Los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Cómo mueren las democracias), de la Universidad de Harvard, han estudiado durante dos décadas la forma en que se ha experimentado una caída de varias democracias tanto en Europa del periodo de entreguerras como en la región Latinoamericana durante los años 70 del pasado siglo XX, y la conclusión a la que llegaron es que las democracias ya no caen tanto mediante un estallido revolucionario o un golpe militar que usa la coacción, sino mediante nuevas formas que conducen hacia un lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, minando el sistema jurídico, la prensa, organismos de seguridad y de inteligencia, y erosionando las normas políticas consolidadas, incluyendo el diseño de un nuevo sistema electoral que les beneficia para sus fines en cuanto les es posible y llegando a derogar derechos al voto, y que finalizan en nuevas formas de autoritarismo desde un liderazgo construido a través de presidentes o primeros ministros. A esta forma de actuar se le llama "Constitutional Retrogression" o "regresión constitucional" por parte de los expertos en derecho constitucional Aziz Huq y Tom Ginsburg.

Tal y como recogen Huq y Ginsburg, una democracia liberal constitucional puede degradarse sin derrumbarse, y citan los ejemplos de Hungría y Polonia, ya que los gobiernos elegidos se apresuraron ambos a promulgar un conjunto de cambios legales e institucionales que simultáneamente eliminan la competencia electoral, socavan los derechos liberales de participación democrática y mutilan la estabilidad y la seguridad jurídicas. Y conviene resaltar precisamente lo que acabamos de ver aquí: que muchas de las prácticas que conducen hacia el autoritarismo se "ocultan bajo la máscara de la ley", cuyo punto final modal es un régimen híbrido que no es ni una democracia pura ni una autocracia sin restricciones, sino que incluye elementos de ambas. En raras ocasiones, los elementos democráticos retroceden lo suficiente como para que, incluso en ausencia de un cambio de régimen abierto, la situación se caracterice adecuadamente como autoritaria, aunque la línea hacia la autocracia se vuelve cada vez más fina y el contexto social y de transición de hegemonía, junto al hipernacionalismo y la defensa del neoliberalismo son los elementos que podrían romper esa fina línea y llevar hacia el autoritarismo.

Los últimos años muestran un aumento tanto de los regímenes autoritarios como de los híbridos, con un ligero retroceso del número de democracias a nivel mundial.

Esto es lo que Huq y Ginsburg llaman retroceso constitucional y que definen como un proceso de decadencia incremental (pero en última instancia todavía sustancial) en los tres predicados básicos de la democracia: competencia electoral, derechos liberales de expresión y asociación, y el Estado de Derecho. Esta definición pretende recoger los cambios en la calidad de la democracia que:

(1) Son por sí mismos de carácter incremental y tal vez inocuos;

(2) Ocurren más o menos al mismo tiempo; y

(3) Implican el deterioro de:

a) La calidad de las elecciones,

 b) Los derechos de expresión y asociación, y

c) El Estado de derecho.

El retroceso sólo se produce cuando se produce un cambio negativo sustancial a lo largo de los tres márgenes. Sólo cuando se produce un cambio sustancial a lo largo de los tres predicados institucionales de la democracia es probable que se ponga en peligro una calidad a nivel de sistema como la contestación democrática. También se señala que mientras que un cambio negativo en cualquiera de los márgenes podría reducir la calidad del rendimiento democrático, el retroceso corre el riesgo de un cambio mayor hacia una democracia no liberal, o incluso hacia un sistema democrático de partido único no competitivo. En un destacado análisis de la democratización, Samuel P. Huntington ha argumentado en su libro "La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX" que "el fracaso sostenido del principal partido político de la oposición para ganar cargos plantea necesariamente cuestiones sobre el grado de competencia que permite el sistema". Por consiguiente, se distingue de la reversión autoritaria por tres razones: en primer lugar, se produce lentamente; en segundo lugar, implica mecanismos diferentes; y en tercer lugar, su punto final modal es el cuasi-autoritarismo (aunque es posible un mayor deslizamiento hacia el autoritarismo, como ya ha alcanzado y consolidado el ejemplo ruso).

Ya que la regresión se produce de forma fragmentaria, implica necesariamente muchos cambios graduales en los regímenes jurídicos y las instituciones. Cada uno de estos cambios puede ser inocuo o incluso defendible de forma aislada. Sólo por su efecto acumulativo e interactivo alcanzamos los elementos que nos permite definirlo como regresión constitucional, si atendemos a una perspectiva que abarque a todo el sistema. De la misma manera que la democracia, el liberalismo y el Estado de derecho constitucional son propiedades de los sistemas políticos en su conjunto, su degradación no puede comprenderse sino desde una perspectiva sistémica.

Otra forma de erosión democrática es la reversión autoritaria, que implica una rápida y completa ruptura de la política democrática y su sustitución por el autoritarismo. Pero tal y como demuestran Huq y Ginsburg en "How to Lose a Constitutional Democracy", desde que finalizó la Guerra Fría, la inmensa mayoría de las quiebras democráticas no han venido desde el sector golpista militar, más bien desde los propios gobiernos electos, a través de dirigentes electos por la población que han subvertido las instituciones democráticas, como pueden ser los casos de Turquía, Rusia y Ucrania, Polonia, Filipinas, Georgia, Hungría, Sri Lanka, Venezuela, o las acciones llevadas a cabo por la actual hegemonía del Partido Republicano en Estados Unidos, etcétera.

Es clave entender que en este proceso, la Constitución y otros elementos fundamentales de una democracia nominal siguen vigentes, la población acude a las urnas empleando también el referéndum, o incluso dando una fuerte preponderancia a este mecanismo, particularmente con la cadena de referéndums a partir de la consulta hecha sobre la Constitución Europea de 2005, que han tomado la vía de ser una cadena de consultas rupturistas o hasta rebeldes y que han venido muy asociadas al auge del populismo en general y de un posicionamiento ultrapatriótico, referéndums situados en clave de ira o combate y que tiene una particular fuerza a partir de 2014, en la línea de revivir las cadenas de referéndums en el espacio socialista al finalizar la Guerra Fría, y mientras en ese momento era Occidente o Yeltsin en Rusia los motores de esa oleada de referéndums, ahora por una acción de espejo para la ofensiva neoconservadora, neoliberal, usada tanto por la "derecha" como por la "izquierda" viene impulsada por la esfera de influencia de Rusia y afines. De hecho, a la luz de los efectos históricos de su aplicación en los últimos años, se pueden sacar una serie de conclusiones inquietantes cuando la política plebiscitaria se ha utilizado para institucionalizar la discriminación y el racismo en campañas contra los derechos de las minorías, donde también destacaría el neofascista suizo James Schwarzenbach, que en 1970 organizó el Comité de Acción contra la Dominación extranjera de los pueblos y de la patria, cuya influencia llega hasta hoy día a través del Partido Popular Suizo (SVP) y el movimiento "Alto a los minaretes": de hecho, se puede establecer una relación directa entre democracia directa, racismo y extrema derecha, tal y como este documento señala. Hay un interesante estudio sobre este aspecto en el capítulo 2, "Las urnas de la ira", del libro de Lapuente (2015), "El retorno de los chamanes".

En fin, es interesante destacar que muchas de las medidas gubernamentales que subvierten la democracia vienen aprobadas mediante las asambleas legislativas o bien los tribunales, incluso bajo el barniz de emprenderse para mejorar la calidad democrática, reforzar el poder judicial, combatir la corrupción o lograr un proceso electoral más optimizado; la prensa o bien practica la autocensura o bien se halla bajo soborno o amenaza a través de leyes de libertad de expresión, presión de masas manipuladas por medios de comunicación afines a esta dinámica de cambio sistémico, o incluso proteger delitos de odio vinculados con un supuesto ataque ideológico/religioso, y que también van limitando, paso a paso, la libertad de expresión y hasta de reunión de las personas recurriendo a la cárcel o a algo más sutil como impuestos, o mejor dicho exacciones, problemas legales derivados de hacer uso de sus derechos civiles, etcétera.

El sistema constitucional se basa en gran medida en la indulgencia, pues el sistema funciona mejor cuando los políticos de todo el espectro ideológico despliegan sus prerrogativas institucionales con moderación, y con ello evitan aplicar la letra de la ley de una manera contraria al espíritu de la ley, lo que a veces se denomina política dura constitucional. Cuando las democracias contemporáneas mueren, por lo general lo hacen a través de la dureza constitucional. Los principales agresores de la democracia hoy en día son políticos que destripan la esencia de la democracia detrás de una fachada cuidadosamente elaborada de legalidad y constitucionalidad. Mediante el uso de "tácticas de salami", rebanando la democracia una tajada a la vez, es decir que lo hacen de forma incremental y gradual.

Las rupturas democráticas contemporáneas son mucho más difíciles de identificar porque, en las instantáneas del momento, pueden imitar los típicos actos de pugna política para ganar ventaja que son rutinarios incluso en las democracias sanas, fruto de las formas políticas y del contexto social, laboral y de los diferentes actores que buscan influir utilizando los medios con los que cuentan o creándolos ad hoc.

En definitiva, se crea una verdad oficial que se difunde permanentemente por medios de comunicación afines y redes sociales, con un combustible social que prende la mecha, señalándose un enemigo o recurriendo a una falsa dicotomía sobre el adversario político ("todos los partidos políticos son iguales", de ahí que sólo "haya una esperanza" en un movimiento popular... que casualmente defiende exactamente lo mismo que el partido que está asaltando el poder para subvertir el sistema... y que halla espacio en medios de comunicación bien financiados). Si es preciso, el uso de cierta violencia, incluso de las masas, se ejecuta contra las "conspiraciones" de los adversarios, cuando la sátira o la burla no funcionan lo suficiente.

Pero vamos a sintetizarlo. De acuerdo con destacados estudiosos de la democracia, como Sheri Berman, Larry Diamond, Timothy Snyder, Kim Lane Scheppele, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, los aspirantes a autoritarios modernos tienden a emplear las mismas siete tácticas básicas en la búsqueda del poder:

 1) Intentan politizar las instituciones independientes.

 2) Difunden desinformación.

 3) Engrandecen el poder ejecutivo a expensas de los controles y equilibrios.

 4) Acallan las críticas y la disidencia.

 5) Se dirigen específicamente a las comunidades vulnerables o marginadas. 

 6) Trabajan para corromper las elecciones.

 7) Atizan la violencia.

Estas estrategias son interdependientes y se refuerzan mutuamente. Cualquier acontecimiento, elemento y acción que encaje en al menos una de las siete partes probablemente se entienda mejor en este contexto sistematizado autoritario en su conjunto.

En definitiva, la indignación irreflexiva alimenta: la confrontación social, el tribalismo, además de que el enfado desincentiva la cooperación, con lo que unos grupos sociales castigan más a los otros, con una dialéctica de agravios y desagravios en la que entra la llamada sátira, cuando lo que quieren decir con sátira es destruir personas, colectivos, ideas que se contraponen a la ofensiva que pagan desde diferentes medios unos "oligarcas" que pugnan para defender sus intereses. Como ya he explicado, y reflexionado sobre ello, estamos en la reedición de la forma en que los oligarcas atenienses lucharon contra los demócratas atenienses usando a las masas halagándolas, explotando su situación social y otros factores para conseguir sus objetivos.

Las nuevas extremas derechas resultan ser un actor político en todo el mundo occidental y no occidental, ya no hay excepciones, tengan una fuerte presencia en los parlamentos, condicionen gobiernos a diferentes niveles o, incluso, los encabecen.

Al respecto, cabe señalar junto a Klaus von Beyme (en su libro, "Right-wing Extremism in Western Europe") diferentes olas ultraderechistas que nos sirven para intentar explicar y clasificar la evolución de la extrema derecha tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial:

1/ 1945-1955, el fascismo trata de reubicarse en Europa Occidental en la hegemonía impulsada por la hegemonía construida por Estados Unidos en un contexto democrático y pluripartidista, y lo hacen fundamentalmente a través de partidos políticos, como el MSI de Italia o mediante asociaciones que se plantean como grupos de apoyo a excombatientes y los familiares;

2/ 1955-1980, en la que aparecen tanto partidos como movimientos políticos que se plantean como la oposición, fundamentalmente, al americanismo o la versión hegemónica del cosmopolitismo, la cual se construye siguiendo a Kant y a Hegel, que toma como referencia el mercado pasado por el matiz igualitarista derivado de los impuestos y de la forma en que se desarrolla una política industrial fordista y se construye un pilar, también igualitarista, sobre las minorías étnicas, las mujeres y los homosexuales: liberalismo, cosmopolitismo y globalismo construidos sobre la técnica. Esto vertebró movimientos como el poujadismo en Francia o los Partidos del Progreso en Noruega y Dinamarca; pero también implicó una reformulación del fascismo a través del Frente Nacional británico o bien el Partido Nacionaldemócrata de Alemania;

3/ Con el fin del keynesianismo y del eje en la igualdad, el desplazamiento hacia la hegemonía del neoliberalismo y un aumento de la inmigración a lo largo de los años 1980 alcanzaron nuevos partidos unos éxitos electorales, caso de Vlaams Blok (en la Bélgica flamenca), el entonces Frente Nacional de Francia, FPÖ en Austria o el Partido Popular Suizo. Además, en el antiguo espacio socialista, y fruto de la deriva del socialismo real y soviético, la ultraderecha, amalgamada con espacios llamados de "izquierda" se cimentaron en la Europa oriental.

4/ Con el nuevo milenio tendríamos una cuarta ola que se basa en los diferentes consensos construidos en las formaciones de la ultraderecha y su entrada en el espacio principal de acción política, siendo tomados como socios aceptables de coalición por las derechas tradicionales fruto de una radicalización de las posturas del sistema político establecido, tal y como señala Cas Mudde (2021) en su libro "La ultraderecha hoy".

Llegamos pues a la construcción de una nueva vuelta de tuerca al concepto "populista", sobre el cual Jan-Werner Müller (2017) sostiene en su libro "¿Qué es el populismo?" que el núcleo del populismo es un rechazo extremo de la diversidad; los populistas afirman siempre que ellos, y sólo ellos, representan al pueblo y sus auténticos intereses, abarcando ya la derecha, la izquierda o una mezcla de ambas: de tipo de derecha radical, de tipo neoliberal o social/de izquierdas. O en palabras de Cas Mudde y de Cristóbal Rovira Kaltwasser (2019, 33), el populismo es "una ideología delgada que considera que la sociedad está dividida básicamente en dos campos homogéneos y antagónicos, el 'pueblo puro' frente a la 'élite corrupta', y que sostiene que la política debe ser la expresión de la voluntad general del pueblo", tal y como se recoge en su libro "Populismo. Una breve introducción". También Ferran Sáez Mateu (2018), en su libro "El populisme. El llenguatge de l'adulació de les masses" razona que el populismo consiste en generar un lenguaje que adula a las masas para manipularlas y usarlas para los fines del manipulador. Benjamin Moffitt y Sebastian Tormey pasan a definirlo como un estilo político que apela al pueblo como portador de la soberanía al que se opone una élite corrupta en un contexto de percepción de crisis o amenaza y que es conducido mediante lo políticamente incorrecto. Laclau podría proponerse como una suerte de síntesis en una clave de interpretación gramsciana en la que el populismo es una lógica para alcanzar la hegemonía.

Steven Forti en su libro "Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla" añade la siguiente síntesis que nos ayuda a precisar, cuando señala que: "Nadia Urbinati apunta que el populismo establece una relación parasitaria con la democracia representativa y «define ex ante la sustancia [del pueblo] para oponerlo a lo que no es el pueblo», decretando una «exclusión ontológica e inmutable». La politóloga italiana subraya también que el líder populista quiere «una identificación emotiva más que una demanda de accountability». Por su lado, Jan-Werner Müller añade que todo populismo es «una forma de política identitaria» cuyo postulado principal es «una forma moralizada de antipluralismo». Asimismo, Mudde y Rovira Kaltwasser recuperan en su análisis la noción de heartland acuñada por Paul Taggart –«la idea populista de comunidad y territorio que retrata una identidad homogénea supuestamente auténtica e incorruptible»– y el elemento del «estilo paranoico en la política» –la creencia populista de que el poder no reside en los líderes elegidos democráticamente, sino en ciertas fuerzas en la sombra– puesto de relieve hace décadas en el contexto norteamericano por Richard Hofstadter".

En este sentido, Taguieff (2007) afirma que la proliferación de las etiquetas "populistas" provendría de la confusión de dos vocablos rusos, народничество [narodnicestvo], relacionado con cultura política y una orientación ideológica, pues es un movimiento de cierta orientación socialista del siglo XIX en Rusia que creía que la propaganda política entre el campesinado conduciría al despertar de las masas y, a través de su influencia, a la liberalización del régimen zarista, pero que reniega del proletariado industrial a pesar de creer en un comunismo agrario, algo también muy vinculado a la asociación de sagrada de la tierra en ciertas tradiciones rusas. Debido a que Rusia era un país predominantemente agrícola, los campesinos representaban a la mayoría del pueblo; y, популизм [popoulizm], aspecto vinculado a la retórica, una forma de demagogia moderna.

Para el movimiento populista tendríamos también "olas":

1/ Finales del siglo XIX cuando aparece el término entre los naródniki –es decir, populistas– rusos, el Partido del Pueblo estadounidense y el movimiento boulangista en la Francia de la Tercera República.

2/ Mediados del siglo XX momento en que, además de movimientos peculiares en Europa, como L’Uomo Qualunque (El Hombre Cualquiera), conocido como qualunquismo, en la Italia de finales de la década de los cuarenta y el poujadismo en la Francia de los cincuenta; esta ola tuvo su epicentro principalmente en América Latina, con las experiencias de los gobiernos de Getúlio Vargas en Brasil y Domingo Perón en Argentina, los primeros casos en que el populismo se convirtió en una fuerza de gobierno.

3/ Último cuarto del siglo XX y abarcaría fenómenos tan diferentes como las primeras formaciones de la nueva ultraderecha, como el FPÖ o el Frente Nacional francés, que recoge una de las líneas del poujadismo, los etnorregionalismos identitarios, caso de la Lega Nord de Umberto Bossi, y ciertos líderes neoliberales, como Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Silvio Berlusconi, además de toda una serie de políticos surgidos del espacio postsoviético, caso de Boris Yeltsin y Vladímir Zhirinovski, el serbio Slobodan Milošević, los polacos Lech Wałęsa y Stanisław Tymiński, políticos estadounidenses como Ross Perot, o los líderes latinoamericanos Carlos Menem y Alberto Fujimori, que serían propiamente la segunda ola populista latinoamericana de corte neoliberal o neopopulismo, y luego llegaría una tercera ola populista latinoamericana que siguió al cambio de siglo con Hugo Chávez como punta de lanza, seguido de Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (Ecuador), Daniel Ortega (Nicaragua), Fernando Lugo (Paraguay).

4/ Una ola telepopulista o cyberpopulista, caso del berlusconismo y del M5S respectivamente, tal y como recoge Roberto Biorcio (2015) en su libro "Il populismo nella politica italiana. Da Bossi a Berlusconi, da Grillo a Renzi". Steven Forti recoge la propuesta de situar a Emmanuel Macron en Francia o Andrej Babiš en República Checa en el tecnopopulismo, es decir, de populismo tecnocrático.

El tecnopopulismo surge de una desconexión entre la política y la sociedad: lejos de resolver esta separación, los tecnopopulistas la exacerban, erosionando los fundamentos de la representación democrática. De manera tal que, en no pocos sentidos, la lucha en las democracias contemporáneas se plantea entre dos maneras enfrentadas de combinar las apelaciones al “pueblo” y a la “experiencia o habilidades", techne, referencia a los reyes-filósofos platónicos del diálogo de La República en la utópica ciudad-estado de Calipolis, que gobiernan en lugar del demos. Esta síntesis es a lo que llamamos tecnopopulismo.

Los dos elementos opuestos en el tecnopopulismo dicen poseer un tipo específico de “verdad” política, ya sea en forma de una concepción concretizada de la voluntad popular (la “gente real”) o en forma de un tipo específico de conocimiento al que los tecnócratas dicen tener acceso, además de que ambos se oponen a la llamada democracia de partidos en la definición de Manin (1997), ya que ambos se oponen a una concepción de la política como una lucha abierta y sin fundamento entre intereses y valores enfrentados dentro de un conjunto de procedimientos aceptados por todos. Estamos ante la formación del "gentismo", una categoría todavía más genérica e indistinta que el "pueblo", en la que se hurta toda identificación socioeconómica. De acuerdo con Nadia Urbinati, el gentismo es "la reacción de la gente común contra los adeptos, de los ciudadanos ordinarios contra aquellos que desempeñan una función de dirección política. [...] La gente está formada por los ciudadanos de las encuestas —es el tribunal supremo. Es el conjunto genérico de ciudadanos que están fuera de las instituciones": el laboratorio italiano fue precursor de esta "categoría" a raíz de los sucesos vinculados a la Tangentopoli y la desaparición de los grandes partidos de masas entre los años 1992 y 1994, que dio paso al populismo neoliberal optimista de Berlusconi, y desde allí a la furia de nuestros días, tal y como reflexiona Bianchi (2017).

Por tal motivo, tanto los populistas como los tecnócratas centran su atención en atacar dos elementos, con mucha claridad: los políticos profesionales y los partidos políticos, además de ser muy críticos con cualquier otra forma de intermediación de intereses organizada que se establezca entre el ciudadano común y el Estado, ya se trate de los sindicatos o de la organización de medios. Si los populistas consideran a los partidos y grupos de interés como ejemplos de un sistema corrupto y egoísta, los tecnócratas los definen como “buscadores de rentas”, grupos de intereses propios cuya influencia debe ser eliminada del cuerpo político. Para el populista y el tecnócrata, los sistemas de partidos o las formas organizadas de defensa de intereses son ilegítimos porque violan su búsqueda de una política de la generalidad, una forma de política basada en una apelación a la población en su conjunto más que a un subconjunto o subconjunto específico o parte de la población, de la que invariable se expulsa, por parte de ambos, a aquellos que no son "la gente" de acuerdo con su propia definición.

Este elemento choca con la forma de hacer política durante gran parte del siglo XX, cuando la política democrática no se estructuró en torno a pretensiones competitivas de representar al “pueblo” en su conjunto excluyendo a los no votantes o afines en términos taxativos ni se planteaba en términos de poseer la “experiencia” necesaria para traducir su voluntad en políticas: mientras se acepte el juego democrático existe un consenso y todo lo que se hace en esos marcos representa al pueblo, pues esa es la lógica de la democracia, y la experiencia viene asociada al aparato de la administración. Las ideologías partidistas de la izquierda y la derecha estaban arraigadas en los intereses y valores particulares de grupos específicos de la sociedad y ambas llegan como hijas de la Ilustración.

Siguiendo a Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan en su tesis recogida en 1967, cuando evaluamos las condiciones de la democracia es preciso centrarse en la institucionalización de los clivajes, es decir, la creación de partidos políticos estables. La democracia significa el gobierno del pueblo, el demos, un sistema en el que una mayoría puede seleccionar a los que están en la cúspide de la política, los titulares de los cargos, un sistema en el que los votantes pueden influir, determinar, las políticas aplicadas por sus dirigentes. Las desigualdades de origen social, de estatus, de riqueza, de rasgos personales, de inteligencia, pueden estar asociadas a diversos grados de influencia, pero esencialmente en las pequeñas políticas democráticas el pueblo puede afectar a los resultados políticos.

Así, Lipset y Rokkan (1967) trataron de especificar la forma en que los partidos del sistema de partidos de Europa Occidental y Occidente en general surgieron y se estabilizaron alrededor de divisiones sociales básicas. Para lo cual, señalaron cuatro fuentes de tales divisiones:

1/ La clase social. En este sentido, Alexis de Tocqueville escribió sobre el conflicto inherente entre la "aristocracia" (o bien los órdenes privilegiados de cada sistema) y los pobres, los que no tienen propiedades: "Afirmo que las pasiones aristocráticas o democráticas pueden detectarse fácilmente en el fondo de todos los partidos". En La democracia en América (2020), llegó a la conclusión de que el rechazo a la desigualdad por parte de los más desfavorecidos era endémico a la estratificación. "Existe, de hecho, una pasión varonil y legítima por la igualdad... que impulsa a los débiles a intentar rebajar a los poderosos a su propio nivel...". Anticipó su triunfo final una vez que surgió la idea de la igualdad, ya que había muchos más desfavorecidos económicamente que aventajados. No obstante, Tocqueville reconoció una tensión constante en las comunidades libres entre las fuerzas que pretendían limitar la autoridad del pueblo y las que servían para ampliarla. Karl Marx, subrayó la continuidad de la lucha de clases, pero él llamó la atención sobre las formas en que el poder y la hegemonía cultural, usado en un sentido gramsciano este término, hacía que los estratos superiores produjeran una "falsa conciencia", que suponía una aceptación de los valores derivados de los privilegiados por parte de los oprimidos. Lipset y Rokkan señalaron la aparición de otros tres clivajes históricos, además del de clase, resultado de dos convulsiones, la Revolución política y la Revolución Industrial, que produjeron diversas luchas sociales que se vincularon a las divisiones de los partidos y al comportamiento del voto.

2/ La revolución política, dio lugar a un conflicto Centro-periferia entre el sistema nacional y diversos subordinados, caso de grupos étnicos, lingüísticos o religiosos, a menudo situados en las periferias, y a una tensión Iglesia-Estado entre el creciente Estado, que pretendía dominar, y la Iglesia, que intentaba mantener sus derechos corporativos históricos.

3 y 4/ La revolución económica dio lugar a dos conflictos de clase: una lucha entre la élite terrateniente y la creciente clase burguesa, seguida de la escisión en la que se centró Marx, la existente entre capitalistas y trabajadores.

Estas cuatro fuentes de escisión han proporcionado un marco para la mayoría de los sistemas de partidos de las políticas democráticas y han sido el fundamento de izquierda y derecha, pero de acuerdo con Lipset y Rokkan la clase ha sido la fuente más destacada del conflicto político, del apoyo a los partidos y del voto, sobre todo después de la ampliación del sufragio a todos los varones adultos y de ahí en adelante. Las expresiones partidistas de los cuatro modelos de clivaje han variado entre desarrollos en los sistemas multipartidistas y se han condensado en amplias coaliciones en los bipartidistas, como los de Estados Unidos o Australia. A partir de aquí, las divisiones se han institucionalizado alrededor de un momento de cristalización en la época de la Primera Guerra Mundial, con un elemento a reseñar vinculado con el ascenso y la desaparición de los movimientos fascistas, y con la división de los partidos de la clase obrera en dos, socialistas o socialdemócratas y comunistas en Europa Occidental. Esta última división despareció en gran medida desde el colapso de la Unión Soviética.

El modelo de Lipset-Rokkan también percibía en ese momentos potenciales alineamientos sociales, que aparecen fruto del proceso histórico de los desarrollos sociales y económicos.

El caso es que, fruto de la hegemonía estadounidense, partiendo de Kant y Hegel, y con un énfasis en la igualdad económica construida sobre los pilares de los impuestos y de la industrialización, por un lado; y, por otro lado, la ofensiva de los derechos civiles como segundo pilar igualitarista, que comportó la creación de estados de bienestar, un avance masivo en los derechos de las mujeres, la eliminación de la discriminación racial avalada por el Estado y la incorporación de las minorías étnicas, a lo que se añaden las revoluciones culturales de los años sesenta, y la respectiva contrarrevolución que tuvo dos pilares y que cristalizan alrededor de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist, por un lado, y por el otro, el pilar del neoliberalismo. A esto siguió un nuevo modelo basado en una enorme expansión de los empleos no manuales y la consiguiente expansión de las economías del sector servicios. El resultado fue una desconexión fundamental entre la sociedad y la política.

Con la contrarrevolución que pasó a ser una revolución neoliberal y neoconservadora muy agresiva, los sistemas de partidos en el eje derecha e izquierda se quedaron “congelados” alrededor de estas dos categorías ideológicas que se habían cristalizado por primera vez más de un siglo antes y que se habían definido alrededor de la Primera Guerra Mundial. Hasta bien entrada la década de los ochenta del pasado siglo, los sistemas de partidos se parecían bastante a los de hace casi cien años; incluso los nombres de los partidos no habían cambiado, mientras que las transformaciones de la estructura económica socavaban la tradicional distinción de clases entre proletariado y burguesía. A esto se añade un proceso generalizado de secularización que resta relevancia de la distinción entre ciudadanos religiosos y no religiosos, a lo que se suma una movilización cognitiva que primero hizo que los grupos de votantes estén mucho menos dispuestos a dar por sentadas las plataformas de los partidos y a seguir instrucciones sobre cómo votar, aspecto que viene impulsado por el empobrecimiento de las clases medias y la ira.

De tal manera que llegamos a esta situación tecnopopulista que manifiesta la creciente separación entre política y sociedad, y que se fundamenta en un hecho lógico, y que una vez que los aspirantes a un cargo electoral dejan de rendir cuentas a clases o grupos específicos dentro de la sociedad, los representados en los tradicionales ejes de izquierda y derecha, en ese momento se pasa a pelear en una lógica neoliberal y muy jerarquizada mediante la apelación a intereses y valores de la sociedad en su conjunto, pasando a ser el demos una masa indiferenciada de electores individuales y objeto de una manipulación masiva en unas condiciones óptimas y que persigue cerrar la revolución neoliberal atacando los pilares de derechos civiles y escondiendo las consecuencias de una sociedad totalmente neoliberal: hipernacionalista, más empobrecida, menos igualitaria, más autoritaria, y con más tendencias al conflicto al estar muy jerarquizada y alejada del plano de horizontalidad propio de la sociedad que se construye a partir de New Deal en ambos lados del Atlántico.

Es decir, que ya sea que hablemos de la concepción populista del “pueblo” o mejor dicho, "de la gente", como que hablemos de la suposición tecnocrática de que existen soluciones políticas objetivamente “correctas”, ambos pues son ejemplos de tales concepciones no mediadas del bien común, con una mezcla de elementos en las formas de asaltar el poder revolucionarias de la izquierda con elementos capitales del neoliberalismo y de la extrema derecha. De modo que podemos concluir que el ascenso del populismo y de la tecnocracia como nuevos polos estructurantes de la política democrática contemporánea es el resultado de lo que Peter Mair (2013) llama el “vacío” entre una sociedad atomizada y políticamente impotente, por un lado, y una clase política absolutamente autorreferencial, alejada de los elementos representativos entre el demos y el Estado a los que ataca como parte de la ofensiva neoliberal, y que busca la validación electoral apelando a generalidades abstractas como "la gente" más aún ya que “el pueblo” o sobre la base de soluciones políticas “correctas”.

Esto aplica a la definición de “enemigos” en lugar de “adversarios” políticos, y más aún si uno de los grupos políticos se encamina hacia una vuelta a la sustancia del discurso político, cosa que conduce a una creciente toxicidad del lenguaje político que dificulta la cooperación entre quienes tienen puntos de vista diferentes, entrando en varios de los puntos que hemos señalado que son fundamentales para detectar un creciente autoritarismo político, con una fuerte jerarquización y competencia. En este sentido también lo percibimos en el lenguaje de las “tribus” y el tribalismo, que se ha convertido en un elemento habitual en la ciencia política contemporánea. Precisamente, uno de los grandes laboratorios, donde también percibimos la influencia de diferentes actores externos de carácter geopolítico y tecnológico-económico, y que cristaliza en el Brexit en el Reino Unido, además de Italia en el caso de Europa Occidental, tenemos este interesante informe de 2018 del think tank británico Policy Exchange, titulado The Age of Incivility.

En definitiva, y siguiendo a Brown (2019), en todo Occidente, los líderes de la ultraderecha están ascendiendo al poder o condicionándolo sobre plataformas de nacionalismo etnoeconómico, una visión neoconservadora del cristianismo y valores familiares tradicionales. Este giro de la derecha dura, de acuerdo con Brown, vendría dado por poblaciones blancas de clase media y trabajadora cada vez más agraviadas socioeconómicamente, pero enmarcado por el ataque múltiple del neoliberalismo a los valores democráticos. Y es que el neoliberalismo siempre se acercó al liberalismo autoritario mientras guerreaba contra la democracia sólida. Repelió las reivindicaciones de justicia social mediante apelaciones a la libertad de mercado y a la moralidad. Trató de desdemocratizar el Estado, la economía y la sociedad y de reafirmar la familia patriarcal. En las obras clave de los intelectuales neoliberales fundadores, Wendy Brown rastrea la ambición de sustituir los órdenes democráticos por otros disciplinados por los mercados y la moral tradicional y los estados democráticos por los tecnocráticos.

Sin embargo, la plutocracia, la supremacía blanca, el influjo de masas politizado, la indiferencia hacia la verdad y la desinhibición social extrema no formaban parte de la visión neoliberal, por lo que Brown teoriza su impulso involuntario por la razón neoliberal, desde su ataque al valor de la sociedad y su fetiche de la libertad individual hasta su legitimación de la desigualdad. Y abunda Brown en el hecho de que la intensificación del nihilismo del neoliberalismo junto con su herida accidental de la supremacía masculina blanca genera una suerte de populismo apocalíptico, que está dispuesto a destruir el mundo antes que soportar un futuro en el que esta supremacía desaparezca... aunque también mediante este populismo apocalíptico se consiguen las "realidades últimas escatólogicas" en una pugna final que elimine definitivamente el cosmopolitismo kantiano-hegeliano.

Por tal razón, en estas lógicas, tanto por la derecha como por la izquierda, hay una visión encuadrada en una síntesis que preconiza a Carl Schmitt en su discurso a la patronal alemana el 23 de noviembre de 1932 en Düsseldorf, y que preconiza un intento de superar las estructuras constitucionales político-liberales sin tocar las estructuras centrales de la socialización capitalista económico-liberal, ya que en su visión de un Estado cualitativamente total se hallan presentes elementos de una lógica fascista de destrucción y sacrificio que trascienden a una posición autoritaria funcional al capitalismo, debido a que su pensamiento gira alrededor del concepto de unidad política total en un sentido antiliberal, es decir, antiindividualista, a lo que cabe sumar que Schmitt da satisfacción de esta manera a un discurso de lucha por el pueblo y la nación, encontrándose aquí los dos pilares: el populismo entendido como gentismo y la nación en su expresión hipernacionalista, por un lado, y por el otro el neoliberalismo como elemento ecónomico-liberal. Adicionalmente, esta dimensión del concepto de política de Schmitt ya se observó y analizó temáticamente en la década de 1930 y fue criticada como “estetización” por Walter Benjamin (2021) o “estética romántica de la política” por Hermann Heller. Aunque en parte las reflexiones de Schmitt sobre el Estado total todavía es posible establecer un vínculo a la racionalidad de la explotación capitalista, sin embargo con la afirmación del “estado de naturaleza” interestatal presenta una tendencia a una independización destructiva de la acción violenta respecto a tales consideraciones y acaba por ser expresión de la lógica de escalación de la ideología y la praxis fascistas y particularmente nacionalsocialistas.

En este sentido, debemos recurrir a Robert Paxton (2019) y su propuesta de entender esta relación de tensión teniendo en consideración las diferentes fases de desarrollo de los movimientos fascistas. Así, mientras que en las fases fundacional y final la lucha contra el enemigo, el elemento afectivo-expresivo y la apoteosis de violencia “más allá de cualquier cálculo racional de intereses” estarían en primer plano, las fases de conquista de la hegemonía, de formación de alianzas y de llegada al poder se habrían caracterizado principalmente por el programa de una dictadura nacionalista y precisamente antisocialista y por consiguiente destructora o que contenga un avance de la igualdad, con una base de masas aliada con las élites económicas liberales y conservadoras, que serían usadas en una lógica de liberalismo autoritario.

Este principio enlaza con la conclusión que defiende Alain de Benoist, que se basa en que el populismo vendría a ser entonces más bien una fase o un momento. De hecho, uno de los pensadores que es determinante en la Nouvelle Droite es precisamente Carl Schmitt, y que se centra en atacar la modernidad ilustrada y el liberalismo, además de hacer hincapié en la lógica amigo-enemigo. De Benoist se reafirma también en la crítica de Schmitt a la democracia igualitaria, parlamentaria y representativa mediante una compresión de la democracia identitaria que niega la representación o la pluralidad de intereses, y constituye la identidad de la comunidad política en exclusión de toda identidad (otra) que pone en cuestión la homogeneidad existencial (nosotros). En concreto, y tomando la clara referencia de El concepto de lo político de Schmitt, de Benoist concibe que el orden preciso de una sociedad se establece en el momento en que se produce la diferenciación amigo/enemigo. Con lo que la dicotomía enfrentada que surge entre el nosotros versus los otros es realmente el sólido fundamento sobre el que se levanta toda configuración social y política, y que se materializa en la existencia política de un pueblo. De modo que se hace necesario hallar un ellos colectivo (Soros como artífice de la globalización, los inmigrantes como gran plan de acción política, etcétera: la "casta" y sus medios para ejecutar sus sórdidos planes, que ejecutan de formas terribles con total impunidad) que se considera ontológicamente extraño y hostil, y que se opone definiendo la línea en la que se constata la concreción existenciaria de un “nosotros”, en la línea del gentismo, que identifica como semejantes a todos los miembros de una comunidad ante el peligro de una muerte próxima.

Adicionalmente, de Benoist toma de Schmitt la teoría de los grandes espacios, que le proporcionaba una compresión de la realidad mundial sobre la que podía disponer una exhortación contra la universalización y la homogeneización liberal que promueve la globalización, posiciones contrarias al cosmopolitismo de Kant y Hegel, y recuperar una propuesta imperial pan-europea. Imperialismo que en el fondo encaja perfectamente con la auténtica lógica neoliberal, cuyo origen hay que encontrar en el imperialismo europeo. Esto también engarza con las posiciones antiamericanistas, y la confusión con el antiimperialismo, cultivada con inteligencia por Rusia, China, Irán y otros actores, pues se asumen los postulados imperialistas pan-europeos, conectando con el antiamericanismo francés, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, y enlaza con el antiamericanismo ruso/soviético (que no antiimperialismo), cultivado por la derrota soviética en la esfera cosmopolita contra Estados Unidos, y que ahora vemos cristalizar. De modo que nos situamos en los mismos ejes realmente que acabamos de señalar, y el que de Benoist defina el "populismo" como una fase encaja en el pensamiento de Schmitt como constructor de una hegemonía fascista/nacionalsocialista.

En definitiva, es interesante la forma en que estas formas son recibidas por las nuevas extremas derechas, por aquellos que dicen oponerse pero que usan sus herramientas (por la lógica de la hegemonía, son simples instrumentos en manos de los auténticos controladores de dicha hegemonía, de tal manera que no hacen más que ser lanzadores de la nuevas extremas derechas), ya sea que hablemos de la actual hegemonía del Partido Republicano estadounidense, o de la recepción de diferentes aspectos de Schmitt tanto en Rusia como en China, o la Nouvelle Droite, donde RN es corregido por una versión más neoconservadora (y neoliberal) por Marion Maréchal-Le Pen y Reconquête !, y la influencia sobre VOX y sectores afines del Partido Popular español a través del think tank ISSEP.

Bibliografía utilizada

Beyme, Klaus von, Right-wing Extremism in Western Europe, Routledge, 2013.

Benjamin, Walter, La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica: y otros ensayos sobre arte, técnica y masas, Alianza, 2021.

Bianchi, Leonardo, La gente. Viaggio nell'Italia del risentimento, minimum fax, 2017.

Biorcio, Roberto, Il populismo nella politica italiana. Da Bossi a Berlusconi, da Grillo a Renzi, Mimesis, 2015.

Brown, Wendy, In the Ruins of Neoliberalism: The Rise of Antidemocratic Politics in the West, Columbia University Press, 2019.

Forti, Steven, Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla, Siglo XXI/Ediciones Akal, 2021.

Huntington, Samuel P., La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX, Paidós, 1994.

Lapuente, Víctor, El retorno de los chamanes: Los charlatanes que amenazan el bien común y los profesionales que pueden salvarnos, Península, 2015.

Levitsky, Steven, Ziblatt, Daniel, Cómo mueren las democracias, Ariel, 2018.

Lipset, Seymour M., Rokkan, Stein, Party Systems and Voter Alignments: Cross-National Perspectives, Free Press, 1967.

Mair, Peter, Ruling the Void: The Hollowing of Western Democracy, Verso, 2013.

Manin, Bernard, The Principles of Representative Government, Cambridge University Press, 1997.

Mudde, Cas, La ultraderecha hoy, Ediciones Paidós, 2021.

Mudde, Cas, Rovira Kaltwasser, Cristóbal, Populismo: una breve introducción, Alianza Editorial, 2019.

Müller, Jan-Werner, ¿Qué es el populismo?, Grano de Sal, 2017.

Paxton, Robert O., Anatomía del fascismo, Capitán Swing, 2019.

Platón, Diálogos IV: República, Gredos, 2016.

Sáez Mateu, Ferran, El populisme. El llenguatge de l'adulació de les masses, PAM - PUBLICACIONS DE L'ABADIA DE MONTSERRAT, S.A./Col·lecció Magma, 2018.

Taguieff, Pierre-André, L'illusion populiste: Essai sur les démagogies de l'âge démocratique, Flamion, 2007.

Tocqueville, Alexis de, La democracia en América, Fondo de Cultura Económica, 2020.