El confucianismo fue, es una religión eminentemente política, dirigida a la construcción del gobierno perfecto, y que tiene a su padre fundador en la figura de Confucio (K’ung-fu-tzu, 552-479 a.C.), si bien no existe seguridad de que ninguno de los textos confucianos sea de su autoría directa. Vivió y desarrolló su obra en la segunda fase de la dinastía Chou, marcada por una fuerte inestabilidad política y una sobredimensionada violencia. En este sentido, Confucio expresa una fuerte admiración (e idealización) por el pasado, intentando restablecer un sistema de gobierno infalible, de cuyos fundamentos no se estima creador, sino transmisor. Se erige así, por tanto, en sistematizador de una serie de modos de gobernar que perduraron en China hasta 1912, y en otros lugares del Lejano Oriente incluso hasta la actualidad.

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Confucio elaboró un sistema de desarrollo personal práctico basado en una serie de principios cuyo seguimiento aporta al individuo su conversión en hombre de bien y, por lo tanto, el bien colectivo:

- Li: La moralidad, las formas y los ritos; una serie de convenciones que regulan las relaciones entre los seres humanos y el desarrollo de las ceremonias; se trata de un código de conducta que busca una actitud mental recta que se materialice en un comportamiento igualmente recto, adquiriéndose ésta por aprendizaje y no por adscripción a un linaje determinado.

- Jen: benevolencia y humanidad, “amar a todos los hombres como a uno mismo”, tal y como se predica en el Analectas; se basa en el respeto a cada individuo en base a su rango y función, actitud conseguida en su grado más perfecto tan sólo por sabios mitológicos.

- Hsiao: piedad filial, basada en la obediencia, y que articula las relaciones entre todos los miembros de la sociedad; cada miembro del grupo tiene respecto de otros una relación en la que es parte débil (yin) o parte fuerte (yang); un padre es yang para su hijo, mientras que el súbdito es yin para el emperador, quien a su vez tiene por yang al Cielo.

- I: sentido del deber, virtud y honestidad, lo que conduce a la elección del deber frente al interés propio, y el bien público (del Estado) frente al privado.

Esta serie de principios buscan regular la convivencia entre los miembros de la sociedad, erradicando la violencia. Tales principios quedan condensados en la colección de textos que constituyen el corpus confucianista, erigidos en un manual para quienes buscaban adaptar su existencia a semejante ideal.

El confucianismo es una religión de letrados, centrada en torno al conocimiento detallado de sus textos fundamentales. Los discípulos de Confucio le atribuirían posteriormente la autoría de todo este material, que se compone de dos grandes recopilaciones: los cinco (seis) clásicos y los cuatro libros.

Los cinco clásicos son el corpus más antiguo, textos perseguidos durante el reinado de Ch’in Shih Huang-ti en una quema sistemática durante el año 213 a.C. que se saldó con la pérdida definitiva del Libro de la música o Yüeh Ching, sobreviviendo los cinco libros restantes. El más destacado de ellos es el I Ching o Libro de las mutaciones, un tratado de adivinación venerado tanto en el confucianismo como en el taoísmo. Explica los distintos sistemas de adivinación y los medios para interpretar sus resultados, a la vez que aporta toda una serie de comentarios y consejos impregnados de la moral confuciana. El Shih Ching o Libro de las odas, es una recopilación de 305 poemas, la mayor parte de época Chou, y unos pocos del periodo Shang. El Shu Ching o Libro de historia es una recopilación de documentos y textos diversos. El Li Chi o Libro de los ritos se redactó hacia los ss. IV-II a.C., y establece toda una serie de regulaciones para la corte y los ritos funerarios, aportando información sobre la magia, la educación o la moral que condensan muchos aspectos de la moral confuciana. El Ch’un-Ch’iu o Anales de la primavera y el otoño, por último, es una historia de los ss. VIII-V a.C. con comentarios críticos que vuelven a subrayar aspectos de la ética confuciana.

Los cuatro libros o Ssu Shu se publicaron por vez primera como un conjunto en 1190 d.C. y constan de dos libros que son fragmentos del Li Chi. A éstos se añaden el Analectas o Lun-Yü, que consta de toda una serie de sentencias de Confucio insertas en diálogos y aforismos, y el Meng-tzu, obra del autor homónimo conocido en Occidente como Mencio, quien vivió en 371-289 a.C. y cuya obra es una compilación de sus conocimientos.

El correcto conocimiento de estas obras se convertiría en criterio fundamental para formar parte de la administración Imperial desde el s. II a.C., momento en que el confucianismo impregna todos los aspectos del poder político chino. Bajo la dinastía Han Anterior y especialmente durante el reinado de Wu-ti (140-87 a.C.), el confucianismo se integra en la ideología oficial imperial, ofreciendo al Estado una religión y una moral que estableció el marco por el cual debía de regirse la elite que, de modo pacífico, había de gobernar la sociedad. De este modo, una élite de hombres de letras encuadrados por un estricto marco ético, moral y religioso, justificaron como gobierno óptimo el que tiene al emperador como vértice. Entre los ss. III-VIII d.C. el confucianismo comenzaría a experimentar toda una serie de cambios resultado de la necesidad de responder al surgimiento del taoísmo y a la influencia budista. De este modo emerge el neoconfucianismo, potenciándose especulaciones metafísicas, una mayor sensibilidad hacia lo místico y el papel de la armonía entre el hombre y el tao (principio original del Mundo).

La religión oficial China

Aunque el confucianismo caracterizó a la religión del Imperio chino desde el s. II a.C., esta religión no hizo sino continuar y reforzar las pautas básicas marcadas por la ideología político-religiosa preexistente, ofreciéndole un marco teórico más elaborado.

El papel principal en la ideología china está encarnado por el emperador, quien representa a la humanidad como poder cósmico en trinidad con el Cielo y la Tierra. Si las acciones del hombre son correctas y vive en armonía, su actuación beneficia y consolida el orden cósmico. De este modo, el hombre, y muy especialmente el emperador, debe de ajustarse al tao, el principio de todo y quintaesencia del orden universal. El emperador es el centro del Mundo y se sitúa bajo la estrella polar, eje en torno al cual gira todo el universo. Es el sacerdote supremo de China y tiene como antepasados místicos a la Tierra y el Cielo, siendo T’ien-tzu, “Hijo del Cielo” el título imperial más antiguo. Sin embargo, el emperador ha de seguir el mandato del Cielo (t’ien-ming) y ser virtuoso para no perder su legitimidad. En caso de no actuar en base a estas premisas es legítimo derrocar a un emperador o incluso a toda una dinastía considerada como corrupta bajo la invocación del mandato del Cielo. La autoridad, por tanto, está limitada al bien común.

Los dioses principales de la teología oficial imperial son los antepasados del emperador: el Cielo T’ien o Señor celeste (T’ien Ti) y gobernante supremo (Shang Ti); es yang absoluto, señor del universo, y el emperador es su sacerdote. Su providencia puede ser escudriñada mediante la adivinación, especialmente las técnicas compendiadas en el I Ching. La Tierra, vista como soberana (Hou T’u), es absoluto yin, y la segunda divinidad clave de la teología imperial. Cielo y Tierra son los progenitores míticos del emperador, quien además cuenta entre sus antepasados también a los linajes compuestos por otros emperadores precedentes, quienes actúan como protectores de la dinastía reinante y reciben culto.

Otras divinidades de la religión oficial son el Príncipe mijo Chi¸ antepasado de la dinastía Chou y dios de la agricultura. She es dios tutelar de todo el territorio imperial, recibiendo culto junto a Chi en forma de díada. Por debajo de éstos se encuentra una miríada de dioses jerarquizados a imagen y semejanza del orden terreno. De este modo, cada espacio de gobierno, cada demarcación territorial, localidad o pueblo, cada parte de la sociedad, e incluso espacios naturales y seres vivos, poseen un dios, componiendo el panteón un reflejo directo del orden terrenal. Existe también un culto a hombres divinizados, algunos puramente míticos como los héroes culturales que realizaron por vez primera una función (como el primer agricultor Hsieng Nung, o el primer médico Hsien I). Otros son personajes históricos elevados a la categoría de espíritus dignos de culto. Confucio, por ejemplo, fue incluido entre las divinidades oficiales del Imperio en 59 d.C. (en 1907 se le encumbró al mismo nivel que el Cielo y la Tierra). Esta divinización de individuos puede parecer una contradicción con los principios racionalistas confucianos, si bien entronca realmente de forma directa con el principio de hsiao expresado en la veneración a los antepasados. El culto a los antepasados se erige en un medio de cohesión familiar, grupal e imperial, llegando a adquirir aspectos realmente elaborados, como las técnicas de geomancia (feng-shui) empleadas para encontrar un lugar apropiado para la sepultura.

La religión oficial otorga al emperador el poder de admitir nuevos dioses. El emperador debía, además, realizar toda una serie de ritos que jalonaban el año tradicional chino. Entre sus funciones más importantes se encontraba, precisamente, la elaboración del calendario (con la ayuda de astrólogos y otros funcionarios). El emperador marcaba las fechas sagradas, los días fastos y nefastos, los días correctos para cada faena agrícola y el día del comienzo del año próximo. La fiesta de año nuevo era la más importante del calendario, correspondiendo al momento en que el yang comienza a crecer (el solsticio de invierno marca el fin del reinado del yin). Era celebrado en el sur de la capital, y tras ayunos u ofrendas se rogaba al Cielo y a los antepasados que regresaran a sus localizaciones habituales y velaran por el bien del Imperio, sacrificándose por cremación un toro. En el solsticio de verano, que marca la ascendencia del yin, se realizaba una ceremonia similar, esta vez al norte de la capital, dedicada a la Tierra, y que culminaba con el entierro del toro sacrificado.

El taoísmo

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Existió un taoísmo individual, vinculado a la aristocracia, creado en grupos de letrados y muy alejado del taoísmo popular, centrado en ritos de cohesión, la magia práctica y el uso de talismanes y recetas. El taoísmo popular unificó en torno a un mensaje milenarista a grupos descontentos contra el poder imperial (a pesar de que algunos emperadores proclamaron un taoísmo de Estado). Del mismo modo se forjó también un taoísmo monacal inspirado en prácticas procedentes del budismo.

El taoísmo es conocido por tres obras principales: el Tao-te Ching, el Chuangtzu y el Lieh-tzu. El Tao-te Ching o Libro de la vía (tao) y la virtud (te), es atribuido a Lao-tzu, personaje cuyos datos biográficos disponibles parecen más bien propios de la leyenda que de la realidad histórica. Aunque el tao centra la atención de la obra de Lao-tzu, al avanzar la lectura detectamos que este concepto varía sensiblemente de naturaleza a lo largo del libro, perdiendo buena parte de su coherencia. El tao es la vía y la doctrina, pero su verdadero sentido no se puede explicar, es inexpresable, invisible e insondable, está en todas partes y es el final de todo, anterior a todo y origen de todo. El tao es madre de todos los fenómenos, y el lenguaje no sirve para acceder a su comprensión, no pudiendo un libro contenerlo ni expresarlo. El Chuang-tzu es una obra atribuida a un autor homónimo que vivió en 369-286 a.C. El Lieh-tzu, también adjudicado a la mano de un sabio homónimo, puede fecharse hacia el s. IV a.C., suponiendo una recopilación de textos taoístas. A parte de estas tres obras, existe un gran número de escritos que compilaron el llamado canon taoísta o Tao-tsang, incluyendo obras muy variadas y de fechas dispares, cuya primera compilación data del s. VIII d.C.

El taoísmo anterior a la conversión del confucianismo en la religión oficial de China, y a la llegada del budismo, se interesa por la vida pública y el ejercicio del gobierno, promoviendo su propio ideal de sabio contrapuesto y en competencia al confucianista. Se trata del llamado sabio escondido (yin shi), apartado del poder, quien no desea regir a los hombres pero que se destaca como un buen consejero y asesor del soberano. Su máxima virtud es “no actuar” o wu wei. El emperador Ch’in Shih Huang-ti potenció la escuela legalista en el s. III a.C. siguiendo principios taoístas que permitieran al emperador actuar sin actuar, a la vez que consolidar su poder absoluto. En este sentido, con el confucianismo aún en proceso de consolidación, el taoísmo pudo haberse convertido en un sistema rector del gobierno. El taoísmo antiguo también enfatizaba la relativización de los contrarios: propugna que no existen criterios que permitan discernir claramente entre lo bueno y lo malo, conceptos ambos relativos que se resumen en la coincidencia que supone el tao. Del mismo modo la vida y la muerte, lo femenino y lo masculino no son radicalmente diferentes, existiendo un modo de superar las contradicciones que presentan en apariencia: la sabiduría. El taoísmo es también una corriente que se decanta por la naturalidad y la simplicidad, enfrentándose a los convencionalismos y normas sociales, e incluso al poder político, llegando a proclamar la necesidad de destruir el orden para poder alcanzar la edad de oro primitiva y reconstruir la pureza original del ser humano. El hombre ha de perseguir, por tanto, la sumisión a la propia naturaleza, siguiendo el camino de la no actuación o wu wei, adaptándose al tao.

La ascensión del confucianismo a la categoría de religión de Estado empujó al taoísmo a la pérdida de todo interés por la práctica del gobierno, concentrando todo su interés en la consecución de la longevidad y la inmortalidad. La influencia del budismo le empujó a desarrollar un monacato propio desde el s. VIII d.C. que consolidó prácticas de meditación diversas y meticulosas. Para competir con el budismo, el taoísmo diversificó su mensaje y potenció la confección de amuletos mágicos, la confección de talismanes (fu), las recetas médicas, técnicas de geomancia y los consejos morales. Al mismo tiempo empezó a aglutinar el descontento colectivo y la contestación al poder político, impregnando revueltas como la de los turbantes amarillos y configurando un taoísmo de masas milenarista.

Conclusiones personales

Una de las ideas que subyacen y resaltan en la capacidad de China como superpotencia, y que marcan los rasgos que aún hoy día reviven, viene precisamente por la concepción del poder y de la religión, o religiones cabría decir, además de contar con un aspecto moral, ético, dirigido a los diferentes estratos de la sociedad, filosófico, místico y religioso.

Precisamente, China no deja de ser un ejemplo de que un proyecto como el Imperio romano puede (y hasta debe) llevarse a cabo en la península del continente Euroasiático. Además de ello, China ofrece un ejemplo sobresaliente de equilibrio entre poderes basado en los principios del yin y del yang, comprende bien el funcionamiento individuo, familia, grupo, demarcación, espacio imperial; adicionalmente, enseña una ética de la cooperación. A destacar también que no existe una cláusula de cierre definitiva, que se ilustra en el hecho de que se puede remover al emperador si resulta perjudicial o deficiente, incluso a toda la dinastía.

También quisiera señalar el ejemplo de los llamados “ocho inmortales” del taoísmo, pues encierran lecciones de las ventajas de la cooperación al pueblo mediante sus diferentes historias.

Me ha llamado la atención la manera en que China logra controlar el poder de los militares como foco de potencial conflicto, pero vemos que este se traslada hacia la burocracia, que paradójicamente, es responsable de salvar y proteger el núcleo principal del Imperio chino, y de hecho permite reconstruirlo.

Interesante también resulta la conflictividad social y cómo se produce y enfrenta, sin duda de aplicación no sólo en la China actual, también para un mundo que comparte muchos desafíos en común.