Los druidas y la guerra contra Roma

Para abordar esta cuestión es preciso delimitar el concepto de druidas y sus funciones guerreras, según lo enunciado, contra Roma. Para ello será preciso definir a los druidas y su pertenencia a la aristocracia celta. ¿Cómo se equipaban las elites celtas para el combate? ¿Qué armamento ofensivo y defensivo usaban? ¿Qué diferenciaba a la clase de los druidas en tiempos de paz y guerra del resto de la sociedad celta? Y, por último, ¿qué conclusiones se pueden sacar del enfrentamiento contra Roma según las fuentes consultadas, tantos directas como indirectas? He aquí el bosquejo que se desarrollará en las siguientes secciones.

La aristocracia celta y el grupo de los druidas

La aristocracia contaba como arma ofensiva identificativa de su poder socioeconómico la espada, arma que se halla documentada en los registros grecorromano y celtas, además de la propia arqueología. Esto lo distinguía del común, que solía portar una lanza de acometida, con una gran variedad de puntas, y de los proyectiles que usaban los guerreros con menores recursos económicos como las jabalinas o las hondas.

La principal pieza de la panoplia defensiva común al conjunto de un ejército celta es el escudo. De fabricación de madera con formas ovales alargadas, rectangulares y en algún caso hexagonales, era frecuente que sus cantos tuviesen la protección de una abrazadera de metal. Se asían usando un asa metálica central que se ubicaba en un hueco que quedaba cubierto por un umbo central metálico. También en algunos casos contaban con una spina central de madera, a la manera del scutum romano de la República plena y tardía. La superficie estaba cubierta de cuero y es posible que estuviese decorada mediante colores y motivos diversos, para facilitar la identificación de los miembros del clan, el linaje etcétera. De la misma manera que los scuta romanos, el escudo de los celtas era, asimismo, un arma ofensiva o que ayudaba a la ofensiva con la lanza o la espada, ya que se podía usar el umbo o los cantos metálicos para golpear o desequilibrar al oponente en la lucha y de esta manera herirle al descubrir un flanco o derribarlo.

Adicionalmente, en la panoplia defensiva también sobresalen el casco y las corazas, siendo el casco más habitual que aquellas. Los cascos son hechos con hierro y con bronce. Cubren el cráneo hasta nuca estando provistos algunos de ellos de carrilleras, más o menos extensas, para poder proteger una parte de la cara. Algunos de ellos tienen una decoración en la parte superior, por ejemplo, con formas de animales en las altas cimeras o bien para usar plumas o crines de caballo.

Parece ser que era corriente que los guerreros celtas combatiesen desnudos o sin protección corporal más allá del casco o el escudo, pero desde finales del siglo II a.C. las cotas de mallas se extendieron entre los aristócratas.

Perduró en Britania e Irlanda para los celtas allí establecidos el carro de guerra, sustituido por la caballería paulatinamente en la Europa continental en un proceso iniciado con el desarrollo de la silla de cuatro cuernos sobre el siglo III a.C. que dotaba al jinete de gran estabilidad y favoreciendo la creación de caballería pesada y ligera, compuesta por aristócratas y sus redes clientelares que se podían permitir dicho equipamiento. La caballería auxiliar gala queda reflejada en Julio César, y se añaden unidades panónicas y británicas a lo largo del Alto Imperio romano.

Queda patente que, por su dotación, como infantería o caballería pesadas, la aristocracia celta, que movilizaban a sus clientes y asociados estos ya ligeros generalmente, formaban el núcleo de élite del ejército.

Bien, llegados a este punto ya tenemos en mente a un druida o a una druidesa y su apariencia en el campo de batalla como miembro armado pesadamente, ya sea infantería o caballería, de la aristocracia celta.

Pero ¿qué distingue a un noble de un druida en la paz, y como prolongación del hecho social, en la guerra?

Los celtas carecieron de una suerte de profeta o personaje semi-divino que revelase un dogma que llegase a ser aceptado por la comunidad celta en un sentido absoluto. No poseían tampoco una religión institucionalizada, por consiguiente. Según parece, la religión que practicaban los celtas evolucionó de un campo familiar, que adoptaba un aspecto público tan solo cuando el rey se interesaba de forma directa y personal en este campo al concentrar el poder guerrero, político y religioso, y fue encontrando en la época al menos de Julio César la figura del druida como una suerte de funcionario de una religión organizada y pública. La forma de acceder a la clase druídica venía dada por la vocación y la probación de los que se postulaban, aunque solían coincidir con un gran número de miembros de la aristocracia local y/o étnica.

Los testimonios irlandeses describen a los druidas como sacerdotes/magos/filósofos de la religión céltica, que gozaban de una profunda instrucción y que destacaban en la forma de organizarse de la sociedad. Sus funciones abarcaban la magia, la adivinación, el sacerdocio, el consejo real, el conocimiento y capacidad de entender sobre temas legales, el arbitraje, la pedagogía… y en la guerra incluían la mediación, detener los choques armados o la regulación de estos, además de contar con un tipo de escuelas de adiestramiento de guerreros, por citar unos ejemplos paradigmáticos.

Hay consenso entre las fuentes grecolatinas y los textos celtas de Irlanda y Gales en distinguir a tres especializaciones dentro de lo que podríamos llamar “druidas”, y son: druidas, bardos y vates. Similar clasificación se puede establecer en cuanto a la Irlanda celta aún pagana, y tendríamos: al druida o la druidesa; al poeta o poetisa; y al adivino o la profetisa. El rasgo común compartido para los tres tipos de druidas es poseer el imbas forosnai, una suerte de poder adivinatorio. Tenía el druida otro aspecto clave en el campo público: el derecho a hablar antes del rey.

Según establece Julio César, un druida estaba exento de empuñar las armas, cosa que no quiere decir que no las pudiera usar, al contrario. El mismo César nos explica que no era infrecuente que los druidas recurriesen a la guerra para resolver sus propios asuntos y diferencias, por ejemplo, para elegir a una suerte de “archidruida” entre varios contendientes. También, por ejemplo, por César y por Cicerón sabemos que Diviciaco era un druida que ejercía el poder político y capitaneaba la caballería de los eduos en varias ocasiones. Por la mitología celta de Irlanda vemos a hombres y mujeres instituidos de divinidad según el entender de los celtas, es decir que no por ello quiere decir que sean inmortales, empuñando las armas y guerreando con todas las funciones druídicas manifiestas. Por la épica hay registro de druidas y druidesas liderando ejércitos o secciones de estos y lanzándose al combate, incluso liderando una banda de mercenarios, como Cathbad, que es el druida del rey Conchobar Mac Nessa, que en su juventud hizo una incursión y derrotó con astucia a la joven aristócrata Ness aprovechando que estaba desarmada tomando un baño y que amenaza con la espada perdonándole la vida con la condición de que sean legal y formalmente esposos. De la unión de ambos precisamente nacerá el rey a quien servirá como druida.

Otro aspecto era el adiestramiento en la guerra, supongo que un adiestramiento de gran calidad, caso del mismo Cathbad mencionado arriba o de la druidesa Scáthach que forma a uno de los grandes héroes del Ulster, Cú Chulainn, cuyo proceso de consagración como gran héroe exige varios “trabajos”, que recuerda a los de Heracles/Hércules, pero también cuenta con un excelente manejo de armas y prácticamente invencibilidad con su lanza… cosa que recuerda y lo asociaría a Aquiles; precisamente uno de los trabajos de Cú Chulainn es acudir a la escuela de Scáthach para avanzar en sus destrezas guerreras. Cosa que por cierto consigue, ya que llega a vencer a la propia Scáthach y, adicionalmente, la acompaña como conductora de huestes contra el señorío de Aife, otra singular mujer, que desafía a Scáthach a combate singular y que Cú Chulainn se ofrece a combatir en su lugar derrotándola.

Llegados a este punto queda responder la pregunta de ¿qué distinguía en la guerra a un aristócrata armado pesadamente y conductor de huestes de un druida o druidesa? Pues fundamentalmente, y desde la óptica de un celta, tres aspectos claves: la adivinación, la magia o encantamiento, o mediante el uso mágico de la palabra para provocar vergüenza y ridículo extremo sobre el que el druida canta hasta hacerlo abandonar el campo de batalla.

La adivinación implicaría, por ejemplo, predecir en qué lugar se ha de producir el enfrentamiento o una invasión, caso de Morrigan que predice los movimientos que desarrollarán los invasores fomorios, con lo que se pone de manifiesto la principal cualidad compartida por todos los druidas. La magia y el encantamiento implica el uso de armas mágicas, como por ejemplo la lanza que siempre hiere que Scáthach le da a Cú Chulainn; la metamorfosis que mediante conjuro logra Colptha para adquirir unas dimensiones extraordinarias para derrotar a los rivales y lograr para ello extraordinarias habilidades con lanza y espada, además de un portentoso físico y vigor; Mog Ruith confunde a sus rivales haciendo desaparecer una colina mediante un soplo; el mismo Mog Ruith enciende un fuego mágico para enfrentar a los druidas del enemigo y al ejército rival, y logrará derrotar a los druidas rivales convirtiéndolos en piedra, también usando un soplo de su boca. Dagda, una divinidad, mata con su gran maza, mediante la música de su Arpa o usándola como arma de alguna manera, lanzará las montañas de Irlanda sobre los enemigos, hará llover fuego sobre los rivales como también hace Mog Ruith, retendrá la orina de bestias y hombres, o bien priva al enemigo de cualquier coraje dejándolos a merced de las huestes propias.

¿Cómo mueren los druidas en combate según las fuentes grecolatinas y según las celtas?

Para los celtas, tal y como queda patente en sus leyendas y mitos, caso de los irlandeses, el druida caerá por medios mágicos o por muerte causada por enfrentamiento con armas humanas, pero de manera predominante será otro druida el que conduzca a la muerte a otro druida en medio de algún enfrentamiento mágico. Para las fuentes grecolatinas, los druidas caen como todos los guerreros celtas: por la espada.

Un caso concreto: la batalla de la isla de Mona

Cornelio Tácito en sus Anales describe un enfrentamiento entre romanos y celtas en el que van a participar druidas y harán uso de su magia con cierto “éxito” entre las fuerzas romanas. El lugar es en la actual isla de Anglesey, en la costa norte de Gales (isla de Mona). El legado Suetonio Paulino se halla en este lugar en el 58 d.C. conquistando para Roma la isla, y según Tácito (Anales XIV. 30-31), los druidas se hallan presentes en la hueste que enfrenta la invasión romana. En cierto momento, los druidas inician el ritual parar conjurar o encantar. Para ello adoptaban la postura de la grulla, que consiste en posar sólo un pie en el suelo mientras se extiende un brazo y cierran un ojo. Inician el conjuro o encantamiento y según relata Tácito los soldados se quedan paralizados y se dejan abatir por el rival. Hasta el punto en que los oficiales los arengan y hacen avanzar los estandartes, cosa que los lleva a salir de este estado y cargar sobre el enemigo hasta derrotarlo sin paliativos.

CONCLUSIONES

Personalmente voy a resaltar varios aspectos. El primero es que deduzco la necesidad de un vigor físico en el uso del encantamiento, maldición o acto mágico. ¿Por qué? Porque los druidas o usan la magia o combaten, nunca las dos cosas simultáneamente, ni siquiera secuencialmente. Tan sólo alguien con una fuerza descomunal las usa secuencialmente, claro que es una suerte de Heracles o Hércules y también de Orfeo: el dios Dagda, que maneja una maza descomunal y también el Arpa.

El uso de la magia en la paz y en la guerra conecta ambas esferas con el mismo personaje y su capacidad y centralidad en la sociedad celta: el druida tiene un papel extraordinario y omnipresente en cualquier aspecto de la organización y formas de vida de los celtas.

Creo que también es una magnífica ocasión de observar desde el punto de vista antropológico a las sociedades celta y romana. Tenemos una sociedad donde lo mágico/religioso impregna todas las capas, caso de la celta; y tenemos otra en la que lo mágico/religioso convive con el inicio del pensamiento racional desarrollado por el mundo grecorromano. Cornelio Tácito o Tito Livio aportan racionalismo, el racionalismo de las élites de cultura grecorromano, respecto a lo sucedido en Mona o en un caso de magia vegetal (el bosque en armas contra los romanos). Pero esto era así en el caso de las élites. La base social seguía estando muy influida por el mismo espíritu mágico/religioso.

Creo que el relato de Tácito ofrece una interpretación adicional, y esta es personal. No creo que haya que olvidar que el estandarte de Roma llevaba el águila, cosa que confería un valor místico y religioso. En Historia Natural, de Plinio, se detalla lo siguiente:

Se la atribuyó (habla del Águila) como enseña exclusiva de las legiones romanas Cayo Mario durante su segundo consulado (103 a.C., en la guerra contra los cimbrios). Ocupaba también antes el primer lugar, pero con otros cuatro animales: el lobo, el minotauro, el caballo y el jabalí́ encabezaban cada uno un cuerpo del ejército. Pocos años antes había comenzado a ser la única que se llevaba al combate, las otras se dejaban en el campamento; Mario renunció a ellas por completo. Desde entonces se ha observado que casi nunca hay un cuartel de invierno de una legión donde no haya una pareja de águilas.” En Plinio Historia Natural, Libro 10, IV, 16.

De nuevo Plinio en Historia Natural:

Se dice que jamás una sola de estas aves (las águilas) ha muerto fulminada por un rayo, por ello la tradición la considera armígera de Júpiter”, en Plinio (Historia Natural, Libro 10, IV, 15).

También Virgilio:

“(...) al que el alado escudero/
de Jove se llevó a lo alto desde el Ida en sus curvas garras.” Referencia al águila como ave asociada a Júpiter/Jove, en: Virgilio La Eneida. Libro V, 254-255.

De entre los epítetos de Júpiter destacan para este fin: Iuppiter Optimus (el mejor) Maximus (el más grande), Fulgur (el que empuña el rayo), Victor (victorioso, en el sentido que guía a los ejércitos a la victoria), Triumphator (triunfante), Invictus (invencible), Imperator (comandante supremo), Terminus (defensor de las fronteras), Stator (decide la suerte en las batallas y obtiene los trofeos) y Praedator (expoliador del botín). Los generales que por sus victorias tenían derecho a un triunfo, acudían en procesión hasta su templo en el Capitolio y le ofrecían su corona de la victoria y un sacrificio. Por esa razón, los emperadores se pondrán bajo la protección de Júpiter y se harán pasar por una encarnación del dios.

Entonces, lo que creo es que fue una manera de encorajinar a los soldados romanos y de demostrar que Júpiter/Jove y el imperio estaban por encima de cualquier dios y manifestación. En el caso de la mentalidad de un soldado romano contra la mentalidad del conjunto de las fuerzas celtas a las que se enfrentaban.

Este hecho me lleva a conectarlo con otro parecido, aunque ciertamente distinto. Se halla en Flavio Josefo, en las Antigüedades de los Judíos, Libro XIV, IV. Pompeyo Magno ha tomado Jerusalén aliado con Hircano II para deponer a Aristóbulo. Pompeyo entró en el templo y continuó hasta el Sancta Sanctorum. Su curiosidad por ver qué había en ese lugar y por la religión en general le llevan a ello, allí encontró lo que debía encontrar, a saber:

“la mesa dorada, el sagrado candelabro y los recipientes para libaciones, y una gran cantidad de especias, y además de estos había tesoros, dos mil talentos de dinero sagrado”.

De todo ello Pompeyo no toca nada y ordena que se restaure el sacerdocio de Hircano II, como acción política y religiosa. El caso es que tal acción de Pompeyo estaba vetada terminantemente para un gentil, de hecho, sólo el Sumo Sacerdote podía entrar allí, con lo que con ello profanó el templo Pompeyo. Bien, no sería extraño que los que lo vieron entrar esperasen su muerte como castigo, pero salió vivo y aparentemente igual de saludable que entró. ¿Estamos ante una suerte de caso similar? ¿Un romano investido o partícipe del poder de Roma y Júpiter desafía y vence a una divinidad opuesta? Esta sería la interpretación que los soldados y el pueblo sin la preparación intelectual darían a este hecho, y de ello eran conscientes la élite romana, que además estaba influida por una concepción más racionalista.

BIBLIOGRAFÍA

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Virgilio, La Eneida, Alianza Editorial, Madrid, 2002.