Buenos días,

Tras estos días festivos, pero de trabajo que pronto verán la luz en la plataforma del Instituto Symposium, que es esta revista digital, retomamos el Trazo de Kalamos.

Y lo hacemos con India y Rusia (y situamos entre paréntesis sus respectivas "némesis amigas", China y Estados Unidos, o deberíamos decir en último caso los AUKUS, pero con Estados Unidos en cabeza).

Antes de mantener la reunión desde su residencia en Sochi con Joe Biden, Vladímir Putin se reunía con el primer ministro Narendra Modi, con una duración que sobrepasó las de tres horas, y en las que pasaron a abordar temas de interés geopolítico y económico mutuo, firmaron contratos para la producción de armamento ruso en India, compras de armas indias por miles de millones de dólares y un acuerdo de cooperación técnico-militar hasta 2031.

Además de considerar el aumento del suministro de petróleo ruso a Delhi con contratos a largo plazo, el de gas a través de la ruta marítima del Norte y nuevas conversaciones sobre un acuerdo de libre comercio entre la India y la Unión Económica Euroasiática liderada por Rusia. No debemos olvidar los planes rusos de crear tres lazos energéticos-comerciales principales: uno con China, ya conseguido y hasta ampliado; el segundo con la Unión Europea a través de Alemania, Italia, Francia, en orden descendente; y, el tercero y último consiste en conectar su extremo oriente con India.

Es este el segundo viaje oficial a India que se concede este año que ya estamos dejando atrás el jefe del Kremlin, demostrando lo importante que se considera la relación bilateral con Delhi en Moscú, incluso descrita en la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la Federación de Rusia como una “asociación estratégica especial privilegiada”. Sobre la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de la Federación de Rusia hablaremos en un documento especial en el Instituto Symposium.

Unos resultados, sin lugar a dudas, excelentes para una relación ya de larga duración entre dos países que "se aman mucho" pero que se conocen entre ambos realmente muy poco, y que continúan construyendo relaciones sólo entre gobiernos y poco entre particulares.

Entre las características sobresalientes de la situación internacional actual está el ascenso de China y la transformación de la relación chino-rusa en relación de enemistad en el esfuerzo de contención y, finalmente, en entendimiento. Hagamos un sucinto repaso de esta relación en una frontera de 4.000 kilómetros entre ambos colosos territoriales euroasiáticos.

La brecha principal se sitúa, también para el imaginario colectivo a ambos lados, en el río Amur, el río que en el pasado vio la conquista de las tierras chinas a la izquierda de su curso por parte del Imperio ruso en la época de la "humillación de las potencias europeas a China", fijado por el Tratado de Aigun de 1858. Un acuerdo siempre considerado arbitrario por Beijing, nunca cuestionado oficialmente eso sí, pero que aún alimenta un sentimiento de venganza en parte de la opinión pública china y en la rusa el miedo a una posible invasión.

No obstante, en virtud de ese tratado, junto con la convención de Beijing firmada dos años después, se estimularon las relaciones económicas entre los dos imperios en la nueva frontera.

En 1862, el zar aprobó algunas leyes destinadas a regular el comercio y establecer zonas de libre comercio. Además, dada la escasez de mano de obra, los trabajadores chinos tuvieron un papel fundamental para Rusia a finales del siglo XIX implicados en el desarrollo de sus regiones más orientales, participando en la construcción de grandes infraestructuras y en la agricultura... si lo comparamos con la situación de Estados Unidos y el uso de la fuerza de trabajo de chinos podemos oír, incluso también en esto, la voz de Tocqueville, Friedrich List, et al. Europa atrapada entre Estados Unidos y Rusia por su fragmentación... ¿les suena de algo? Ahora el punto está más en los AUKUS y China, y en Europa seguimos prestando atención a unos y otros pero no a nuestras necesidades y prioridades...

En fin, la cuestión territorial nunca dejó de ser replanteada y también se cambió el nombre de la ciudad de Aigun, restaurada en una fecha tan cercana como mayo de 2015 en la fase de Make China Great Again mientras Estados Unidos daba forma a su Make America Great Again, con Trump y con Biden y su America First... y en Europa Germany First... ¿ven cómo fallan las proporciones?

Mao Zedong también habló con no poca dureza sobre la cuestión de reclamar 1,5 millones de kilómetros de las plazas "amigas" de la Unión Soviética, y luego negó haber pedido su restitución, pero aún estando seguro de que esos tratados eran injustos y que China se había visto obligada a firmarlos. Después de décadas, exactamente a mediados de 1989, incluso Deng Xiaoping no olvidará enfatizar la arbitrariedad de los acuerdos del siglo anterior sino que propondrá a su colega soviético Gorbachev cerrar con el pasado. Línea que los líderes chinos seguirán hasta el día de hoy, y de hecho han ampliado, y sin fundamento histórico, en otras zonas de Asia Central.

Mientras tanto, los dos países comunistas encontraron la manera de luchar entre sí en 1969, cuando violentos enfrentamientos ensangrentaron la frontera conjunta y determinaron su fuerte militarización que frenará abruptamente las relaciones económicas y los acuerdos entre Moscú y Beijing, con derrota para la URSS, amenaza de guerra nuclear por medio, y cesión de territorios a China.

Tan sólo a mediados de la década de 1980 se restablecieron las relaciones transfronterizas entre Rusia y China, pero no es menos cierto que tanto la URSS como China usaron proxies para perjudicarse mutuamente en Afganistán o en Xinjiang.

No obstante, tras la caída de la Unión Soviética, la atmósfera cambia nuevamente. Mientras en Moscú la Duma presiona por un acercamiento, los gobernadores de algunas regiones orientales se oponen a esta línea y exigen una estricta regulación del comercio fronterizo, un estricto control fronterizo y medidas contra la caótica inmigración china, logrando la abolición del sistema de pase sin visa... era la herencia del estilo soviético descentralizado, obviando cualquier principio federal y generando nichos de poder que desde hacía tiempo se fueron posicionando cada vez más entre administradores, ejército y servicios de inteligencia con la energía, los recursos naturales estratégicos y las armas, y cuya transición hacia el neoliberalismo pilotaron sus élites con sus normas y procedimientos, con la misma ideología nacionalista permeando desde hacía años la Unión Soviética, y con la voluntad de ser élites a la manera occidental en cuanto al poder pero con las formas acostumbradas por ellos, y con los sectores relevantes, pero con control férreo de ellos, más que propiamente ruso, de tal manera que los occidentales se encontraron con un muro que trataron de que no se repitiera en Irak tras la caída de Saddam Hussein, y que trataron de redirigir en el momento en que una nueva oleada y equilibrio de poder entre oligarcas rusos puso a Putin en el poder y sacó a otros oligarcas del país vía Londres, Estados Unidos, etcétera.

En el período inicial de la era Yeltsin la situación en el Lejano Oriente ruso se había deteriorado tanto que sólo el comercio con los países vecinos podía satisfacer las necesidades primarias de la población local. En particular, se había desarrollado el comercio con China: los territorios de Khabarovsk y Primor'e promovieron el 50% del comercio exterior ruso con Beijing en 1994. Pero hay que ser claros: incluso en la actualidad, los temores y la desconfianza ancestrales entre rusos y chinos alrededor del Amur no desaparecen.

Será con la ya mencionada llegada de Putin al poder cuando la situación comienza a normalizarse, con las autoridades regionales colocadas directamente bajo las órdenes del presidente, decidido a combatir las tendencias desintegradoras, a velar por los intereses del país y sus súbditos federados. Putin considera los problemas de gestión interna como la raíz del caos postsoviético y la falta de desarrollo de las regiones orientales y rechaza la letanía del "peligro amarillo". Putin es consciente de que sin un Oriente avanzado la Federación puede despedirse del sueño de volver al estatus de gran potencia, objetivo que la Rusia bicéfala debe identificar como prioritario y para tal fin la relación con la República Popular de China también lo es.

La extensa frontera que separa a China de Rusia es objeto de estudios y de proyectos conjuntos, muchos en construcción, muchos estancados o incluso, directamente abandonados por ambas partes. Centrado mayoritariamente en el desarrollo del inmenso territorio ruso al norte de la frontera, el Distrito Federal del Lejano Oriente que se extiende hasta las costas del Pacífico y parte de las árticas, al que el Kremlin quiso sumar dos temas a finales de 2018, el de las federaciones pertenecientes al cercano Distrito de Siberia, la República de Buriatia y el Territorio de Zabajkal, con el fin de gestionar toda la frontera con China a través de una administración de distrito único, aparte de la franja fronteriza de poco más de cincuenta kilómetros que separa esas áreas administrativas, entre Mongolia y Kazajstán.

El desarrollo del Lejano Oriente ruso es parte de la visión de Putin de un giro hacia Oriente, emprendido después de notar la negativa de Occidente a aceptar a la Federación de Rusia como parte del club (apuesten que tiene mucho que ver la preeminencia de los rusos en las empresas estratégicas y ganarán... y apuesten que se trata de invertir esa relación por parte de los AUKUS poniendo a los anglosajones en el centro de sus recursos naturales y con Londres poniendo precio a los minerales "rusos" en lugar de Shanghai, y también ganarán), y acelerado con el colapso de las relaciones con Washington tras la "reconquista" de Crimea, además de mandar al traste la posibilidad de los BRICS junto a la UE de redefinir una transición de hegemonía y potenciar el crecimiento, cosa que no podremos hacer realmente, hasta que no creemos una moneda global formada por las principales regionales que dé margen para un auténtico crecimiento global y que lance a la Revolución Industrial 4.0 sin cortapisas.

La macrorregión del Lejano Oriente es fundamental en el proyecto de rediseño de un papel protagonista de Rusia en el escenario global, contando como protagonista en Asia-Pacífico.

Pero también resulta ser crucial hacer que tanto la alianza estratégica con la República Popular China como el acuerdo entre la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) - o las nuevas rutas de la seda promovidas por Xi Jinping - y la Unión Económica Euroasiática (UEE) sean eficientes... pero bajo el liderazgo ruso, a través del cual Moscú tiene la intención de desarrollar conexiones terrestres y marítimas entre su Este y Europa, cruzando sus propios intereses con los de Beijing. El vecino territorio siberiano de China es tentador por los enormes recursos que contiene y como fuerza motriz para el crecimiento de sus regiones del Norte, y para ello resulta clave estar conectado a través de corredores apropiados también a los puertos rusos en el Pacífico.

La convergencia de estas directrices y la necesidad de toda Rusia de encontrar el dinero necesario para acelerar el renacimiento de su distrito más periférico, dejado en un estado de prácticamente total abandono y casi deshabitado, dio lugar a un pomposo programa de cooperación transfronteriza al finalizar la última década, que es bastante desequilibrado y no dará los resultados esperados, siendo reemplazado por un nuevo acuerdo más realista centrado únicamente en el Lejano Oriente ruso, en el que Moscú refuerza el protagonismo del Estado como vector de desarrollo regional y elimina casi todos los grandes proyectos, tanto por la escasa financiación disponible como por los posibles vetos de las estructuras de alta burocracia y seguridad.

Del antiguo programa, entre otros, quedan los proyectos para la construcción ya finalizada de dos puentes, uno de ferrocarril y el otro de autopista, que resulta ser el primero en conectar permanentemente a los dos gigantes euroasiáticos a través del río Amur (Heilongjiang para los chinos). Por lo demás, Moscú se reserva proyectos y emplazamientos que considera estratégicos y se abre a inversiones de otras potencias regionales interesadas en su Lejano Oriente.

Como se ve, esta transformación ha sido propiciada en gran parte por el progresivo deterioro de las relaciones con Occidente, particularmente Estados Unidos, y su estrategia de contención de 2015 a Alemania y a China.

Hoy día, rusos e indios se hallan en lados opuestos de la barricada que divide el frente chino-ruso del liderado por los estadounidenses, "obligados" a posicionarse y usarse instrumentalmente el uno al otro respecto al enemigo del otro, y cubriéndose mutuamente para evitar ser absorbidos por "sus amigos", chinos y norteamericanos respectivamente para Rusia e India.

Esta condición requiere cautela pero también la conciencia por parte de Moscú de que la India de Modi no es ese país atrasado que se halla en el imaginario colectivo de la mayoría de los rusos y de sus élites corporativas (la "auténtica Rusia"), sino un actor global con objetivos e intereses que a menudo son divergentes de los de los estadounidenses, y así se lo han hecho saber a estos India con la compra del sistema antimisiles ruso S-400, y con su baile con Francia con los submarinos de ataque nuclear.

India, coloso euroasiático que no se puede ignorar para completar el giro hacia el Este que dio el Kremlin tras el colapso de las relaciones con Occidente y al que lanzar una tercera iniciativa de minerales y energía tras China y Europa. Un país, ya convertido en una gran potencia, como lo describió el presidente Putin antes de la reunión de Delhi, con el que dialogar en pie de igualdad en los próximos años para defender y profundizar una relación indispensable para no dejarse engullir cada uno por sus respectivos y más poderoso aliado de referencia, como decía en el párrafo anterior.

Si la enemistad ruso-china tuvo repercusiones globales, lo mismo puede decirse del acercamiento actual. Ambos escenarios tienen un impacto en India: el primero históricamente, el segundo en perspectiva. Moscú es uno de los viejos amigos de Delhi, a quien recurrir cuando se ha tenido que procurar no ya sólo de las armas necesarias para mantener un alto perfil militar, sino también un apoyo político invaluable en múltiples asuntos regionales. La transferencia de tecnología militar también fue un aspecto importante de la relación ruso-china, tanto antigua como nueva; lo que cambia ahora es el fortalecimiento de los lazos económicos y financieros bilaterales, incluida la creciente inversión de China en Rusia.

India no quiere y no puede ver esta situación como un juego de suma cero, por tal motivo ha tratado de involucrar tanto a China como a Rusia de manera bilateral y en diferentes contextos internacionales, desde el RIC (Rusia, India y China) hasta la Organización para la Cooperación de Shanghai (SCO), pasando por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Dada la desproporción de fuerzas entre Rusia y China, no debería sorprender que los rusos a menudo vean a la India como un medio para equilibrar la segunda.

India también ha tratado de mejorar sus relaciones con Rusia.La primera cumbre informal entre los dos países, celebrada en 2018, señaló la intención de India de duplicar las compras de armas rusas. Por lo tanto, Delhi ha firmado contratos por valor de 15 mil millones de dólares, a pesar de la amenaza estadounidense de sanciones. Las compras incluyen el sistema de misiles S-400. Ambas partes destacaron la necesidad de desarrollar la débil relación económica en el sector civil. Se ha establecido un diálogo económico-estratégico para identificar áreas problemáticas y abordarlas. Un paso importante fue la invitación de Moscú a la India para invertir en el Lejano Oriente ruso, seguida de la decisión de celebrar la cumbre bilateral anual de 2019 en Vladivostok. La reunión tuvo lugar del 4 al 5 de septiembre como parte del quinto Foro Económico del Este (EEF), donde Modi fue el invitado de honor.

Con la salvedad de las decepcionantes experiencias pasadas, ya existe desde un tiempo reciente un renovado interés por parte de India en el Este de Rusia. Además de delegaciones de empresarios, primeros ministros de cuatro estados de India viajaron a la región en un grupo liderado por el Ministro de Comercio e Industria, identificando diamantes, petroquímicos, madera y turismo como áreas de interés potencial. Otro evento significativo son las discusiones sobre el desarrollo de un corredor marítimo entre Chennai y Vladivostok. Ambas partes presionan para que la UE y la India firmen un acuerdo comercial, con lo que Rusia conseguiría equilibrar mucho más a China... y esto interesaría a Estados Unidos y los AUKUS, salvo por el hecho de que entonces los europeos tendrían la sartén (muy) por el mango.

Un sector clave para la cooperación entre los dos países sigue siendo la energía, que en los últimos años ha experimentado inversiones en upstream (extracción) y downstream (transporte y distribución), por lo que Rusia se ha convertido en una fuente de gas natural para la India. El sector financiero también está mostrando signos prometedores. Los dos países ya alcanzaron la meta de 30 mil millones de dólares de inversión bilateral fijada para 2025, la mayor parte de la cual obviamente en el sector energético.

India apunta abiertamente a contrarrestar la influencia china en su patio trasero a medio y largo plazo y a ofrecerse para Europa y Occidente en general como fiel de la balanza en términos económicos y estratégicos con respecto a China pero en una relación en la que Delhi consigue lanzarse a un rango de gran bloque geopolítico. Carece de los recursos necesarios para ser un actor importante en el noreste de Asia, pero con Japón y Corea del Sur puede marcar la diferencia y los rusos no desdeñan esta perspectiva, ya que les permite no depender completamente de Beijing, y no digamos si conectan a Europa por el otro lado "uniendo a todos en Rusia". Aún quedan cuestiones importantes por abordar.