Buenos días y buena semana,

Empezamos hoy lunes repasando la situación en el Bajo Don. A última hora de la tarde del pasado 18 de noviembre, se produjeron potentes explosiones dirigidas por el gobierno en los extrarradios de Donetsk, en concreto en la ciudad de Yasynuvata, en el Óblast de Donetsk, en el este de Ucrania. Las explosiones, cada vez más potentes y frecuentes, en la línea de contacto del Donbás son una clara manifestación del clima que se puede palpar entre Ucrania y Rusia.

El levantamiento de las restricciones aduaneras entre las repúblicas separatistas del este de Ucrania y la Federación Rusa, a lo que hay que sumar la suspensión del suministro de gas y carbón, totalmente esenciales a las puertas del invierno, es una suerte de cóctel que al agitarse y servirse genera una evidente histeria entre las autoridades de Kiev. La libre circulación de bienes y personas entre las capitales rebeldes (Lugansk y Donetsk) y la Federación de Rusia, anhelada por el presidente Vladimir Putin, y en un contexto de plena ausencia de la supervisión de la OSCE, es percibida como una fórmula que propicia y asegura un flujo continuo de armas, municiones y asistencia militar a las fuerzas separatistas. Esto anularía la costosa ayuda intermitente de los socios occidentales, como la reciente reserva de 80 toneladas de munición por valor de 60 millones de dólares de Estados Unidos, tal y como anunciaba la propia embajada estadounidense en Kiev el pasado 14 de noviembre en su perfil de Facebook.

Los motivos de preocupación de Kiev crecen ante los 28 programas de unión estatal entre Rusia y Bielorrusia, que ambos países vecinos aprobaron el 4 de noviembre. Más que tratarse de acuerdos específicos y con una clara dirección, el paquete de programas lo que en verdad hace es trazar una línea de conducta a seguir para armonizar los diferentes sistemas legales de los dos países. Especialmente en materia fiscal, aduanera y militar. Los intereses de Rusia y Bielorrusia convergen tanto en el ámbito económico como en el de seguridad.

Las declaraciones de Putin se centraron en el desarrollo "en todas las esferas económicas, sin excepción", mientras que las de Lukašėnka se centraron en "la unificación de nuestras tropas a nivel regional". Vamos a ser claros: las prioridades de Rusia y Bielorrusia son inversas, pero el hecho de que ambos presidentes quisieran enfatizar las preocupaciones del otro indica dos cosas:

1/ La geopolítica de ambas naciones es interdependiente; y,

2/ Tanto Putin como Lukašėnka quieren enfatizar que son indispensables para la otra parte.

Mediante la integración militar, la Federación de Rusia mantiene las tropas y la infraestructura euroatlántica a distancia de sus fronteras y rodea militarmente a Ucrania por el norte. A través de una mayor integración económica, Bielorrusia se asegura la subsistencia fiscal y la seguridad energética, ya que el gas se suministra a una décima parte del precio de mercado. A través de la cooperación aduanera y de inteligencia, ambos cuentan con evitar revueltas de color exógenas en la brecha abierta en Bielorrusia, y con potencial de contagio en Rusia, destinadas a expulsar a Lukašėnka del poder y fomentar una mayor inestabilidad cerca de las fronteras rusas.

Gracias, en parte, a la nueva doctrina militar conjunta, Moscú gozará de una mayor presencia en la brecha bielorrusa. La posibilidad de que el Kremlin despliegue sistemas de misiles tácticos Iskander-M en el país satélite no es percibida por el Estado Mayor ucraniano como un simple mensaje a los países de la OTAN, sino como una respuesta concreta al uso de los drones turcos Bayraktar Tb2 en el Donbás. Si su derribo cuando se están operando resulta ser particularmente difícil, el uso de baterías terrestres contra los vehículos aéreos no tripulados estacionados en las bases aéreas ucranianas parece más fácil y eficaz. La asociación entre Vladimir Putin y Alyaksandr Lukašėnka no deja ningún espacio del vasto terreno ucraniano a salvo de los misiles tácticos rusos.

No debemos olvidar que Bielorrusia cuenta con una clara posición estratégica entre Rusia y la OTAN, al hallarse a medio camino entre ambas, pero también para China, ya que Minsk mira en gran parte hacia el este, hasta Pekín, donde cabe destacar el proyecto impulsado por la República Popular de China llamado Great Stone, una zona económica exclusiva que supera los 112 kilómetros cuadrados a poca distancia de Minsk y cuya idea es ser el cuartel general de empresas de todo el mundo con inversiones que oscilan entre los 5 y los 6 mil millones de dólares, en su mayoría copados por Pekín, al hallarse en las rutas ferroviarias de la seda entre China y Europa y ser la lanzadera para las inversiones chinas hasta el corazón de Alemania en Erfurt. Desde el punto de vista de la OTAN, la posición de Bielorrusia favorece el acceso a la brecha Suwalki, el estrecho corredor terrestre que supera Polonia y las repúblicas bálticas, ya que en caso de guerra Moscú podría cerrar inmediatamente dicha brecha con el enclave de Kaliningrado, clave para la protección de Rusia.

Por no hablar de la triangulación comercial entre Rusia, Bielorrusia y Alemania, que es la vía que tienen rusos y alemanes se saltarse el bloqueo comercial.

¿Cómo debe leerse en este contexto el renovado activismo bélico de Kiev en el este del país? Sin duda como un intento de captar la atención de Washington, así como el apoyo del Departamento de Defensa de Estados Unidos, el único capaz de evitar una agresión rusa a gran escala y de favorecer la adhesión de Ucrania a la OTAN. El secretario Lloyd Austin en una visita a la capital ucraniana precisamente el mismo día 18 de noviembre renovó el apoyo de Estados Unidos a la causa de Kiev, pero postergó la cuestión de la ampliación de la Alianza Atlántica.

Que la actitud ucraniana sea ganadora o no tiene poca importancia para los estrategas del otro lado del Atlántico. Lo único que importa es el efecto de desgaste que la guerra por delegación tiene sobre el rival ruso.