El presente artículo pretende realizar una introducción a la llamada “Peste de Justiniano” o “Plaga Justiniana” y para ello se ha contado con fuentes de diversa índole, unas de medicina contemporánea y otras fuentes clásicas, coetáneas a los hechos ocurridos durante el siglo VI d.C que si bien deben de cogerse siempre con reservas, nos ayudan por lo menos a interpretar de una forma más cercana como los habitantes del Imperio Romano de Oriente tuvieron que sentir estos acontecimientos. La historia demuestra que hay eventos que escapan totalmente fuera del control de los seres humanos, el caso que tratamos fue sin duda alguna uno de los hechos causantes no tanto de un fracaso de la “Renovatio Imperii” justiniana, sino que al igual que el cambio climático ocurrido por esas mismas fechas, que los climatólogos e historiadores llaman la “Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía”[1]fueron determinantes a la hora de que el Imperio contase con unos recursos u otros, estando en gran medida detrás de la decadencia y los graves problemas que sufriría el imperio a partir de entonces que no sólo debería atribuirse a un despilfarro de las arcas del estado romano por el esfuerzo de recuperar las provincias occidentales ni meramente a la gestión del Imperio por parte de Justiniano. Precisamente mi interés en la plaga justiniana viene motivado por esto mismo, así como un hecho más contemporáneo a nosotros como es la pandemia que estamos viviendo con la llamada Covid-19.

Breve introducción a Justiniano y su Imperio.

Se suele datar el año 542 d.C como el inicio de la que sería conocida como “Peste de Justiniano”[2], por coincidir la expansión de la misma con el reinado del Emperador Romano, Justiniano I, famoso entre otras muchas cosas por sus reformas de la administración, la legislación y la gran empresa con objetivo de devolver bajo soberanía romana las provincias que se habían perdido para el Imperio el siglo anterior, después del envío de las insignias imperiales de occidente por parte de Odoacro al Emperador Zenón (474-491 d.C) en Constantinopla en el 476 d.C., en la llamada “Recuperatio/Renovatio Imperii”.

Odoacro fue a su vez depuesto por Teodorico el Amalo (que llegó a ser cónsul de Roma), del reino de los Ostrogodos, después de que el propio Odoacro intentara deponer a Zenón como Emperador de Constantinopla utilizando a otro miembro de la familia Isauria, a través de Illos (Flavius Illus /Ίλλός) que proclamó a Leoncio emperador alrededor del año 483/484 d.C. Esto provocó que Constantinopla y los Ostrogodos se aliaran y pusieran fin a Odoacro y su Reino de Italia en el 489 d.C, y lo importante para el caso que estudiamos es que, si bien Italia no volvió a estar bajo jurisdicción directa de Constantinopla de nuevo, si que se sellaría una especie de pacto de vasallaje más nominal que real pero que serviría como justificación más adelante a Justiniano en sus pretensiones imperiales y la recuperación de Italia para el Imperio.[3]

Mientras tanto, Zenón tenía otros problemas en lo que quedaba del Imperio Romano, ya que un ascenso de una nueva aristocracia sobre todo en la provincia de Egipto  provocó que las arcas del estado romano disminuyeran, a la par que se debilitaba el poder de Constantinopla, en un proceso que ha de entenderse dentro de los profundos, vitales y para nada decadentes cambios de la sociedad romana entre los siglos IV y V d.C [4] a los que se le sumaba el gran problema religioso generado dentro des del Concilio de Calcedonia del 451 d.C , con Marciano como Emperador pero que sería una “herencia envenenada” para los posteriores autócratas romano-orientales. El otro, la reaparición de los Persas a raíz de las incursiones lideradas por el Sha  Kavad I como la gran antítesis romana en la región y que ya no pararían, aun con intermitentes como la “Paz Eterna” comprada por Justiniano, hasta la caída de todo el Levante y Persia en manos de un nuevo actor en la región: los árabes islámicos, ya en el siglo VII d.C.y que marcaría una de las épocas más oscuras del llamado Imperio Bizantino.[5]

Precisamente la llegada de Justiniano al trono imperial de Constantinopla se caracterizó por trabajar de forma profusa y directa contra los problemas anteriormente comentados. Y sus reformas, necesarias entre otras cosas para poder comprar la paz a los Persas de Cosroes I y poder así centrar sus fuerzas en Occidente, le enfrentaron directamente a parte importante de esta nueva aristocracia que había ido surgiendo en el imperio y que se las ingeniaba para no pagar impuestos y acaudalar grandes cantidades de poder provincial. El resultado fue la famosa Revuelta de Nika del año 532 d.C  en la  que Justiniano casi pierde el trono, y aunque finalmente controló la situación, fue ordenando a sus generales Belisario y Narsés que masacraran a más de 30.000 personas que se encontraban en el epicentro de la revuelta: El hipódromo.

Por otra parte, los intentos por solventar la fractura religiosa y teológica que afectaba al Imperio desde el Concilio de Calcedonia se saldaron con una persecución a paganos de alta clase social, homosexuales, heréticos y demás, como ejemplo el cierre de la Academia Platónica en Atenas. Este hecho por su parte, provocó que muchos tuvieran que exiliarse en Persia, a los que se sumaban aquellos cristianos con posiciones, entre otras: nestorianas y monofisitas siendo muy apreciados por el Sha y formando parte de su élite de burócratas muy influyentes en los asuntos de palacio. Este hecho acabará provocando situaciones la mar de curiosas en las futuras guerras con Persia, sobre todo con las campañas del Emperador Heraklio contra Cosroes II pero que no son para tratar en este artículo.[6] Estos intentos de subsanar la fractura deben entenderse también como  parte de procurar encontrar una justificación de inspiración divina para poder hacerse valer frente a la Iglesia y reforzar la idea conforme la autoridad imperial y del clero provenían de una misma fuente divina y que era responsabilidad única del Emperador de regular al clero y la Iglesia bajo su mando. Las ceremonias imperiales a su vez, se vieron reforzadas y recargadas en su tono religioso para subrayar este hecho conforme el Emperador era el intermediario entre las jerarquías de poder celestiales y terrenales, se dejaba paso para el Cesaropapismo que tanto caracterizó al Imperio de Oriente [7] o como Karl Wittfogel calificaría “despotismo oriental” [8].

El reinado también fue importante por los grandes esfuerzos depositados en solidificar la estructura del estado dotándolo de un cuerpo jurídico que a la par serviría como base del derecho de muchos países actuales en Occidente, vulgarmente basados en el “derecho romano” pero que le debemos en realidad al famoso Codex Iuris Civilis[9]de época justiniana compilado entre el 528 – 534 d.C[10]

La “Yersinia Pestis”, la bacteria causante de la plaga.

Hoy sabemos que la bacteria Yersinia Pestis es la causante de la enfermedad conocida como la Peste, y responsable de las llamadas “Plagas Bubónicas” que han azotado a la humanidad a lo largo de los siglos, las más famosas para Occidente, la de Justiniano que tratamos en este artículo y la llamada “Peste Negra” de finales de la Edad Media (siglo XIV).  La peste se trata de una enfermedad infecciosa causada por un bacilo[11] gram-negativo, inmóvil y que no forma esporas. Este sobrevive dentro de un amplio rango de temperaturas, siendo el óptimo de 28 ° C a 30 °C con pH extremos de 5 y 9,6. Sabemos que muere muy rápidamente si se expone a una luz ultravioleta, temperaturas superiores a 40 ° C o cuando se expone a una desecación intensiva [12]

Precisamente, la primera plaga de la Yersinia Pestis que tenemos registro en fuentes escritas se trata de la Plaga Justiniana del siglo VI d.C y es por ello que el estudio de la misma, la búsqueda de registros y la ayuda de las nuevas tecnologías abren posibilidades infinitas no ya sólo al conocimiento histórico del pasado en un periodo comprendido a caballo entre la Antigüedad Tardía y el Inicio de la Edad Media, sino también las implicaciones médicas para el presente para ver la evolución de una bacteria que aun hoy en día, sigue causando estragos en algunas zonas del planeta, ayudando a comprender mejor el comportamiento de la bacteria y realizar estudios comparados sobre el comportamiento, expansión y virulencia de la misma u otras plagas más contemporáneas.

Los científicos fechan a la Yersinia Pestis como una bacteria con menos de 6000 años de antigüedad, gracias a restos encontrados en yacimientos prehistóricos y estudios paleo-genómicos realizados con la tecnología que permiten los secuenciadores de última generación de ADN (NGS) y aunque su origen sigue siendo discutido, se sabe que el proceso tuvo que comprender una ganancia de genes y una reducción del genoma de la bacteria original por una serie de modificaciones y combinaciones muy particulares de su membrana, proteínas y patrones moleculares asociados al patógeno (PAMPs)[13], y que es capaz de atacar de forma formidable al sistema inmunológico de los seres humanos y a los mamíferos en general. El descubrimiento de la Yersinia Pestis se lo debemos al bacteriólogo del Instituto Pasteur Alexander Yersin, que descubrió a la Yersinia Pestis en un episodio de peste bubónica en Hong Kong en el año 1894. Se trata de una enfermedad que aun hoy, en el año 2021, se encuentra presente en Asia, África y en las Américas, con episodios recientes en países como Uganda, China, República Democrática del Congo, Madagascar.

Se trata de una bacteria que se trasmite primero de un animal al ser humano (zoonosis). El vehículo de transmisión suelen ser las ratas que transportan pulgas con dicha enfermedad y que estas al picar a los humanos, les contagian la misma.

Hay que distinguir, sin embargo, de dos variantes de la Peste, la bubónica que es la que en sentido estricto se habla en este artículo y la Peste neumónica. Aunque como veremos, lo más probable es que las dos variantes se fueran superponiendo en las diversas olas de la pandemia.

La peste bubónica conocida por ese nombre por los llamados “bubones”. Los “bubones” se tratan de ganglios linfáticos inflamados, tensos y dolorosos (llamado adenopatía) que pueden llegar en fases avanzadas de la enfermedad a desarrollar llagas abiertas supurantes.

La peste neumónica si bien parte de ser la misma enfermedad difiere en el método de contagio, siendo esta contagiada por gotas y con un periodo de incubación mucho más rápido que la bubónica (aproximadamente entre 2 y 3 días desde el contagio, frente a los 7-8 días de la bubónica) y mucho más mortal.  [14]

El desarrollo de la enfermedad suele ser de inicio súbito, es decir, se desarrolla de un momento para el otro en una transición de golpe de un cuadro médico sano a otro de síntomas clínicos, con inflamaciones dolorosas, y una sepsis (esto son anormalidades fisiológicas, patológicas y bioquímicas potencialmente mortales como consecuencia a una respuesta inmunitaria desproporcionada a la infección) que acaba provocando daños a tejidos que provocan el fallo  en cascada multiorgánico que lleva a la muerte del individuo. Hoy en día el tratamiento que existe,  a parte de la vacuna, consiste en aplicar antibióticos contra las enterobacterias (Gram-negativas).

En este breve resumen podremos ver como coincide mucha de la sintomatología con lo que Procopio explicaba en su obra “Historia de las Guerras: Guerra Persa” Libro II”. Elemento que sin duda alguna ha ayudado históricamente, tanto a historiadores como a médicos actuales, a acotar realmente el tipo de enfermedad que provocó aquella pandemia.

Hoy en día existe una vacuna contra a la Yersinia Pestis, pero  adolece de una protección de corta durada y una eficiencia baja. Hay sin embargo, en desarrollo vacunas moleculares desarrolladas por los EE.UU., China y el Reino Unido, que están patentadas, pero no operan todavía con licencia. El problema se agrava cuando alguno de los focos de la Yersinia Pestis, ha demostrado una capacidad tremenda a la adaptación y ninguna de las vacunas y tratamientos actualmente disponibles es capaz de acabar con ella. Convirtiéndose algunas de las mutaciones, en una de las llamadas “Bacterias Ultrarresistentes”. Por ello muchos facultativos médicos desaconsejan el uso sin control de los antibióticos, ya que el uso excesivo de los mismos está ayudando a generar muchas de estas “Bacterias Ultrarresistentes” haciendo que los tratamientos actualmente existentes para, por ejemplo, la Peste, puedan llegar a ser ineficaces. En cuanto a las vacunas, algunas de las mismas y tratamientos asociados que prometen un avance en el campo son las: VTnF1, rF1-V o SV1. [15]

Expansión, distribución y sintomatología según fuentes clásicas.

La expansión de la enfermedad por lo largo y ancho del Imperio y del mundo conocido, la debemos en gran parte a los testimonios de las fuentes clásicas. A destacar a Procopio de Cesarea y a Juan/Ioannes “El Lidio” como dos fuentes contemporáneas del reinado de Justiniano en muchas de las facetas del periodo e incluso hablaremos de otra, la de Juan de Éfeso y su “Historia de la Iglesia” en dos tomos y que acaban con los años del Emperador Justino II, que además cuenta con ser escrita en arameo y no en griego o latín y mostrarnos el tránsito del mundo antiguo al medieval desde los ojos de un monofisita, es decir, del punto de vista opuesto al oficial de la Iglesia desde el Concilio de Calcedonia y que nos ha llegado, aunque fragmentado a nuestros días[16]. Lamentablemente los registros tomados por Juan “El Lidio” y que debían estar publicados en su obra “Los Magistrados del Estado Romano” en el apartado sobre las magistraturas civiles, parte II - XVI titulado “Sobre la más execrable plaga, y como se llegó a su fin” (περί του άπευκταιοτάτου λοιμού, και δπως άπεπαυσατο.) se trata de un texto perdido.[17] De todas formas, gracias a Procopio, sabemos que:

“ […] Por este tiempo se declaró una epidemia de peste que estuvo a punto de acabar con toda la raza humana. Y lo cierto es que, para cualquier otra calamidad de las que manda el cielo […] Para este desastre, sin embargo, no hay manera de expresar con palabras un motivo ni de concebirlo mentalmente, salvo que nos remontemos a la voluntad de Dios. Pues no afectó a una parte concreta de la tierra ni a cierto tipo de hombres, ni se redujo a una determinada estación del año, de donde pudiera haberse atinado con alguna conjetura acerca de sus causas, sino que se extendió por la tierra entera, se cebó en cualquier vida humana, por muy distintos que fueran unos hombres de otros, sin perdonar ni naturalezas ni edades[…]”[18]

Y una expansión de la misma por el Imperio Romano siguió el siguiente recorrido:

“[…] Comenzó entre los egipcios que habitaban en Pelusio. Y tras aparecer, se propagó en dos direcciones: por un lado hacia Alejandría y el resto de Egipto; por el otro, llegó a la zona de Palestina que limita con Egipto, y desde allí se extendió por la tierra entera, siempre adelante en su camino y avanzando en las épocas que mejor le venían. Parecía, en efecto, que se propagaba bajo condiciones específicas y que en cada país se detenía un tiempo fijo: a ningún hombre dejaba pasar su azote, sino que se expandía por todas partes hasta los confines del mundo, como con miedo a que se le escapara algún rincón de la tierra. Pues ni isla ni cueva ni montaña, que estuvieran habitadas se libraron del mal. Y si se dio el caso de que por algún sitio pasó de largo, sin atacar a los que allí vivían o afectándolos dé alguna manera imprecisa, volvió, no obstante, más tarde a manifestarse de nuevo en ese lugar, pero sin afectar entonces en absoluto a los que habitaban en las cercanías, a los que precisamente había acometido antes con mayor virulencia […]”[19]

Sabemos pues, que a Roma llegó a través de los puertos del Mar Rojo, seguramente proveniente de la región de Etiopía y que a través de Egipto se expandió a lo largo y ancho del Imperio, llegando a la capital Constantinopla en la primavera del segundo año desde que tuvieron noticias en Pelusio y los dominios egipcios y desde donde Procopio será primer testigo de la misma. La transmisión tan temprana a la capital la debemos comprender conforme Egipto y ciudades como Alejandría tenían un comercio frenético con Constantinopla. Precisamente allí y gracias a las conexiones que mantenía con el resto del territorio, así como las campañas militares en Occidente primero y las hostilidades de nuevo abiertas en Oriente con los Persas después, pudo la peste expandirse dentro de las fronteras del imperio y más allá.

Jorge Torres para Hermes Kalamos - Instituto Symposium.

La enfermedad se ha identificado como peste bubónica basándose en las fuentes clásicas, las cuales describían la enfermedad con la aparición de bubos, hinchazones en las ingles o axilas de las víctimas de la enfermedad. Dejando poca duda de la naturaleza de la misma a día de hoy. Precisamente es interesante ver como describían la enfermedad quienes la vivieron y  siguiendo el modelo de descripción de la enfermedad, que ya podemos verlo en la Peste de Atenas y escrito por Tucídides en su “Guerra del Peloponeso”[20]los síntomas de la misma se iban manifestando y desarrollando de la siguiente manera:

“[…] Pero lo que les sucedió a muchísimas personas fue que la enfermedad les entró, sin que, ni por una visión ni por un ensueño, se enteraran de lo que después les iba a ocurrir. Les acometía de la siguiente manera. Repentinamente les daba fiebre, a unos cuando acababan de despertarse, a otros mientras estaban paseando y a otros en medio de cualquier otra actividad. Y el cuerpo ni cambiaba de color ni estaba caliente, como cuando ataca la fiebre, ni tampoco se producía ninguna inflamación, sino que la fiebre era tan tenue desde que comenzaba hasta el atardecer que ni a los propios enfermos ni al médico al tocarlos les daba la impresión de que hubiera ningún peligro. Y, en efecto, ninguno de los que habían contraído el mal creyó que fuera a morir de eso. Pero a unos en el mismo día, a otros al siguiente y a otros no mucho después le salía un tumor inguinal, no sólo en esa parte del cuerpo que está bajo el abdomen y que se llama ingle, sino también en la axila; y a algunos incluso junto a la oreja y en diversos puntos del muslo.

Pues bien, hasta aquí a todos los afectados por la enfermedad les venía a pasar casi lo mismo. Pero, a partir de ahí, no soy capaz de decir si la diferencia de síntomas radicaba en la diversidad de constituciones físicas o en la voluntad de Aquél que mandó ese mal. Unos entraban en coma profundo, otros en un delirio agudo y cada cual sufría los efectos propios de la enfermedad. Pues los que entraban en coma se olvidaban de todo lo que antes les había sido familiar y parecía que siempre estaban durmiendo. Y si alguien se ponía a cuidarlos, comían en medio de aquel estado en que se encontraban, pero los que carecían de estos cuidados seguidamente morían por falta de alimentación. Sin embargo, los que eran dominados por el delirio sufrían un terrible insomnio y muchas alucinaciones: pensaban que venía gente a matarlos y se hallaban inquietos y gritando como locos se precipitaban a huir. Quienes los estaban atendiendo caían rendidos de fatiga porque no descansaban y era la suya una mortificación continua e irremediable.
Por eso, todos se compadecían de ellos, más incluso que de los enfermos, y no por ese peligro angustioso de estar siempre cerca de los apestados (pues el caso era que ni médicos ni particulares contraían este mal por contagio de los enfermos o de los fallecidos, porque muchos que constantemente estaban enterrando o atendiendo a personas sin ninguna relación con ellos resistían, contra lo que cabía esperar lo prestando este servicio, mientras que a muchos otros los atacaba inexplicablemente la enfermedad y morían en seguida), sino por el gran sufrimiento que padecían. Y es que cuando se caían de la cama y rodaban por el suelo, volvían a acostarlos de nuevo; y cuando se precipitaban ansiosos fuera de sus casas, forzaban a empujones y a rastras a regresar. En cuanto encontraban agua a su paso, querían meterse, y no ya tanto por ganas de beber (pues muchos se tiraban al mar), sino que la causa era mayormente aquella enfermedad mental.

También con la comida tenían muchas dificultades, dado que no era fácil para ellos tomar bocado. Muchos perecían por falta de alguien que los cuidara, ya fuera porque el hambre los consumía o porque se arrojaban desde algún lugar elevado. Y a los que no entraban en coma ni sufrían aquel delirio, se les gangrenaba el tumor inguinal y morían por no poder ya resistir los dolores. Podría suponerse que a todos los demás les pasaba lo mismo, pero, como no eran dueños de sí mismos, no podían de ningún modo experimentar el dolor, porque su enajenación mental los privaba de sensaciones. […]”[21]


Interesante la forma de descripción, por que como comentábamos antes sigue la estela dejada por Tucídides en el siglo V a.C quien, a su vez, bebe de la metodología de su coetáneo Hipócrates de Cos, que establecerá las bases de la medicina griega antigua, heredada luego por Roma (véase a Galeno y la Peste Antonina del s.II d.C) y estará en boga hasta bien entrado el siglo XIX d.C. Un método que se basaba en la llamada Teoría de los Humores, y es que se creía que en el cuerpo humano habitaban 4 líquidos: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema (que, a su vez, bebe de la teoría griega antigua de los 4 elementos de la naturaleza: Fuego, Aire, Tierra y Agua), los cuales para que el paciente estuviera sano debían mantenerse en perfecto equilibrio, llamado este Crasia y al caer estos en desequilibrio y generar la llamada Dyscrasia provocaba la enfermedad del individuo. Era pues un método que se basaba en la búsqueda del equilibrio, que a su vez era uno de los grandes ideales de la filosofía griega del periodo clásico y helenístico[22]

También la enajenación mental se puede explicar, ya que hoy sabemos que en algunos casos la inflamación acaba afectando a membranas que rodean tanto la médula espinal como el cerebro provocando meningitis. Otra conclusión lógica es que, durante la pandemia, no sólo se padeció de bubónica, es muy probable y más atendiendo algunas fuentes que señalan que los enfermos caen en cuestión de 1 o 2 días, que hubiera también brotes de neumónica y como acabamos de señalar de meningitis que ayudan a explicar esos episodios de locura que Procopio expresa.

Otra fuente que hemos consultado, se trata de San Nicolas de Sión quien sufrió la plaga en la ciudad de Myra, en Asia Menor. Las crónicas del santo explican como los lugareños fueron quedándose sin grano, vino o madera ya que el miedo les afectó tanto que se negaban a acercarse a los mercados y otros centros de aprovisionamiento cercanos. Llegando a tal punto que incluso algunos acusaron al propio Santo de estar detrás de la peste e incluso de poner en peligro (¿contaminar?) el suministro de comida en la ciudad[23]. El gobernador de la provincia (simplemente llamado el Arconte)  lideró él mismo a los lugareños para apresar a Nicolás previa petición al obispo. Si bien la historia no está completa y no sabemos cómo acabó el asunto en cuestión [24], nos puede servir como ejemplo de una situación que sin duda alguna se repitió a lo largo y ancho del imperio. La necesidad de buscar culpables, sean o no responsables reales de la hecatombe vivida, o como el propio poder del momento intenta desviar la ira de sus conciudadanos hacia otros blancos más accesibles ante una situación desastrosa no deja de estar en la condición del ser humano.

“Y la plaga vino a la gente en cuarenta días. Tuvo su inicio en la metrópolis de Myra, y de allí fue provocando gran aflicción sobre la muerte de los hombres. Cuando los granjeros vecinos de los alrededores vieron el poder de Dios, temieron entrar en la ciudad, diciendo “Si damos a la ciudad amplio espacio, no moriremos de esta enfermedad”. Ya que la enfermedad era la bubónica y la gente expiraba rápidamente, eso es, en un solo día. Y los granjeros se retiraron de la ciudad, y los supervivientes en la ciudad no tenían medios para subsistir. Así, los granjeros no trajeron ni grano, ni harina, ni vino, ni madera ni ninguna otra cosa necesaria para la subsistencia. Así hubo grandes dificultades y una gran aflicción entorno las provisiones.”[25]

Otro elemento importante y que sirve para comprender como la población sufrió o padeció la plaga, es ese “vieron el poder de Dios”. La plaga vista como algo divino, posiblemente como castigo cometido por los excesos de los gobernantes. Después de todo sabemos que el propio Emperador Justiniano enfermó de la peste, aunque se recuperó, y que Juan de Éfeso entre otros veía en todo esto un castigo de Dios e incluso el advenimiento del fin del mundo y el inicio del apocalipsis, una situación que fue sobre todo percibida después de la muerte de Justiniano. [26] Y no sería para menos, ya que se estima a día de hoy que la mortalidad de la Peste en el siglo VI fue de alrededor de un 15-20% de la población mundial y la propia Reina de las Ciudades perdió cerca de un cuarto de su población que se estima estaba alrededor del medio millón de habitantes (y según otras fuentes, cercana al millón, aunque se tiende a considerar este dato un tanto exagerado).

Como hemos comentado, la medicina bizantina de esta época bebía de la tradición griega y romanas anteriores, y es que, a diferencia de Occidente, en Oriente no se produce una ruptura traumática con su pasado, sino que se da un efecto de continuidad. Un efecto de continuidad, pero con sus transformaciones y mutaciones. Esta tradición viene de uno de los grandes médicos de la antigüedad como fue Galeno y aunque pueda sonar extraño, es también en su legado donde se da la transformación. Se tiende a considerar que el arte de la medicina desde Galeno hasta la fecha que nos ocupa, no sufrió cambio en substancia y que cayó en una especie de remanso con cierto gusto a decadencia. Es muy probable que este proceso sea muy parecido, ya que estaba circunscrito a ese mismo mundo, a la decadencia del Helenismo y el ascenso del Cristianismo en el Imperio Romano. La medicina, al fin y al cabo, no estaba exenta de los encuentros y desencuentros de este final del mundo antiguo y surgimiento de otro de nuevo tipo, que era a su vez, cristiano y pagano, oriental, romano, griego, africano, neoplatónico, supersticioso hasta el extremo pero que combinaba con unas dosis de racionalidad que dejan perplejo a cualquiera.[27]

En este breve comentario, diremos que la medicina bizantina se divide en dos grandes escuelas: La Alejandrina, con su centro en la ciudad de Alejandría, y la Constantinopolitana, con su centro en la Reina de las ciudades. Precisamente la segunda toma el relevo de la primera por la pérdida en el siglo VII d.C de Egipto a manos de los árabes, así que nos centraremos un poco en la primera ya que es la escuela coetánea a los hechos de la plaga y a su vez, lugar de origen de la plaga en Egipto, ya que recordamos esta empezó a propagarse desde Pelusio.

La fundación de la escuela de medicina alejandrina en el Imperio de Oriente, la encontramos en el siglo IV d.C. En una convivencia, a veces amistosa, otras veces no tanto, entre médicos paganos y cristianos y entorno la base de la medicina de Galeno, que como señalaron R. Walzer, O. Temkin y L. García Ballester se trata de un personaje que podríamos dividir en tres facetas : Una médica, otra filosófica y por última una pensadora metodológica y lógica. La primera no presentaba muchos inconvenientes a la nueva fe cristiana, pero las otras dos sí. Este hecho provocó que los médicos de esta época, romanos o bizantinos, dividieran la obra de Galeno en dos partes, acorde a su nueva realidad: una médica y otra filosófica. Después de todo, Galeno era un helenista en un mundo cristianizado y no pocos elementos de su faceta filosófica chocaban con la nueva fe. [28]Para recapitular, sobre grandes médicos que nos dejó esta etapa podemos encontrar uno de los fundadores llamado Oribasio y para el tema de la peste, las dos grandes figuras de la medicina bizantina del siglo VI d.C llamados Aecio de Amida, quien llega a nuestros días entre otras cosas por recopilar de forma muy metódica los tratados anteriores a él de Galeno, Oribasio, Arquígenes, Areteo y Sorano, y de Alejandro de Tralles quien se hizo famoso en el Renacimiento europeo (casi 1000 años después) por sus tratados entorno las patologías y las terapias de diversas enfermedades[29].


Nuevas vías de investigación abiertas por la paleogenética


Sin embargo, a inicios de los años 2000 más allá de lo que los historiadores podían extraer de las fuentes clásicas del periodo para identificar la enfermedad y corroborar si realmente se trataba de la peste, se vieron reforzados por la aplicación de las nuevas tecnología y la interdisciplinariedad en los estudios relacionados con estas plagas históricas. Esta nueva línea de investigación abierta por el historiador Michael McCornick se basa en el uso de última tecnología para analizar los genomas de restos encontrados por la arqueología y haciendo comparaciones entre estos restos del siglo VI d.C de la Yersinia Pestis (en gran parte provenientes de una tumba bávara) y otros del siglo XIV d.C afectados por la llamada Muerte Negra. Que entre el año 2014 y 2016 se consiguiera secuenciar el genoma de la Yersinia Pestis, no hizo más que confirmar la existencia de la Peste Bubónica, elemento además confirmado por los diversos yacimientos trabajados en diversas partes de Europa (España, Francia,  Bavaria, Inglaterra, etc…) donde se han encontrado restos de la Yersinia Pestis en los cuerpos examinados, e incluso variaciones y mutaciones de la misma. Precisamente estos yacimientos, muchos de ellos en zonas rurales y remotas de la Europa del momento lleva a la conclusión lógica que la plaga se extendió mucho más allá de lo que los coetáneos pudieron imaginar, demostrando además la gran virulencia de la misma, más si tenemos en cuenta los medios de comunicación existentes en aquel periodo histórico y el relativo “aislamiento” en el que vivía el mundo fuera de los círculos comerciales y urbanos del momento. [30]


Bibliografía:

Libros:

  • August Wittfogel, Karl “Oriental Despotism, a comparative study of total power” Yale University Press, INC, Massachusetts 1967.
  • Brown, Peter “El mundo de la Antigüedad Tardía. De Marco Aurelio a Mahoma”. Taurus, Penguin Random House. Madrid. 2021.
  • Cabrera, Emilio “Historia de Bizancio”. Editorial Ariel. Barcelona. 2020.
  • Cesarea, Procopio “Historia de las Guerras: Guerra Persa” Libro I - II. Traducción de Francisco Antonio García Romero. Editorial Gredos. Madrid. 2007.
  • Cesarea, Procopio “Historia Secreta”. Traducción de Juan Signes Codoñer. Editorial Gredos. Madrid. 2000.
  • Editor: Mango, Cyril “The Oxford History of Byzantium”. Oxford University Press. 2002.
  • John the Lydian “On powers, or, The magistracies of the Roman state / Ioannes Lydus; introduction, critical text, translation, commentary, and indices by Anastasius C. Bandy. Series: Memoirs of the American Philosophical Society, v. 149” American Philosophical Society. Filadelfia, Estados Unidos. 1983. Basado en el Codex Caseolinus.
  • Lain de Entralgo, Pedro “Historia de la Medicina”. Salvat Editores S.A. Barcelona. 1990.
  • Mensa, Josep; Soriano, Alex; “Guía Terapéutica Antimicrobiana 2020” Editorial Antares. 2020.
  • Sevcenko, Ihor; Patterson Sevcenko, Nancy “The life of Saint Nicholas of Sion”. Hellenic College Press. Brrokline, Massachussetts. 1984.
  • Tucídides “Historia de la Guerra del Peloponeso” Libros I-II. Traducción de Juan José Torres Esbarranch. Editorial Gredos – RBA Ediciones. Barcelona. 2019.
  • Van Ginkel, Jan Jacob “John of Ephesus, A Monopiysite Historian in Sixth Century Byzantium”. Rijksuniversiteit Groningen. 1963

Artículos:



[1] Europa Press “La pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía, detrás de la caída del Imperio Romano Oriental”. Iagua. 8 de Febrero de 2016.

[2] La peste sin embargo, no acabaría definitivamente ya que consta de diversas olas de la misma, hasta al menos el 750 d.C.

[3] Editor: Mango, Cyril “The Oxford History of Byzantium”. Oxford University Press. 2002. Pág. 40

[4] Brown, Peter “El mundo de la Antigüedad Tardía. De Marco Aurelio a Mahoma”. Taurus, Penguin Random House. Madrid. 2021. Pág. 149-161.

[5] Editor: Mango, Cyril “The Oxford History of Byzantium”. Oxford University Press. 2002. Pág. 42

[6] Para saber más, leed en: Brown, Peter “El mundo de la Antigüedad Tardía. De Marco Aurelio a Mahoma”. Taurus, Penguin Random House. Madrid. 2021. “IV Bizancio. Los Imperios de Oriente: Bizancio y Persia: 527-603” pág. 189-200.

[7]  Editor: Mango, Cyril “The Oxford History of Byzantium”. Oxford University Press. 2002. Pág. 44-45.

[8] August Wittfogel, Karl “Oriental Despotism, a comparative study of total power” Yale University Press, INC, Massachusetts 1967.

[9] Compuesto por “Codex repetitae praelectionis”, “Digesta sive pandectae”, “Institutas” y las “Novellas Constitutiones post Codicem”

[10]   Editor: Mango, Cyril “The Oxford History of Byzantium”. Oxford University Press. 2002. Pág. 45

[11] En inglés es cocobacilo, pero en castellano es bacilo a secas, aunque también se pueda usar cocobacilo, puede llevar a error de identificación con la meningitis y gonorrea.

[12] Ditchburn, Jae-Llane “Yersinia Pestis, a problem of the past and a re-emerging threat”. Science Direct, Biosafety and Health, Volume 1, Issue 2, September 2019. Pág. 65-70.

[13] Por sus siglas en inglés: Pathogen-associated molecular patterns. Pequeños motivos moleculares conservados dentro de una clase de microorganismo, que permite entre otras cosas, su identificación.

[14] OMS “Peste”. Organización Mundial de la Salud. 31 de Octubre de 2017.

[15] Demeure, Christian; Dussurget, Olivier, Mas Fiol, Guillem; Le Guern, Anne-Sophie; Savin, Cyril; Pizarro-Cerdá, Javier “Yersinia Pestis and plague: an updated view on evolution, virulence determinants, immune subversion, vaccination and diagnostics”. Science Direct, Microbes and Infection, Vulume 21, Issues 5-6. June-July 2019. Pag. 202-212

[16] Van Ginkel, Jan Jacob “John of Ephesus, A Monopiysite Historian in Sixth Century Byzantium”. Rijksuniversiteit Groningen. 1963. Pág. 2

[17] John the Lydian “On powers, or, The magistracies of the Roman state / Ioannes Lydus; introduction, critical text, translation, commentary, and indices by Anastasius C. Bandy. Series: Memoirs of the American Philosophical Society, v. 149” American Philosophical Society. Filadelfia, Estados Unidos. 1983. Basado en el Codex Caseolinus. Pág. 86-87

[18] Cesarea, Procopio “Historia de las Guerras: Guerra Persa” Libro I - II. Traducción de Francisco Antonio García Romero. Editorial Gredos. Madrid. 2007. Pág. 261.

[19] Ibid.

[20] Tucídides “Historia de la Guerra del Peloponeso” Libros I-II. Traducción de Juan José Torres Esbarranch. Editorial Gredos – RBA Ediciones. Barcelona. 2019. Libro II – 48-54. Pág. 465-479.

[21] Cesarea, Procopio “Historia de las Guerras: Guerra Persa” Libro I - II. Traducción de Francisco Antonio García Romero. Editorial Gredos. Madrid. 2007. Pág. 263-264.

[22] García Gual, Carlos “La Medicina en la Grecia Antigua”. National Geographic en Español. 18 de Junio de 2017.

[23] Sevcenko, Ihor; Patterson Sevcenko, Nancy “The life of Saint Nicholas of Sion”. Hellenic College Press. Brrokline, Massachussetts. 1984. Pág. 16.

[24] Foss, Clive “Cities and Villages of Lycia in the Life of Saint Nicholas of Holy Zion” Greek Orthodox Theologial Review. USA. Vol. 36. 3-4. 1991, Pág. 307.

[25] Traducción libre del autor del inglés al castellano, pueden encontrar el texto en inglés así como el original griego en :Sevcenko, Ihor; Patterson Sevcenko, Nancy “The life of Saint Nicholas of Sion”. Hellenic College Press. Brrokline, Massachussetts. 1984. Pág. 83-84.

[26] Cabrera, Emilio “Historia de Bizancio”. Editorial Ariel, Barcelona 2012. Pág. 50.

[27] Lain de Entralgo, Pedro “Historia de la Medicina”. Salvat Editores S.A. Barcelona. 1990. Pág. 116.

[28] Ibid. Pág. 119.

[29] Ibid. Pág. 124.

[30] Sarris, Peter “New Approaches To the “Plague of Justinian”. Trinity College. Cambridge. 2021. Pág. 3-4.