para todos, con el debido respeto a las Eurocracias de Bruselas, hasta que todo salte por los aires.

No queda mucho más que dinero para mantener unida a la Unión Europea. Y así como Estados Unidos tiene la cabeza en otra parte: America First (y cada vez más America First con Trump, con Biden y con el que siga a Biden), y después China. Si la futura política fiscal de la eurozona está en el tono contrario a la actual, los fantasmas exorcizados por la canciller saliente, maestra exhausta del aplazamiento, eventualmente se materializarán.

Alemania se encuentra en una encrucijada, al igual que Europa, y ya no hay más tiempo para continuar con fantasías diletantes y aniquilando a nuestras sociedades. ¿Volverá conscientemente a la historia Alemania (y Europa con ella) o seguirá viéndose a sí misma como una "Gran Suiza" vistiendo sus propios intereses nacionales únicos con colores europeos pálidos mandando a la mierda al Sur por sus intereses y por el pacto entre élites que mencionaba más arriba? Este es el nudo que Angela Merkel no quiso desatar, prefiriendo paralizar, manipular, incluso mediar consigo misma. Como observó el ministro de Asuntos Exteriores, el socialdemócrata Heiko Maas, con Merkel, la sociedad alemana "estaba en un coma de habla despierta", convencida de que "todo se daba por sentado: seguridad, bienestar, nada de qué preocuparse".

Mientras tanto, Italia ha firmado un tratado con París y está trabajando en un plan de acción con Berlín. Los franceses necesitan a los italianos para suavizar la austeridad fiscal impuesta por los alemanes; los alemanes necesitan a los italianos para suavizar la idea francesa de llevar a Italia a su esfera de influencia, es decir, utilizar los recursos de Italia para sus propios fines, algunos de los cuales son en interés de Italia y otros simplemente no. Volverse a Alemania es no ser el peón de Francia... y esto es algo que Macron y Francia deberán comprender, al igual que Alemania, Polonia, España, Países Bajos, Suecia, etcétera: o hay una conjunción de intereses en forma de concentración vertical y horizontal de corporaciones, de tal manera que todo queda trascendido en el gran espacio, como ha hecho China, Estados Unidos o India, o de lo contrario Europa y cada una de sus partes estamos perdidos.

Roma trabaja para elevar su propio rango construyendo un triángulo. No será exclusivo, ya que Polonia aspira a una construcción triangular similar con Francia y Alemania, y sin duda seríamos el eslabón débil. Pero eso no quiere decir que sea un camino que no se deba seguir. Italia cuenta con recursos que son esenciales para las otras dos partes, por la posición geográfica, centralidad en las rutas migratorias, fabricación, ciertas tecnologías de vanguardia, etc. Esto sólo puede hacerse mediante el encuentro-contraste con los poderes de referencia, no de forma aislada y ni siquiera mediante la mera participación en las estructuras comunitarias.

Al respecto, Polonia también trabaja en su geopolítica en esta dirección realmente, se produzca un cambio de gobierno o no, que no cabe descartar para nada el cambio de gobierno en Polonia. La cuestión es, ¿es consciente España de su falta de encaje entre las nuevas élites que ya están llegando? Más allá de defender a capa y espada un mundo que nos ha arruinado como país en el devenir histórico, va siendo hora de que España emprenda reformas de calado en el campo de la administración, debemos abandonar un modelo que se centra en la restauración y el turismo a favor de un modelo que gestione de una forma responsable y socialmente justa los recursos añadiendo una economía moderna y tecnológica y sostenible. No se trata de que no haya turismo y restauración: se trata de que también esos sectores se adecúen a este nuevo mundo y genere puestos de trabajo estables por la simple cuestión de que no haya un exceso de oferta para tan poca demanda (y cada vez más menguante, por la falta de estabilidad, de salarios justos fruto de unos errores acumulados históricamente en España con unas élites tradicionalmente rentistas). Es fácil de entender: si se genera un modelo económico que produzca puestos de trabajo estables, con salarios justos y dignos el poder de España crecerá, las empresas que son los buques insignias ganarán más peso en la formación de las nuevas élites, los trabajadores tendrán el dinero suficiente como para hacer uso de la restauración, el comercio y el turismo, al igual que nuestro contexto, de tal forma que dichos sectores tendrán la posibilidad de afrontar una reforma que los acerque a las necesidades y a la calidad que se exige cada vez más (y competimos contra Francia e Italia, o la misma Alemania, el Mediterráneo, etcétera con auténticos colosos culturales que saben moverse correctamente), de forma tal que podremos ajustar oferta y demanda y con ello asegurar que las personas que trabajen en esos sectores cuenten también con buenos salarios, buenas cotizaciones que han de mejorar unas arcas públicas con retos de transformación tecnológica y de todo tipo muy complejos, además de retos sanitarios y de salud pública de unas dimensiones no vistas no ya por una pandemia que parece de momento no tener fin, también que está empeorando... y estamos avisados que hay otros patógenos que pueden golpearnos hasta peor que la aparición de este nuevo coronavirus. Independientemente de esto, los enfermos crónicos y otro tipo de enfermos que no se han podido tratar bien, el impacto que el coronavirus tiene sobre la formación de profesionales, algo de lo que ya veníamos resintiéndonos por el modelo neoliberal en Occidente desde hace tiempo y que no ha hecho más que abrir aún más brecha para empeorar su calidad, y las consecuencias para la salud mental que desde diferentes perspectivas está trayendo aparejadas esta situación tan compleja nos insta a lograr más ingresos y de mejor calidad, a cambiar el rumbo económico, y la transición de hegemonía de Estados Unidos empuja hacia una regionalización de grandes espacios en extrema competencia entre sí.

Sobre las posibilidades concretas del plan de acción Italia-Alemania, Scholz está en contra de la exención propuesta por los franceses e italianos de las normas fiscales para los planes de inversión en sectores estratégicos: era de esperar. Su intención es reformar las normas presupuestarias, pero para hacerlas más claras y transparentes, no para anularlas porque no funcionan, como dice Roma. Draghi pidió la integración con la fabricación alemana en microelectrónica y baterías eléctricas: esto profundizaría la dependencia de la esfera geoeconómica alemana, que salvó de la quiebra a Italia. Draghi también pidió que se pensase en los que sufren al planificar la transición energética: es la conciencia de que la receta alemana es insostenible para la industria de Italia.

Distancias que son difíciles de salvar, sobre todo si Italia se queda sola. E incluso la asociación con París puede no ser suficiente para romper el bloqueo alemán... con lo que al final volvemos a lo que ya hemos defendido muchas veces desde el Instituto Symposium: es una cuestión de Europa. De Europa y no de Alemania o Italia o bien Francia. Es de Europa, lo que incluye a España, Portugal, Grecia, Polonia, Hungría, etcétera. Hay que trabajar en esa línea. Es la formación del nuevo espacio de poder: el Estado-nación ha quedado atrás como la forma de sostener una soberanía totalmente imposible de defender para Estados Unidos o para China per se, cosa que va a obligar a formar nuevos pactos entre nuevas élites y a formar nuevos "pueblos" que puedan definir y mantener la soberanía ante unos terceros que son unos auténticos colosos en todas las dimensiones, capacidades y además, autosuficientes y con capacidades de avasallar a terceros. No se trata de construir triángulos: se trata de construir el polígono europeo plenamente equipado y capaz de defenderse del polígono norteamericano (AUKUS), del polígono de China y del polígono de India en el futuro. Esto es lo que hay.

Para más información recomendamos la lectura extensa del siguiente Trazo de Kalamos.