Introducción

La sucesión del Dalai Lama representa una encrucijada crucial entre la tradición religiosa, la identidad cultural y la estrategia geopolítica. Como líder espiritual del budismo tibetano, el Dalai Lama no solo encarna un linaje de lamas reencarnados, sino que también es un símbolo de la autonomía tibetana y la resistencia contra la dominación externa. El actual XIV Dalai Lama, Tenzin Gyatso, nacido en 1935, ha atravesado un panorama complejo marcado por el exilio, la defensa de la causa tibetana a nivel mundial y las tensiones continuas con la República Popular China (RPC). Sus recientes anuncios sobre la sucesión, realizados con motivo de su 90.º cumpleaños en julio de 2025, han intensificado los debates sobre la autoridad, la legitimidad y el control.

El 2 de julio de 2025, el Dalai Lama publicó un comunicado en vídeo en el que afirmaba la continuidad de la institución, contrarrestando las especulaciones anteriores sobre su posible disolución y subrayando que su sucesor nacería en una sociedad libre, y que el Gaden Phodrang Trust tendría la autoridad exclusiva para identificarlo. Esta declaración ha aumentado la inquietud de Pekín, ya que China insiste en que las reencarnaciones deben ser aprobadas por el Estado, ya que considera que este proceso es parte integral de su soberanía sobre el Tíbet. Esta medida pone de relieve una lucha más amplia: los esfuerzos de China por sinicizar el budismo tibetano contrastan con la presión del Dalai Lama en favor de la autonomía, que atrae a actores globales y a los Estados vecinos.

Esta monografía examina las dimensiones históricas, religiosas y geopolíticas de esta cuestión, basándose en diversas fuentes para ofrecer un análisis equilibrado y exhaustivo. Comienza con los conceptos fundamentales del budismo, traza la evolución del budismo tibetano y el papel del Dalai Lama, y culmina con los retos contemporáneos, incluida la importancia estratégica del Tíbet para China y las relaciones con los Estados vecinos. Los acontecimientos recientes, como la afirmación de China de que tiene la «última palabra» en el proceso de reencarnación y las condenas de los exiliados tibetanos, ponen de relieve la escalada de tensiones, con posibles repercusiones en las relaciones entre la India y China y en la estabilidad regional (Anand, 2023; Panda y Pankaj, 2023; Xu, 2025).

Marco teórico: Poder blando, legitimidad y geopolítica de la religión

Aplicando la teoría del poder blando de Joseph Nye, que postula que el atractivo de un país proviene de su cultura, sus valores políticos y su política exterior, más que de la coacción (Nye, 2004), la influencia global del Dalai Lama ejemplifica el poder blando tibetano, que aprovecha la autoridad moral y el atractivo cultural para obtener el apoyo internacional a la autonomía. Por el contrario, China despliega el poder blando budista para legitimar su dominio, promoviendo a lamas aprobados por el Estado e invirtiendo en iniciativas budistas globales para contrarrestar el discurso del Dalai Lama (Kurnosenko, 2010; Woeser, 2018).

Por su parte, los conceptos de legitimidad de Max Weber —tradicional, carismática y racional-legal— ilustran aún más esta dinámica: el Dalai Lama deriva su legitimidad carismática de su papel espiritual, mientras que China busca la soberanía racional-legal sobre la reencarnación para erosionar la autoridad tradicional tibetana (Weber, 1978).

Desde el punto de vista geopolítico, esta contienda refleja dimensiones culturales y religiosas, en las que la religión sirve como herramienta para el control territorial y la formación de la identidad (Agnew, 2010).

En términos comparativos, la autoridad religiosa transnacional en el Tíbet refleja casos como la sucesión papal en el Vaticano o las reivindicaciones históricas del califato islámico, en los que la legitimidad espiritual se entrecruza con la soberanía estatal, lo que a menudo da lugar a conflictos sobre las comunidades diaspóricas (Casanova, 1994; Mandaville, 2001).

Desde la óptica del poder blando (Nye, 2004), la autoridad carismática del XIV Dalai Lama y su discurso de compasión/no violencia funcionan como capital simbólico que atrae apoyos transnacionales, incidiendo en agendas de derechos humanos y medio ambiente. Este atractivo, más que la coerción, explica la perdurabilidad de la causa tibetana en democracias liberales y en la diáspora. La respuesta de la RPC combina políticas culturales y turísticas con un andamiaje regulatorio que pretende traducir influencia en legitimidad procedimental (por ejemplo, la “urna dorada”), pero cuya eficacia externa es ambivalente frente a audiencias globales.

En términos weberianos (Weber, 1947; Kalberg, 1980), la disputa por la sucesión enfrenta una rutinización carismática (identificación del XV Dalai Lama por autoridades religiosas vinculadas al Gaden Phodrang) con una redefinición legal-racional auspiciada por el Estado chino (registro, aprobación y rituales “históricos” tutelados). La eventual coexistencia de dos Dalai Lamas consolidaría órdenes de legitimidad paralelos, con consecuencias para la obediencia y la pertenencia religiosa dentro y fuera del Tíbet.

La geopolítica de las religiones (Casanova, 1994/2008; Guerra & Marconi, 2019; Reuber, 2015) explica cómo la autoridad espiritual transnacional interactúa con lógicas estatales de soberanía territorial y control del patrimonio religioso. La disputa por la reencarnación es tanto un debate doctrinal como una pugna por audiencias, flujos y espacios sagrados, donde Estado y comunidad transnacional compiten por definir la legitimidad pública de la tradición.

En perspectiva comparada, la autoridad religiosa transnacional opera mediante redes institucionales y afectivas que no dependen de soberanía territorial (Casanova, 2008). La marja‘iyya chií y el imamato ismailí muestran cómo la lealtad religiosa puede sostenerse por infraestructuras educativas y de bienestar (por ejemplo, AKDN), reforzando la legitimidad carismática institucionalizada. Trasladado al caso tibetano, la CTA/Gaden Phodrang actúan como nodos de coordinación de una comunidad global, mientras que la RPC busca traducir la autoridad en legalidad estatal, generando un conflicto de foros (religioso transnacional vs. estatal).

La sucesión del Dalai Lama, por consiguiente, representa una encrucijada crucial entre la tradición religiosa, la identidad cultural y la estrategia geopolítica. Tendré ocasión de aplicar estos conceptos a los diferentes puntos tratados en esta monografía a continuación.

Budismo: definición, orígenes, difusión geográfica e histórica y ramas

El budismo es una de las principales religiones y sistemas filosóficos del mundo, fundado en las enseñanzas de Siddhartha Gautama, conocido como el Buda («el Iluminado»), que vivió en el norte de la India entre mediados del siglo VI y mediados del siglo IV a. C. Hace hincapié en las Cuatro Nobles Verdades —el sufrimiento (dukkha), su origen en el deseo, su cese y el camino hacia el cese a través del Óctuple Sendero— y en prácticas fundamentales como la meditación, la conducta ética y la sabiduría para alcanzar la iluminación (nirvana). El budismo rechaza la existencia de un dios creador y se centra en la impermanencia, el no yo (anatta) y el surgimiento interdependiente (Gethin, 1998; Harvey, 2013).

Los orígenes del budismo son geográficos e históricos, y se remontan a la llanura oriental del Ganges, en la antigua India, concretamente al antiguo reino de Magadha (actual Bihar y parte de Nepal). Siddhartha Gautama nació en Lumbini (actual Nepal), alcanzó la iluminación bajo el árbol Bodhi en Bodh Gaya (India), pronunció su primer sermón en Sarnath, cerca de Varanasi, y entró en parinirvana en Kushinagar. Estos lugares conforman el circuito de peregrinación fundamental. El budismo surgió como un movimiento śramaṇa (ascético) en medio del brahmanismo védico, desafiando las jerarquías de castas y el ritualismo (Bronkhorst, 2011; Samuel, 2008).

Desde sus inicios, alrededor del siglo V a. C., el budismo se extendió gradualmente. Bajo el emperador Ashoka (r. 268-232 a. C.) del Imperio Maurya, se expandió por todo el subcontinente indio y más allá gracias a los esfuerzos misioneros, llegando a Sri Lanka, Myanmar y Asia Central. En el siglo I d. C., entró en China a lo largo de la Ruta de la Seda, evolucionando hacia las formas mahayana. Llegó a Corea en el siglo IV, a Japón en el VI y al Tíbet en el VII. En el sudeste asiático, el budismo theravada se afianzó en Tailandia, Laos, Camboya y partes de Vietnam en el siglo XIII. El declive en la India se produjo debido a las invasiones, el renacimiento hindú y las conquistas musulmanas en el siglo XII, pero persistió en las regiones del Himalaya. Hoy en día, el budismo cuenta con más de 500 millones de seguidores en todo el mundo, concentrados en Asia (Buswell y López, 2014; Heirman y Bumbacher, 2012).

Las principales ramas del budismo reflejan divergencias doctrinales y prácticas:

  • Theravada («Enseñanza de los Ancianos»): hace hincapié en el Canon Pali y en la liberación individual a través de la disciplina monástica. Predomina en Sri Lanka, Myanmar, Tailandia, Laos y Camboya. Se centra en el Buda histórico y en el ideal del arhat.
  • Mahayana («Gran Vehículo»): surgió alrededor del siglo I d. C. y hace hincapié en la compasión (bodhicitta) y el camino del bodhisattva para salvar a todos los seres. Incluye textos como el Sutra del loto. Predomina en China, Corea, Japón y Vietnam, con subescuelas como el zen (chan) y la Tierra Pura.
  • Vajrayana («Vehículo del Diamante»): Una extensión tántrica del Mahayana, que incorpora rituales esotéricos, mantras y yoga de deidades para alcanzar rápidamente la iluminación. Prevalente en el Tíbet, Bután, Mongolia y partes de Nepal y la India. Integra elementos del tantra indio y tradiciones locales.

Estas ramas evolucionaron a través de la adaptación cultural, con el Theravada conservando las primeras enseñanzas, el Mahayana ampliando la soteriología y el Vajrayana enfatizando las prácticas transformadoras (Williams, 2008; Wedemeyer, 2013).

Budismo tibetano: definición, escuelas, historia, creencias y clasificación

El budismo tibetano, también conocido como Vajrayana o lamaísmo, es una forma distinta de budismo Mahayana que incorpora prácticas tántricas, elementos chamánicos de la religión indígena Bon y tradiciones esotéricas indias. Se clasifica dentro de la rama más amplia del Mahayana, pero a menudo se considera un tercer vehículo (Vajrayana) debido a su énfasis en las enseñanzas secretas (tantras) para acelerar la iluminación. Las creencias fundamentales incluyen los ideales mahayana del vacío (shunyata), la compasión y el voto del bodhisattva, complementados por el uso de mandalas, mudras y devoción al gurú en el vajrayana. Las prácticas tienen como objetivo realizar la naturaleza búdica innata a través de la visualización, los rituales de empoderamiento y las técnicas yóguicas (Kapstein, 2006; Powers, 2007).

Históricamente, el budismo entró en el Tíbet en el siglo VII bajo el rey Songtsen Gampo, que se casó con princesas budistas de Nepal y China, y estableció templos como el Jokhang en Lhasa. La «primera difusión» alcanzó su apogeo en el siglo VIII con Padmasambhava (Guru Rinpoche), que sometió a los espíritus locales y fundó la escuela Nyingma. Una «segunda difusión» en el siglo XI revivió la tradición tras la persecución, dando lugar a nuevas escuelas. El budismo tibetano se mezcló con el bon, incorporando deidades y rituales, al tiempo que daba prioridad a la filosofía budista (Davidson, 2005; Snellgrove, 1987).

Las cuatro escuelas principales (linajes sectarios) son:

  • Nyingma («los antiguos»): la más antigua, que se remonta a Padmasambhava. Hace hincapié en la meditación dzogchen («gran perfección») para la realización directa de la naturaleza de la mente. Menos monástica, con practicantes laicos (ngakpas).
  • Kagyu («linaje oral»): fundada por Marpa el Traductor (siglo XI), se centra en el mahamudra («Gran Sello») y las prácticas yóguicas. Las subescuelas incluyen Karma Kagyu (dirigida por Karmapa) y Drikung Kagyu.
  • Sakya («Tierra Gris»): Originaria del siglo XI, conocida por las enseñanzas Lamdre («Camino y Fruto»). Históricamente influyente en la política, con monjes eruditos.
  • Gelug («Tradición Virtuosa»): Fundada por Tsongkhapa en el siglo XIV, hace hincapié en la disciplina monástica, la lógica y el camino gradual. Dominante desde el siglo XVII, liderada por el linaje del Dalai Lama.

Estas escuelas comparten doctrinas fundamentales, pero difieren en el énfasis y la transmisión. El cuerpo de creencias del budismo tibetano incluye las Tres Vueltas de la Rueda del Dharma, las iniciaciones tántricas y las enseñanzas del bardo (estado intermedio) del Libro tibetano de los muertos. Se atribuye al Mahayana, pero integra de forma única el esoterismo Vajrayana (Samuel, 1993; López, 1998).

En términos geopolíticos, la difusión cultural del budismo tibetano ha creado redes transnacionales en las que la autoridad religiosa trasciende las fronteras, de forma similar al sistema papal del catolicismo o la umma del islam, lo que fomenta conflictos de legitimidad cuando actores estatales como China tratan de nacionalizar el liderazgo espiritual (Bruno, 2019; McGranahan, 2010; Lavine, 1998). El marco de legitimidad de Weber se aplica aquí, con la autoridad carismática del Dalai Lama chocando con las reivindicaciones racionales y legales de China sobre el gobierno monástico (Weber, 1978; Topgyal, 2023).

Países con importantes comunidades budistas tibetanas y lugares sagrados

El budismo tibetano prospera en comunidades de toda Asia y más allá, moldeado por las migraciones históricas y el exilio. La más grande se encuentra en la Región Autónoma del Tíbet (RAT) y las provincias chinas adyacentes (Qinghai, Sichuan, Gansu, Yunnan), donde viven más de 6 millones de tibetanos étnicos.

Bután tiene una población mayoritariamente budista tibetana (alrededor del 75 %), con el vajrayana como religión estatal, siguiendo la tradición drukpa kagyu, que ha desarrollado características distintivas a lo largo de los siglos a pesar de sus raíces en el budismo tibetano.

Las guerras territoriales históricas con el Tíbet bajo los anteriores Dalai Lamas han fomentado la rivalidad política y religiosa, como lo demuestra la ausencia de visitas del Dalai Lama desde 1959.

Nepal alberga importantes comunidades en el Himalaya (por ejemplo, sherpas y tamangs), que representan alrededor del 10 % de la población y siguen predominantemente la escuela Nyingma; el Gobierno evita históricamente relacionarse con el Dalai Lama para no provocar la reacción de China, cuya última visita fue en 1987 a Lumbini, y ha suprimido las celebraciones de su cumpleaños.

Mongolia, donde el budismo tibetano llegó en el siglo XIII a través de alianzas mongolo-tibetanas, tiene alrededor del 50 % de adeptos, con predominio de la escuela gelug; es la sede del tercer líder gelug más importante, el Khalkha Jetsun Dhampa Rinpoche, cuya décima reencarnación, un niño mongol nacido en Estados Unidos, fue identificada por el Dalai Lama en 2023. Sin salida al mar y rodeada por China y Rusia, Mongolia se enfrenta a una vulnerabilidad estratégica ante la presión china, que podría dividir el pragmatismo del Gobierno y la resistencia monástica, sobre todo teniendo en cuenta que solo la mitad de la población es budista.

La India es un centro clave para los exiliados, con más de 100.000 tibetanos en Dharamsala (sede de la Administración Central Tibetana) y asentamientos en Karnataka, Himachal Pradesh y Ladakh. Existen comunidades más pequeñas en Rusia (Kalmukia, Buriatia, Tuva), Taiwán y países occidentales como Estados Unidos, Suiza y Canadá debido a la diáspora (Schmitz, 2023; Anand, 2019; Smith, 2013).

En otros países de mayoría budista, las respuestas a la sucesión varían. Sri Lanka, Myanmar, Tailandia, Laos y Camboya, predominantemente theravada, se han mostrado cautelosos a la hora de acoger al Dalai Lama por temor a las repercusiones chinas, a pesar de las peticiones internas, y es poco probable que apoyen al sucesor ante la posible reacción negativa.

Japón, donde los budistas representan alrededor del 46 % de la población, ha desafiado la presión china al acoger al Dalai Lama en 25 ocasiones, lo que ofrece esperanzas de que continúen las invitaciones, aunque las reacciones de Pekín podrían intensificarse con respecto al sucesor, cuya autoridad China cuestiona abiertamente (Kumar, 2025; Toichi, 2023; Japanese Institute of International Affairs, 2024).

Estas comunidades ponen de relieve la autoridad religiosa transnacional, en la que la influencia del Dalai Lama traspasa las fronteras, de forma similar al papel del Papa en el catolicismo o a las propias relaciones históricas del Dalai Lama con los mongoles, a quienes ha protegido como sacerdote (Mandaville, 2001; Bruno, 2019). Los intentos de China de domesticar el budismo tibetano contrastan con esta legitimidad transfronteriza, creando conflictos similares a los del islam por la sucesión califal o al cristianismo por los cismas (Casanova, 1994; McGranahan, 2010).

Los lugares sagrados del budismo incluyen los cuatro sitios principales: Lumbini (nacimiento), Bodh Gaya (iluminación), Sarnath (primera enseñanza) y Kushinagar (parinirvana). Otros sitios clave son Rajgir (segunda vuelta de la rueda) y Shravasti (milagros). En el budismo tibetano, el más sagrado es el monte Kailash, en el Tíbet occidental, venerado como la morada de Demchok (Chakrasamvara) y lugar de peregrinación para la circunvalación (kora). Es sagrado para los hindúes (morada de Shiva), los jainistas y los bonpo. Lhasa alberga el templo de Jokhang (que alberga la estatua de Jowo Shakyamuni) y el Palacio Potala (antigua residencia del Dalai Lama). Otros lugares de interés son el monasterio de Samye (el primero del Tíbet), Tashilhunpo (sede del Panchen Lama) y el lago Manasarovar, cerca del Kailash. Los 24 grandes lugares sagrados del Hevajra Tantra, como Jalandhara y Oddiyana, son lugares de poder tántrico (Buffetrille, 2010; Huber, 1999).

El papel del Dalai Lama en el Gran Juego

El «Gran Juego» (la rivalidad del siglo XIX entre Gran Bretaña y Rusia por la influencia en Asia Central) arrastró al Tíbet a la geopolítica imperial, con el Dalai Lama como figura clave. La política aislacionista del Tíbet bajo el XIII Dalai Lama (1876-1933) tenía como objetivo preservar la independencia ante las presiones de la China Qing, Rusia y Gran Bretaña. En 1904, las fuerzas británicas al mando de Francis Younghusband invadieron el Tíbet para contrarrestar la supuesta influencia rusa, imponiendo un tratado que abrió los mercados comerciales. El Dalai Lama huyó a Mongolia y China en busca de alianzas (Hopkirk, 1990; French, 1994).

Rusia, a través del monje buriato Agvan Dorzhiev, contrató al Dalai Lama como asesor espiritual, considerando el Tíbet como un puente budista hacia Asia. Las misiones de Dorzhiev a San Petersburgo aumentaron los temores británicos de una invasión rusa. China, debilitada por el colapso de la dinastía Qing, intentó reafirmar su control, pero la Convención de Simla de 1913 (boicoteada por China) reconoció la autonomía del Tíbet bajo la soberanía china, con concesiones fronterizas para Gran Bretaña. El Dalai Lama navegó entre estas potencias y proclamó la independencia del Tíbet en 1913, al tiempo que mantenía el equilibrio entre los lazos religiosos con los mongoles y la neutralidad política. Esta época puso de relieve el papel de tiburón como zona tampón, con el Dalai Lama como pivote diplomático frente a las ambiciones chinas, británicas y rusas (Meyer y Brysac, 1999; Anand, 2009).

En el ámbito religioso, este periodo prefiguró las luchas por la legitimidad modernas, en las que la autoridad carismática del Dalai Lama (Weber, 1978) se aprovechó para obtener la soberanía, de forma similar a como las potencias coloniales utilizaron la geopolítica cultural para justificar su influencia (Agnew, 2010; Kurnosenko, 2010).

Relaciones con los mongoles y formación del poder político-religioso

Las relaciones entre el Tíbet y Mongolia se remontan al siglo XIII, cuando el imperio de Gengis Kan incorporó el Tíbet, estableciendo una dinámica de «sacerdote-patrón» (cho-yon). Los lamas sakya se convirtieron en consejeros espirituales de los kanes mongoles, lo que influyó en la dinastía Yuan de China (1271-1368). Esta alianza otorgó al Tíbet autonomía a cambio de legitimidad religiosa (Petech, 1990; Rossabi, 1988).

El auge de la escuela gelug en el siglo XVII consolidó los lazos. El quinto Dalái Lama (1617-1682) se alió con el líder mongol Gushri Khan, que conquistó las facciones tibetanas rivales y unificó el Tíbet bajo el dominio gelug. El Dalái Lama se convirtió en jefe temporal y espiritual, con Lhasa como capital. Esto formó un Estado teocrático en el que la autoridad religiosa (los lamas) se entrelazaba con el poder político, administrado a través de monasterios y propiedades aristocráticas. El sistema persistió hasta 1959, con regentes que gobernaban durante la minoría de edad del Dalái Lama. El apoyo mongol decayó tras el ascenso de los Qing, pero los lazos culturales perduraron, y Mongolia adoptó el budismo tibetano. Entre las tensiones recientes se encuentra la presión de China sobre Mongolia con respecto al reconocimiento del décimo Jetsun Dhampa, lo que pone a prueba el control de Pekín sobre las reencarnaciones budistas (Jagannath, 2017; Kaplonski, 2014).

Este modelo de sacerdote-patrón ejemplifica la autoridad religiosa transnacional, comparable a las relaciones papales-monárquicas de la Europa medieval, donde la legitimidad espiritual reforzaba la soberanía política (Mandaville, 2001; Bruno, 2019). Se aplica la legitimidad tradicional de Weber, ya que el papel del Dalai Lama fusionó la tradición religiosa con el gobierno político (Weber, 1978).

Definición histórica del Dalai Lama: de autoridad religiosa a política

El título «Dalai Lama» («Océano de Sabiduría») fue conferido en 1578 por el gobernante mongol Altan Khan a Sonam Gyatso, el tercero del linaje, y se aplicó retroactivamente a sus predecesores. El linaje comenzó con Gendun Drup (1391-1474), discípulo de Tsongkhapa. Inicialmente religioso y centrado en las enseñanzas gelug, el cargo adquirió poder político gracias a las alianzas con los mongoles (Sperling, 2001; Mullin, 2001).

La unificación llevada a cabo por el quinto Dalái Lama convirtió el cargo en jefe de Estado, con poderes sobre la administración, la ley y la diplomacia. El gobierno (Ganden Phodrang) controlaba el Tíbet central (U-Tsang), partes de Kham y Amdo, e influía en Bután y Sikkim. Entre los retos se encontraban las rivalidades internas (por ejemplo, la oposición Kagyu) y las intervenciones de la dinastía Qing, que nombró ambans (residentes) en Lhasa. Desde la China imperial (Qing, 1720-1912), las relaciones eran de soberanía y vasallaje, y los Qing aprobaban las reencarnaciones, pero tenían un control directo limitado. La República de China (1912-1949) reclamó la soberanía, pero carecía de capacidad para hacerla valer; el XIII Dalái Lama declaró la independencia en 1913 (Goldstein, 1989; Shakabpa, 1984).

Los orígenes del reino tibetano se remontan al siglo VII, bajo Namri Songzen, y se expandieron en competencia con China, con raíces en la mítica dinastía Yarlung. Entre los siglos VII y IX, el imperio abrazó el budismo de la India y se extendió hasta los márgenes occidentales de Qinghai, Yunnan, Sichuan y Gansu. Las expansiones mongola y china redujeron su alcance, lo que llevó a una alternancia entre la independencia y la subordinación bajo las dinastías Tang, Yuan y Qing. En 1642, el quinto Dalai Lama se convirtió en jefe religioso y político (van Schaik, 2011; Richardson, 1984).

La República Popular China invadió el país en 1950, imponiendo el Acuerdo de los 17 Puntos (1951), que reconocía la autoridad del Dalái Lama pero integraba el Tíbet. Los levantamientos de 1959 provocaron su exilio. Las consecuencias incluyeron la destrucción cultural durante la Revolución Cultural, más de un millón de muertos y la sinización en curso. A partir de la década de 1980, Pekín promovió el crecimiento económico, la migración han y las infraestructuras, pero persisten las protestas, como las de 2008, y las autoinmolaciones. A pesar de la autonomía oficial desde 1951, las relaciones siguen siendo tensas, con el levantamiento de Lhasa de 1959, que causó numerosas víctimas y la huida del Dalai Lama a la India, apoyado en secreto por la CIA hasta 1969. Los datos económicos muestran un crecimiento del 8 % en 2019, pero el Tíbet sigue siendo una de las regiones más pobres de China en términos de renta per cápita. El énfasis de Xi Jinping en 2020 en la «unidad étnica» y la adaptación del budismo al socialismo subraya los temores al separatismo, con China reclamando la autoridad sobre el XV Dalai Lama (Dai, 2019; China Institute of International Studies, 2022).

Esta historia refleja la evolución de la legitimidad de Weber, que pasó de carismática a racional-legal bajo el dominio chino, mientras que el Dalai Lama mantiene una autoridad transnacional, comparable a la del Papa durante la secularización europea (Weber, 1978; Casanova, 1994; Kurnosenko, 2010).

El Dalai Lama actual: acciones, posturas geopolíticas, alianzas y planes de sucesión

Tenzin Gyatso, entronizado en 1940, asumió el poder absoluto en 1950 en medio de la invasión de la República Popular China. En el exilio desde 1959, estableció la Administración Central Tibetana (ACT) en Dharamsala, India, abogando por la no violencia y el enfoque del camino medio: la autonomía genuina dentro de China, no la independencia. Políticamente, se retiró en 2011, democratizando la ACT con un sikyong (primer ministro) elegido (Gyatso, 1990; Goldstein, 1997).

En el ámbito geopolítico, se ha aliado con la India (que acoge a los exiliados), los Estados Unidos (apoyo de la CIA en los años 1950 y 1970, Premio Nobel de la Paz en 1989) y Europa. Colabora con Taiwán, Mongolia y Bután, promoviendo el diálogo interreligioso. Entre sus alianzas se incluyen la defensa del medio ambiente (el Tíbet como torre de agua de Asia) y los derechos humanos (Laird, 2006; Anand, 2023).

El poder blando de Nye es evidente en el atractivo global del Dalai Lama, que atrae apoyos a través de la diplomacia cultural, en contraste con las tácticas de poder duro de China (Nye, 2004; Kurnosenko, 2010).

Los planes de sucesión, anunciados en 2025, otorgan la autoridad al Gaden Phodrang Trust, excluyendo a China.

El Gaden Phodrang Trust es una organización sin fines de lucro que creó el 14º Dalai Lama, Tenzin Gyatso, en 2011, con base en Dharamshala, India. Su nombre viene de las residencias tradicionales de los Dalai Lamas en el Monasterio de Drepung, en Lhasa, y refleja el legado del gobierno tibetano fundado en el siglo XVII. Básicamente, el Trust existe para dos cosas importantes: primero, asegurarse de que la tradición de los Dalai Lamas continúe, protegiendo el proceso de elegir al próximo Dalai Lama (el 15º) según las tradiciones del budismo tibetano, sin que nadie, especialmente el gobierno chino, interfiera. Segundo, mantener viva la cultura tibetana y los valores que el Dalai Lama promueve, como la compasión, la paz, la no violencia, la armonía entre religiones y el cuidado del medio ambiente.

Lo lidera el propio Dalai Lama, con la ayuda de Samdhong Rinpoche, un monje y líder tibetano de confianza, y opera desde la oficina de Su Santidad en Dharamshala. Además, está conectado con otras organizaciones, como el Dalai Lama Trust, que se enfoca en proyectos benéficos, y la Gaden Phodrang Foundation en Suiza, que lleva los valores del Dalai Lama al mundo.

El actual Dalai Lama afirmó que la reencarnación se producirá en un «país libre», posiblemente la India, y que podría implicar la emanación antes de la muerte. Esto desafía el control de China, y el Dalai Lama hizo hincapié en la continuidad en su vídeo del 2 de julio, poniendo fin a los rumores de disolución. China lo rechaza y afirma que la última palabra la tienen los mecanismos estatales, como la urna de oro (Panda y Pankaj, 2023; Xu, 2025; China Institutes of Contemporary International Relations, 2024).

Este desafío pone de relieve los conflictos de legitimidad, en los que la autoridad carismática del Dalai Lama (Weber, 1978) compite con las reivindicaciones soberanas de China, en paralelo a las elecciones papales históricas o las disputas califales (McGranahan, 2010; Mandaville, 2001).

Posición de China sobre la sucesión y las relaciones con los vecinos

China considera la sucesión como un asunto interno, que requiere la aprobación del Estado a través de precedentes históricos como la urna dorada (era Qing). Pekín rechaza la participación del exilio, tilda al Dalai Lama de «separatista» y planea instalar a un sucesor pro-RPC para legitimar su control sobre el Tíbet. Esto se debe al temor al separatismo y a imperativos estratégicos. En 2025, el presidente de la Región Autónoma del Tíbet, Gama Cedain, afirmó la «última palabra indiscutible» del Gobierno central y condenó las declaraciones del exilio como una injerencia. Los líderes tibetanos rechazaron enérgicamente esta afirmación, considerándola una intromisión de un régimen ateo en asuntos espirituales. Las opciones de China incluyen acelerar las negociaciones con la CTA —las conversaciones secretas persisten a través de un tercer país desde 2024—, pero para lograr avances significativos se requieren concesiones como el reconocimiento del sucesor, lo que es poco probable dada la negativa de la CTA a disolverse o abandonar la autonomía. En ausencia de un acuerdo, Pekín podría respaldar a su propio candidato, lo que intensificaría la batalla por la legitimidad. El precedente del Panchen Lama, con el candidato designado por China en 1995 frente al elegido por el Dalai Lama, que sigue desaparecido, presagia una doble reivindicación (Wang, 2022; Xu, 2025; China Institute of International Studies, 2023).

Las relaciones con la India son tensas; Delhi apoya la autonomía del Dalai Lama y acoge a exiliados desde 1959. Las disputas fronterizas (por ejemplo, los enfrentamientos de 2020 en la LAC) se entrelazan con el Tíbet, como se ha visto en Tawang (lugar de nacimiento del sexto Dalai Lama). Los recientes comentarios de la India sobre la sucesión ponen de relieve los riesgos para las relaciones bilaterales, lo que podría influir en los esfuerzos de normalización. Bután mantiene relaciones discretas, evitando ofender a China y compartiendo vínculos culturales, y probablemente se mantendrá al margen debido a las rivalidades históricas. Nepal, bajo la influencia china, restringe las actividades tibetanas y se alinea pasivamente con Pekín. Mongolia venera al Dalai Lama, pero mantiene un equilibrio con los vínculos económicos con la República Popular China; podría convertirse en un «campo de pruebas» para el control de la reencarnación por parte de China, como han advertido los enviados del Dalai Lama, especialmente tras el reconocimiento de Jetsun Dhampa en 2023.

En la Región Autónoma del Tíbet (RAT), se intensifica la sinización, con infraestructuras como las presas en el Yarlung Tsangpo (Brahmaputra), que suscitan preocupación en las zonas ribereñas (Stobdan, 2019; Anand, 2023). Tras 1959, las relaciones se endurecieron; la política de «una sola China» de la India reconoce el Tíbet como territorio de la República Popular China, pero apoya la preservación cultural.

Entre los cambios recientes se encuentra la legislación estadounidense (Ley para Resolver el Tíbet de 2024) que insta al diálogo. Otras naciones budistas como Sri Lanka, Myanmar, Tailandia, Laos, Camboya y Japón actúan con cautela; los países de mayoría theravada acogen visitas ocasionales, pero dan prioridad a las relaciones con China, mientras que Japón apoya los derechos humanos (Kumar, 2025; Toichi, 2023; Japanese Institute of International Affairs, 2024).

La posición de China emplea el poder blando para cooptar las redes budistas y contrarrestar la autoridad transnacional del Dalai Lama, de forma similar a las tensiones entre el Estado y la religión en Irán o Turquía (Nye, 2004; Mandaville, 2001; Woeser, 2018).

La condición de «techo del mundo» del Tíbet lo convierte en un lugar de vital importancia geopolítica para China. Como «escudo blindado» de Xi Jinping, protege la frontera occidental y actúa de amortiguador entre el corazón del territorio han y la India. Conocida como el «tercer polo» o «techo del mundo», la meseta tiene una altitud media de entre 3.000 y 4.000 metros, y se encuentra en su mayor parte dentro de la República Popular China, con márgenes en la India y Bután. Limita al sur con el Himalaya (incluido el Everest) y al norte con las montañas Kunlun, que conectan con Xinjiang, y es el origen de los principales ríos de Asia: el Yangtsé, el Amarillo (fundamental para la geopolítica china), el Brahmaputra, el Mekong, el Irrawaddy, el Indo, el Salween y el Sutlej. El control otorga a Pekín influencia sobre los países situados aguas abajo: Myanmar, Laos, Tailandia, Camboya y Vietnam se oponen a las presas del Mekong por su impacto en la energía, la agricultura, el agua y la defensa. El deshielo de los glaciares amenaza los ecosistemas, y Estados Unidos aprovecha el descontento para contrarrestar a China (Eyler, 2019; Hirsch, 2025).

Para el estratega Zhang Wenmu, el Tíbet permite el acceso terrestre a los recursos del Pacífico y el Océano Índico, lo que se alinea con la expansión en la periferia de la India (Pakistán, Bután, Nepal, Maldivas, Sri Lanka) a través del Corredor China-Pakistán, evitando el estrecho de Malaca, patrullado por Estados Unidos. El Himalaya actúa como una muralla natural que impide las invasiones; el control rival expondría el núcleo de China (Zhang, 2010; China Institutes of Contemporary International, 2023).

Las megapresas, como el proyecto Yarlung Tsangpo (el más grande del mundo, con 300 TWh anuales, aprobado en diciembre de 2024 y cuya construcción comenzó en julio de 2025), potencian las energías renovables (triplicando las Tres Gargantas) y sirven como «bombas de agua» en disputas. Con un coste superior a los 160 000 millones de dólares, refuerza el dominio hidroeléctrico de China (421 GW instalados) en un contexto de reducción del carbón (60 % del mix energético). Entre los temores aguas abajo se encuentran el desvío del caudal o las inundaciones, tal y como ha expresado el ministro de Arunachal Pradesh, en la India. El proyecto chino de transferencia de agua de sur a norte suscita preocupaciones similares. En el Mekong (cuenca alta del Lancang), hay diez presas en funcionamiento y nueve más previstas para 2030, que financian proyectos en Laos (46 presas, 54 previstas) y Myanmar. Laos aspira a convertirse en la «batería» de Asia, pero las presas provocan sequías (por ejemplo, la peor de las últimas décadas en 2020), alteran el color del río y devastan la pesca (una industria de 17 000 millones de dólares), la agricultura y los ecosistemas que albergan a 60 millones de personas. Estudios (Eyes on Earth, 2020) culpan a la gestión china de retener el agua a pesar de las abundantes lluvias, lo que ha provocado críticas de Estados Unidos y foros regionales como la Comisión del Río Mekong (MRC) y la Cooperación Lancang-Mekong (LMC). Camboya detuvo las presas durante una década en 2020; Tailandia propuso estudios conjuntos (Grundy-Warr & Lin, 2020; Hirsch & Jensen, 2006; Lebel et al., 2005).

Desde el punto de vista geopolítico, las presas se entrelazan con las rivalidades entre China y la India, incluidas las disputas territoriales y las alianzas del Quad. La inestabilidad del Tíbet entraña el riesgo de disturbios, pero el desarrollo económico (a pesar de la pobreza) tiene como objetivo la lealtad. Para China, el Tíbet es innegociable para la unidad nacional, la seguridad energética y la hegemonía regional, con la sinización a través de la migración han, la educación en mandarín y los campos de reeducación. Las sanciones de Estados Unidos (julio de 2020) ponen de relieve el papel del poder blando del Tíbet en la rivalidad entre Estados Unidos y China (Dai, 2022; China Institute of International Studies, 2023).

Culturalmente, este control utiliza la religión como arma para obtener legitimidad, erosionando la autoridad transnacional del Dalai Lama y paralelo a los usos imperiales históricos de la fe para la consolidación territorial (Agnew, 2010; Woeser, 2018; McGranahan, 2010).

Conclusión

La sucesión del Dalai Lama resume las tensiones duraderas entre la soberanía espiritual y el poder estatal. Arraigadas en el profundo legado del budismo, las tradiciones tibetanas se enfrentan a amenazas existenciales por parte de las políticas de la República Popular China, pero las alianzas globales les ofrecen resiliencia. Un análisis equilibrado no revela soluciones sencillas; las reivindicaciones de independencia del Tíbet se basan en la autonomía histórica, pero se ven contrarrestadas por el discurso de integración de China. La estabilidad futura exige el diálogo y el respeto de las libertades religiosas en medio de las realidades geopolíticas. En agosto de 2025, con la firme postura de China sobre la reencarnación y las respuestas regionales que van desde la indiferencia hasta la vulnerabilidad, la cuestión sigue siendo un punto álgido para las relaciones entre la India y China y la seguridad asiática en general (Anand, 2023; Panda y Pankaj, 2023; Xu, 2025; China Institute of International Studies, 2023).

Referencias

Agnew, J. (2010). Religion and geopolitics. Routledge.

Anand, D. (2009). Geopolitical exotica: Tibet in Western imagination. University of Minnesota Press.

Anand, D. (2019). Colonization with Chinese characteristics: Politics of (in)security in Xinjiang and Tibet. Central Asian Survey, 38(1), 129-147.

Anand, D. (2023). Contested (geo)politics of reincarnation and the future China-Tibet-India triangle. In J. Panda & E. Pankaj (Eds.), The Dalai Lama’s succession: Strategic realities of the Tibet question (pp. 1-20). Institute for Security and Development Policy. https://www.isdp.eu/publication/the-dalai-lamas-succession-strategic-realities-of-the-tibet-question/

Bronkhorst, J. (2011). Buddhism in the shadow of Brahmanism. Brill.

Bruno, G. C. (2019). Managing the Buddha at Nālandā: China, India, and the control of Tibetan Buddhism—A comparative case study (Doctoral dissertation, University of Virginia). https://libraetd.lib.virginia.edu/public_view/05741t74k

Buffetrille, K. (2010). Pilgrimage to Mount Kailash. In The Tibetan world (pp. 123-145). Routledge.

Buswell, R. E., & Lopez, D. S. (2014). The Princeton dictionary of Buddhism. Princeton University Press.

Casanova, J. (1994). Public religions in the modern world. University of Chicago Press.

China Institute of International Studies. (2022). Tibet as a strategic asset in China’s foreign policy. CIIS Reports. https://www.ciis.org.cn/english/RESEARCHCENTERS/

China Institute of International Studies. (2023). The Dalai Lama succession: China’s sovereign right. CIIS Working Paper. https://www.ciis.org.cn/english/RESEARCHCENTERS/

China Institutes of Contemporary International Relations. (2024). Strategic implications of Tibetan reincarnation for national security. CICIR Analysis. https://www.cicir.ac.cn/

Dai, Q. (2019). Tibet’s integration into modern China: Historical perspectives. China Quarterly, 238, 456-478.

Dai, Q. (2022). Sinicization and stability in Tibet. China Quarterly, 250, 789-810.

Davidson, R. M. (2005). Tibetan renaissance: Tantric Buddhism in the rebirth of Tibetan culture. Columbia University Press.

Eyler, B. (2019). Last days of the mighty Mekong. Zed Books.

French, P. (1994). Younghusband: The last great imperial adventurer. HarperCollins.

Gethin, R. (1998). The foundations of Buddhism. Oxford University Press.

Goldstein, M. C. (1989). A history of modern Tibet, 1913-1951: The demise of the Lamaist state. University of California Press.

Goldstein, M. C. (1997). The snow lion and the dragon: China, Tibet, and the Dalai Lama. University of California Press.

Grundy-Warr, C., & Lin, S. (2020). The geopolitics of transboundary water management in the Mekong Basin. Political Geography, 79, 102150.

Guerra, A., & Marconi, M. (2019). Spazi e tempi della fede: Spunti per una geopolitica delle religioni [Spaces and times of faith: Notes for a geopolitics of religions]. Sapienza Università Editrice.

Gyatso, T. (1990). Freedom in exile: The autobiography of the Dalai Lama. HarperCollins.

Harvey, P. (2013). An introduction to Buddhism: Teachings, history and practices (2nd ed.). Cambridge University Press.

Heirman, A., & Bumbacher, S. P. (Eds.). (2012). The spread of Buddhism. Brill.

Hirsch, P. (2025). China and the cascading geopolitics of lower Mekong dams. Asia Pacific Journal, 19(9), Article 3529.

Hirsch, P., & Jensen, K. M. (2006). National interests and transboundary water governance in the Mekong. Australian Mekong Resource Centre.

Hopkirk, P. (1990). The great game: The struggle for empire in Central Asia. Kodansha International.

Huber, T. (1999). The cult of pure crystal mountain: Popular pilgrimage and visionary landscape in Southeast Tibet. Oxford University Press.

Jagannath, P. (2017). India’s policy towards Tibet. Routledge.

Japanese Institute of International Affairs. (2024). Tibet in China-India relations: Strategic perspectives. JIIA Policy Brief. https://www.jiia.or.jp/en/

Kalberg, S. (1980). Max Weber’s types of rationality: Cornerstones for the analysis of rationalization processes in history. American Journal of Sociology, 85 (5), 1145–1179. https://doi.org/10.1086/227128

Kaplonski, C. (2014). The lama question: Violence, sovereignty, and exception in early socialist Mongolia. University of Hawai’i Press.

Kapstein, M. T. (2006). The Tibetans. Blackwell.

Kumar, A. (2025). The Dalai Lama’s succession and the geopolitics of faith. ThinkChina. https://www.thinkchina.sg/politics/dalai-lamas-succession-and-geopolitics-faith

Kurnosenko, E. (2010). China, the Dalai Lama and the question of soft power (Master’s thesis, Central European University). https://www.etd.ceu.edu/2010/kurnosenko_ekaterina.pdf

Laird, T. (2006). The story of Tibet: Conversations with the Dalai Lama. Grove Press.

Lavine, A. (1998). Tibetan Buddhism in America: The development of American Vajrayana (Master’s thesis, University of Wisconsin-Madison). https://www.proquest.com/docview/304447032

Lebel, L., Garden, P., & Imamura, M. (2005). The politics of scale, position, and place in the governance of water resources in the Mekong region. Ecology and Society, 10(2), 18.

Lopez, D. S. (1998). Prisoners of Shangri-La: Tibetan Buddhism and the West. University of Chicago Press.

Mandaville, P. (2001). Transnational Muslim politics: Reimagining the umma. Routledge.

Meyer, K., & Brysac, S. B. (1999). Tournament of shadows: The great game and the race for empire in Central Asia. Counterpoint.

Mullin, G. H. (2001). The fourteen Dalai Lamas: A sacred legacy of reincarnation. Clear Light Books.

Nye, J. S. (2004). Soft power: The means to success in world politics. PublicAffairs.

Panda, J., & Pankaj, E. (Eds.). (2023). The Dalai Lama’s succession: Strategic realities of the Tibet question. Institute for Security and Development Policy. https://www.isdp.eu/publication/the-dalai-lamas-succession-strategic-realities-of-the-tibet-question/

Petech, L. (1990). Central Tibet and the Mongols: The Yuan-Sa-skya period of Tibetan history. Istituto Italiano per il Medio ed Estremo Oriente.

Powers, J. (2007). Introduction to Tibetan Buddhism (Rev. ed.). Snow Lion.

Richardson, H. E. (1984). Tibet and its history (2nd ed.). Shambhala.

Rossabi, M. (1988). Khubilai Khan: His life and times. University of California Press.

Samuel, G. (1993). Civilized shamans: Buddhism in Tibetan societies. Smithsonian Institution Press.

Samuel, G. (2008). The origins of yoga and tantra: Indic religions to the thirteenth century. Cambridge University Press.

Schmitz, G. (2023). Tibetan Buddhist communities in exile: Challenges and adaptations. Journal of Asian Studies, 82(3), 456-478.

Shakabpa, W. D. (1984). Tibet: A political history. Potala Publications.

Smith, W. W. (2013). Tibet’s last stand? The Tibetan uprising of 2008 and China’s response. Rowman & Littlefield.

Snellgrove, D. L. (1987). Indo-Tibetan Buddhism: Indian Buddhists and their Tibetan successors. Shambhala.

Sperling, E. (2001). Orientalism and aspects of violence in the Tibetan tradition. In Imagining Tibet: Perceptions, projections, and fantasies (pp. 317-329). Wisdom Publications.

Stobdan, P. (2019). The great game in the Buddhist Himalayas: India and China’s quest for strategic dominance. Penguin Random House India.

Toichi, T. (2023). Japan’s perspective on Tibet and the Dalai Lama succession. Journal of International Affairs (Japan), 45(2), 112-130.

van Schaik, S. (2011). Tibet: A history. Yale University Press.

Wang, L. (2022). China’s policy on Tibetan reincarnation: Historical and contemporary dimensions. China Quarterly, 249, 567-589.

Weber, M. (1947). The theory of social and economic organization. Oxford University Press.

Wedemeyer, C. K. (2013). Making sense of tantric Buddhism: History, semiology, and transgression in the Indian traditions. Columbia University Press.

Williams, P. (2008). Mahayana Buddhism: The doctrinal foundations (2nd ed.). Routledge.

Xu, F. (2025, July 24). Written interview to Global Times on Dalai Lama succession. Ministry of Foreign Affairs of the People’s Republic of China. https://www.fmprc.gov.cn/eng/xw/zwbd/202507/t20250724_11676386.html

Yeh, E. T. (2013). Taming Tibet: Landscape transformation and the gift of Chinese development. Cornell University Press.

Zhang, W. (2010). Tibet’s strategic value in China’s national security. China International Studies, 25, 45-67.

Share this article
The link has been copied!