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En un interesante artículo publicado en The Atlantic, de Ronald Brownstein, se recoge la conclusión a la que llega Michael Podhorzer, estratega político de los sindicatos, y que se resume en la sentencia: quizás ha llegado el momento de dejar de hablar de Estados Unidos "rojo" y "azul", y argumenta que es necesario empezar a pensar a Estados Unidos como una república federada de dos naciones fundamentalmente diferentes que comparten incómodamente el mismo espacio geográfico, atendiendo a diferentes tipos de criterios, como pueden ser los históricos, sociales, etcétera.

De acuerdo con Podhorzer, las crecientes divisiones entre los estados rojos (Partido Republicano) y azules (Partido Demócrata) representan realmente una reversión de las líneas de separación durante gran parte de la historia de Estados Unidos como nación. Las diferencias entre los estados en la era de Donald Trump, son, a juicio de Podhorzer, "muy similares, tanto geográfica como culturalmente, a las divisiones entre la Unión y la Confederación", remontándose dichas líneas divisorias para determinar sus respectivos espacios en gran medida en la fundación de la nación, cuando los estados esclavistas y los estados libres forjaron una incómoda alianza para convertirse en 'una nación'.

Concuerdo en este aspecto con Podhorzer, pues la expansión del siglo XVIII generó grupos de "ganadores" a ambos lados del Atlántico. Mientras en Europa todo gran terrateniente que contaba con excedentes agrícolas que fueran altamente comercializables, los fabricantes y los propietarios de minas fueron los que amasaron fortunas, en las colonias de América los plantadores, dentro de un contexto marcado por una fase de expansión, también desarrollaron unas grandes fortunas, a los que conviene añadir a comerciantes y armadores, además de financieros y grandes funcionarios.

Estas grandes fortunas que nacían del comercio transatlántico no eran repartidas equitativamente, más allá de los reproches éticos que se les puede hacer respecto a la esclavitud, por ejemplo. Esto generó unas tensiones que fueron en crecimiento dentro de las élites, pues comerciantes y dueños de plantaciones, y estos últimos con los gobernadores establecidos por la metrópolis empezaron a experimentar tensiones en la esfera del Atlántico, a su vez en Europa surgían tensiones entre los plebeyos enriquecidos y los aristócratas, y entre los diferentes Estados con el poder suficiente para pelear por más recursos coloniales.

Un interesante ejemplo, que surge en este tiempo, es la tendencia a un antagonismo entre los comerciantes y los dueños de plantaciones con esclavos, pues la falta de un acceso al crédito conducía a estos a tratar con los comerciantes y con los armadores, que les cargaban con altos tipos de interés, y cuya inquina se extendía hacia los gobiernos coloniales, que favorecían a los comerciantes y armadores al concederles monopolios comerciales. En el caso de los plantadores de tabaco de Virginia, por ejemplo, esto suponía que tenían que vender sus cosechas muy a la baja a los comerciantes británicos en régimen de monopolio, que pasaban a enviar cuatro quintas partes de la cosecha a Europa para volver a ser exportada allí a los diferentes mercados, aumentando los beneficios enormemente.

Esto se sostuvo mientras la expansión comercial era tal que podía compensar estas tensiones en la élite... en el momento en que los equilibrios de poder se rompieron se fueron generando los elementos revolucionarios, a lo que había que sumar el factor "relajante" del contrabando, que permitía a ciertos colonos con plantaciones explotar sus recursos humanos y redes en la metrópolis para beneficiarse, además de contar con asambleas representativas muy bien establecidas en los territorios coloniales, a esto cabe sumar la esclavitud de millones de seres humanos que eran "consumidos" como un recurso más y los cientos de miles de vidas de miembros de clases bajas para alistarlos en marina mercante y la marina de guerra, para mantener toda la maquinaria en funcionamiento, de tal manera que su expansionismo venía alimentado por el poder de la Royal Navy y de la administración británica que en todas dimensiones posibles en la época, tierra y mar, mantenían a franceses y nativos norteamericanos bajo control, además de controlar sublevaciones de esclavos y extender un sistema basado en plantaciones y la esclavitud.

Otro fenómeno asociado tiene que ver con que tal expansión del comercio y la producción generó que apareciera un número creciente de miembros que hoy llamaríamos "clases medias" en cualquier centro urbano cuyas actividades girasen alrededor de estos ejes prestando servicios y gestionando e impulsando el comercio y la expansión colonial desde diferentes perspectivas. A su vez, los dueños de unas plantaciones que, allí donde era posible, no hacían más que crearse y aumentar, impulsó otro modelo de posesión de la tierra, más dirigido hacia el sostenimiento de masas humanas, además de fabricantes de todo tipo, por no hablar de contables, médicos, abogados y un amplio etcétera.

Esto generó las bases de una solidaridad racial blanca con la finalidad de crear condiciones que favorecieran al mayor número posible de miembros de esta raza, a lo que enseguida se sumó un creciente número de personas de raza blanca y origen europeo y que se veían impulsados a dejar el Viejo Continente por diferentes motivos para hallar una vida con mejores condiciones, y que no hacía más que reforzar el pacto colonial racial blanco, creando condiciones donde la teoría política wigh empezó a prosperar y a hacerse predominante.

Pero el equilibrio de fuerzas empezó a mutar tras una larga expansión económica impulsada por la expansión colonial, y dado el bloqueo en la expansión que llegó con la derrota de Francia en la Guerra de los Siete Años, por un lado, y dado que las élites coloniales contaban con la suficiente fuerza desde todo punto de vista, incluido el social, pensaron que podían cambiar la relación colonial cuando sus beneficios menguaron por el estancamiento de la expansión colonial, alimentada por una depresión comercial a la que se sumó la especulación de las finanzas de la época, con una polarización social creciente y un decidido apoyo de las clases medias a los intereses de la élite que habían definido el statu quo, aunque la tenencia de la tierra marcaba diferencias entre un norte con otro tipo de propiedades agrícolas, y con una organización social y económica distintas del sur, que concentraba las plantaciones.

Precisamente los primeros años de la Guerra de los Siete Años también generaron un cierto equilibrio entre las diferentes partes norte y sur de las colonias, porque sirvieron, ante todo los primeros años, para relanzar a los centros comerciales del norte, dado el frente de guerra y sus diferentes necesidades, creando una época de abundancia general con la excepción de Boston, impulsando el comercio, especializando a estas colonias y sus centros comerciales en el aprovisionamiento y sostenimiento de masas de soldados; a su vez a esto se sumaron los comerciantes que atacaban las rutas francesas mediante la piratería, que también acumularon grandes masas de capital, a lo que se sumó el contrabando a precios muy altos para aprovisionar al enemigo aislado. Pero también tuvo un impacto político, porque hacía falta que todas las colonias coordinasen sus esfuerzos, finanzas, etcétera para sostener el esfuerzo de guerra, cosa que profundizó en la concepción de las élites y de sus socios cooptados de sentirse parte de una comunidad política común. Por último, la victoria sin paliativos sobre Francia hizo que, dada su implicación en la guerra en diferentes facetas, que fue predominante, se sintieran muy reforzados en su visión de sí mismos como de una fuerza capaz en el aspecto militar... y ya que en todo ello los británicos no tuvieron el mismo peso relativo, y dadas las circunstancias... ¿para qué necesitaban los colonos de la "protección" británica en esas condiciones?

El aspecto desestabilizador llegó al finalizar la guerra contra Francia, pues se acabaron los contratos y la retirada de efectivos y los aspectos dirigidos a su sostenimiento que se manifestaban en diferentes actividades económicas sufrieron un brusco parón. Más aún, la administración británica no sólo detuvo el crédito dirigido hacia las colonias para el sostenimiento de la guerra, también impuso un optimizado sistema de control y fiscalización: ahora la guerra había que pagarla y el imperio colonial era el escogido para pagar la factura en lugar de la metrópolis mediante medidas como la Stamp Act de 1765 o la Tea Act de 1773. Aquello creó un frente común de trabajadores y artesanos empobrecidos, fabricantes de todo tipo de suministros, dueños de plantaciones cuyo equilibrio se había roto en perjuicio suyo y sin posibilidad de trasladar los costes hacia una expansión colonial, y a estos grupos se sumaron los comerciantes.

A esto hay que añadir las resistencias, de carácter armado, de los nativos americanos que repercutió sobre los colonos bloqueando la salida del flujo migratorio que llegaba desde Irlanda y lo que hoy sería Alemania. Tras el levantamiento de Pontiac, que los británicos tuvieron que aplastar con toda contundencia para seguridad de los colonos, los británicos percibieron la necesidad de ahorrar más gastos militares y evitar la expansión colonial hacia el Oeste, transformando la zona transapalache como una fuente de extracción pero usando el comercio pacífico con las diferentes poblaciones indígenas que fueran seguras, activando más el conflicto entre colonias y metrópolis.

A su vez, la depresión que siguió a la posguerra resultó ser más larga y más profunda que los anteriores ciclos de crecimiento y decrecimiento del siglo XVIII, y adicionalmente se vivió una amplia y más profunda polarización de la riqueza, cosa que creó unas masas crecientes empobrecidas en las ciudades portuarias y afectó a las clases medias del momento en un número creciente enviándolas hacia las clases bajas, siendo estas gentes aquellas que tenían una mayor conciencia política y que podemos hallar bien situadas dentro de la milicia voluntaria de Filadelfia, la asamblea de Boston o bien en el consejo municipal de Nueva York, por citar unos ejemplos que resultan paradigmáticos.

Con las élites sintiéndose incapaces de situarse con los británicos por la limitación de la expansión colonial para las plantaciones, y por aspectos como las mencionadas Stamp Act o Tea Act, aceptaron sumarse a esas posiciones pero temiendo que esos sentimientos y acciones radicales se dirigieran contra los británicos y sus partidarios en términos generales, pero no hacia la oligarquía cuando la Revolución Americana de 1776 estalló. Esto obligó, en aras de forjar la independencia de la nación, abstenerse de continuar con movimientos abolicionistas, particularmente con el compromiso constitucional sobre impuestos y representación (por el cual un esclavo contaba como tres quintas partes de una persona libre), y que fue el fundamento que mantuvo cohesionados a los diferentes Estados, distinguiéndose entre aquellos cuya oligarquía era la gran terrateniente, enfocada a cultivos de grandes plantaciones y sus aliados, situados en unos Estados en la zona sur, y aquellos otros que tuvieron que ceder en este importante punto en aras de forjar la nación, pero que eran abolicionistas y tenían otra estructura económica y social, situados en el norte. A su vez, el compromiso alcanzado que aseguraba el noroeste como un lugar para granjas familiares se encargó de mantenerlos unidos como un poder en expansión desplazando con violencia a las poblaciones indígenas, así fuera en el noroeste, con otro tipo de tenencia de la tierra y de cultivos, como en el suroeste, donde las plantaciones esclavistas de la oligarquía más poderosa siguieron en expansión.

Así, tras las inspiradoras y grandes proclamas de la Revolución Americana se podía leer una letra pequeña que condicionaba tal texto, y que beneficiaba a una oligarquía dentro de un sistema internacional del comercio y la producción donde sus plantaciones esclavistas eran el pilar sobre el que descansaba su poder, por tal razón en Santo Domingo, cuando se produjo la rebelión de esclavos que conduciría a la proclamación de la República de Haití como estado independiente, el intento de restaurar el dominio de los dueños esclavistas de grandes plantaciones en esta parte del Caribe contó con el apoyo del Imperio británico y de Estados Unidos en 1802.

Pero, a su vez, las revoluciones de Francia y la de Haití también impulsaron en Estados Unidos una segunda oleada de sentimiento abolicionista que esta vez no pudo ser detenida: se aprobaba la ley de emancipación en Nueva York en 1799. El fracaso de la expedición de 1802 condujo a que Nueva Jersey en 1804 también redactase y aprobase su ley de emancipación, año en que se proclamaba la República de Haití, y llegó la abolición del comercio de esclavos en 1807.

Jean-Jacques Dessalines fue un líder de la revolución haitiana y el primer gobernante de un Haití independiente bajo la constitución de 1805.

Sobre esta ofensiva, de la que a continuación de este párrafo, profundizaremos, conllevó una reacción liderada por Jefferson y los jeffersonianos y que iba dirigida hacia diferentes frentes: lo primero era evitar una rebelión de esclavos como las vistas en ese contexto y que podría poner las bases del fin de la oligarquía terrateniente, así que lanzó una batería de medidas con esta finalidad, y que incluía la prohibición de la trata como parte del esfuerzo de garantizar que los esclavos siguieran siendo una minoría de la población en los Estados del sur; el siguiente elemento fue reforzar las alianzas entre clases entre los dueños de las plantaciones esclavistas y los granjeros y artesanos, todos ellos de raza blanca; impulsaron también estructuras federales alrededor del blindaje de los "derechos de los Estados" para evitar el funcionamiento de una federación que llevase al éxito las mejores declaraciones que inspiraron la forja de la nación haciendo que los Estados del norte no pudieran cambiar el statu quo desde cualquier perspectiva que daba ese poder a los blancos dueños de las plantaciones esclavistas. Blackburn (1988, 268-286) califica el programa de Jefferson como "acercar a los blancos a su gobierno, con el eje sobre la oligarquía terrateniente y sus intereses, pero atornillar las cadenas de los esclavos de raza negra en el sur a cambio".

Se puede afirmar que las bases del ascenso y desarrollo económico quedaron fijadas por el primer secretario del Tesoro que tuvo Estados Unidos con la administración del presidente George Washington, Alexander Hamilton. Los pilares fundamentales quedaron fijados en tres informes:

1/ Primer Informe sobre el Crédito Público (First Report on the Public Credit), de 14 de enero de 1790;

2/ Segundo Informe sobre el Crédito Público, también llamado “Informe sobre el Crédito Público”, de 13 de diciembre de 1790; y,

3/ El más determinante, “Informe sobre las Manufacturas” (Alexander Hamilton's Final Version of the Report on the Subject of Manufactures), del 5 de diciembre de 1791.

Resulta especialmente relevante el tercero y último de los Informes son la base de la Escuela Americana de Economía. De acuerdo con el texto, Hamilton razona que para asegurar la independencia de Estados Unidos, se ha de crear una política que desprenda solidez para alentar el crecimiento industrial y, de este modo, asegurar el futuro como característica permanente, y debe subrayarse especialmente el adjetivo “permanente”, del sistema económico de la federación de Estados.

Para lograr sus objetivos, de acuerdo con Hamilton, se debía establecer un sistema que combinase recompensas o subvenciones a la industria, una regulación del comercio con protección arancelaria moderada que no detuviese las importaciones, más bien que aumentase los ingresos, y con ello trasladarlos hacia el apoyo de la fabricación de la industria estadounidense (además de que así se desata una carrera por mejorar y superar al competidor). El resultado ha de ser: crecimiento de la industria, oportunidades de empleo diversificadas y estables, y el impulso de la demografía de la federación, pues el propósito era también asegurar sueldos altos en comparación con los de Europa, que generarían más consumo, más estabilidad laboral, un aumento demográfico y la atracción de jóvenes de Europa que apuntalasen la demografía y las capacidades de Estados Unidos. No descuidaba la aplicación del progreso científico y técnico para todos los sectores, incluyendo el sector agropecuario, pues recuerden también que no hay revolución industrial sin revolución verde. En su informe también defiende el recompensar a todo el aporte “mejoras y secretos de valor extraordinario”: es decir, inteligencia industrial. Aconsejo leer este interesante The Aftermath of Hamilton's "Report on Manufactures", de Douglas A. Irwin.

A Alexander Hamilton se le sumaron en su apuesta estratégica Henry Clay, Henry y Matthew Cary, John Calhoun y Abraham Lincoln. Por ejemplo, las ideas principales del Informe sobre las Manufacturas de Hamilton pasaron a añadirse con posterioridad al programa del "American System" por parte del senador por Kentucky Henry Clay y su Partido Whig, además de ser una de las piezas básicas del programa de Abraham Lincoln junto su oposición a la institución y expansión de la esclavitud.

La visión de la formulación de políticas económicas de Hamilton y los que la siguieron fue vista como ingenua, e incluso de locos o tontos, por la mayoría de los economistas académicos estadounidenses, educados en las doctrinas del laissez faire entonces de moda en Reino Unido, que eran la voz de los intereses de la oligarquía terrateniente del sur y de sus intereses, ligados a los del comercio internacional y al reparto internacional del trabajo de la época, de ahí que por sus intereses como oligarquía terrateniente viéramos a Estados Unidos y al Imperio británico apoyando a Francia en su intento de aplastar la rebelión de Santo Domingo en 1802 a la que antes he hecho referencia, y de ahí las medidas adoptadas por Jefferson y los jeffersonianos. Precisamente, las facciones jeffersoniana y jacksoniana se opusieron con todas sus fuerzas a la aplicación de tales ideas… aunque la postura jeffersoniana favoreció originalmente una economía "agraria" y sus intereses, sí que cambió con el tiempo para abarcar muchas de las ideas originales de Hamilton, por la necesidad de fortalecer al conjunto y una forma de evitar la ruptura de los Estados del norte a medida que iban avanzando en sus posiciones respecto a los del sur. También es cierto que la administración de Madison ayudó a dar lugar al primer arancel verdaderamente proteccionista de la historia de Estados Unidos.

Tal y como ya hemos mencionado, Hamilton establece este principio porque la capacidad manufacturera de Estados Unidos no puede competir con la superior calidad británica. De acuerdo con las teorías imperantes, por cierto, tanto en el momento de Hamilton que fue contracorriente tal y como ya se ha señalado más arriba, y también ahora (por cierto, reflexionemos al respecto con calma), que se basaban en Adam Smith y en David Ricardo los norteamericanos tenían que especializarse en las áreas en las que destacaban respecto a los británicos, que era el sector primario. Con lo que la política económica de Estados Unidos debía dirigirse en convertir la agricultura de Estados Unidos en la producción de cultivos comerciales en un contexto mercantilista: arroz, tabaco, azúcar, trigo y, ante todo, el algodón maximizando la producción de estos productos e intercambiándolos por los artículos manufacturados británicos que eran más baratos y superiores, a pesar del flete del transporte.

De acuerdo con Ricardo, tanto entonces como ahora, si se asume una distribución estática de ventajas comparativas, con cada país volviéndose un especialista en su respectiva ventaja comparativa, la producción global se maximiza y a través del efecto regulador del comercio, en este caso concreto, tanto británicos como norteamericanos estarán mejor, cuando la realidad es que así los norteamericanos siguen un modelo de subdesarrollo subvencionado y cooptado por los intereses de los británicos y sus manufacturas, conquistando un mercado en un sentido productor y en un sentido consumidor, de tal manera que sólo los oligarcas terratenientes esclavistas son los verdaderos ganadores.

Esta situación generó en Estados Unidos un choque debido al establishment de los diferentes estados de la Unión, que vino del punto de partida de dos modelos agrarios que se diferenciaron enseguida. En el Sur se siguió a los académicos estadounidenses, seguidores de las doctrinas británicas porque eran productores de materias primas y les interesaba el libre comercio, la esclavitud, y el apoyo a Andrew Jackson y su Partido Demócrata. Sin embargo, en el noreste la configuración de la propiedad agraria llevó a aplicar las medidas de Hamilton. Los diferentes puntos de vista sobre el libre comercio, la esclavitud, los derechos estatales y el funcionamiento de la federación versus la confederación, generaron un conflicto Norte-Sur que se saldó en Guerra Civil.

Hamilton estaba rotundamente convencido de que era importante que Estados Unidos desarrollara su propia base de fabricación porque, tal y como explicó en su informe del Congreso de 1791 ya mencionado, defendía que era probable que el crecimiento de la productividad fuera mucho mayor en la industria manufacturera que en la agricultura o la extracción de minerales, que se debían integrar las tres en un solo sistema. Estos posicionamientos lo sitúan en la antítesis de David Ricardo porque Hamilton creía que la ventaja comparativa no era estática y que podía verse obligada a cambiar de manera que beneficiara a los países menos productivos, caso de Estados Unidos respecto al Imperio británico. Es más, pensó que la manufactura podría emplear a una mayor variedad de personas, en mayor número y que no estaba sujeta a fluctuaciones estacionales o fluctuaciones en el acceso a los minerales.

Un elemento clave es la mezcla de la protección de la industria de la competencia, pero tal y como dice Hamilton, tiene que haber un estímulo para la innovación nacional y en el fondo es la competencia que conduce a grandes avances en la productividad y la organización de la gestión.

Como vemos, la base de la aplicación de cualquier planteamiento ideológico es transformarlo en hechos tangibles y materiales, una transformación industrial, productiva, social, laboral y salarial que genere las condiciones por las que los obstáculos se remueven y cristalizan las aspiraciones ideológicas.

El comercio desde la metrópolis británica fue durante una parte del XIX en una proporción del 25% de importaciones y exportaciones para Estados Unidos, y otro 25% para el resto de los países de la Europa continental, de acuerdo con Barratt Brown (1963). ¿Cómo se construyó esta base de acuerdo? Tras cerrar definitivamente la transición hegemónica desde las Provincias Bajas Unidas hacia el Imperio británico, con la última competición desarrollada entre Francia y el Imperio británico, este último salió como el agente forjador de hegemonía más poderoso del mundo en el aspecto militar y económicamente, para lo que llevó a cabo una agenda profundamente conservadora y restauracionista.

En 1815 la Paz de Viena trajo cien años de paz, hasta 1914, entre los contendientes clave de Europa, circunscribiendo los conflictos a hechos muy puntuales. Podemos afirmar que empezó la llamada Pax Britannica a cambio de trasladar las guerras a la periferia colonial.

Tras ello, empezaban con la Paz de Viena de 1815 algo no visto hasta el momento en mucho tiempo: 100 años de paz para Europa.

Siguiendo a Polanyi en el capítulo 1 de “La Gran Transformación”, podemos fijarnos en que uno de los factores claves para esa paz en el siglo XIX se basó en el equilibro de poder consistente en que por los menos 3 o más entes políticos con hegemonías regionales y un hegemón destacado, el Imperio británico, acompañado de prácticamente un par, el Imperio francés, crearán una pauta de comportamiento por la que se aumentará el poder de la combinación de los débiles siempre y cuando una parte más fuerte aumente de poder. Este equilibrio de poder dista del que propuso la anterior hegemonía, la neerlandesa, en que mientras que con esta no existe un ente político capaz de enfrentar a los otros y situarse en el centro indiscutible en todos los factores de poder imaginables, con el Imperio británico sí que sucede al copar este el centro.

Para lograr sus objetivos en cuanto acaparó los recursos necesarios el Imperio británico se encargó de compensar a los poderes absolutistas o contrarrevolucionarios a través de la Santa Alianza, que asegurase que los cambios de poder en Europa sólo se harían tras la aprobación de las grandes potencias. El equilibrio de las grandes potencias continentales lo equilibró Reino Unido asegurándose la inclusión de Francia, aunque con “dogales”, alineada con potencias de segundo rango cuya soberanía residía en el Concierto; la segunda parte del equilibrio de poder vino por la formulación de la Santa Alianza de volver al escenario de Europa en el tablero mundial mediante las colonias, para lo que Reino Unido introdujo el principio de no intervención para toda la América Latina y contando con Estados Unidos para que se apoyase esta proposición de manera tal que se afirmaba un pacto entre el Imperio británico y los latifundistas y esclavistas blancos, inspirando de esta manera a los norteamericanos el principio de la llamada Doctrina Monroe que contaba con el acompañamiento de la Doctrina del Destino Manifiesto, cuya relación entre ambas doctrinas se puede trazar por McDougall (1998, 74); y, afirma Weinberg (2012, 109) que “el expansionismo de la década de 1840 surgió como un esfuerzo defensivo para prevenir la invasión de Europa en América del Norte".

La idea era que, ante un poder fragmentado en Europa continental y en equilibrio, el predominio de Reino Unido y de sus estructuras eran la clave para sostener en el mundo la paz. Para reforzar ese mensaje devolvió parte de las Indias Orientales y Occidentales a Países Bajos y Francia, además de convertir en interés general el comercio a través de los mares, la cartografía y la exploración de todos los océanos, siguiendo en síntesis los capítulos 3 y 6 de Kennedy (2017), que resultan muy clarificadores al respecto.

Todo ello supuso un abaratamiento de costes domésticos para Reino Unido y generó los medios de pago para que otros países accediesen a las manufacturas británicas, generando la mencionada cooperación entre Estados de Ricardo, que no hace más que anclar a Reino Unido como el gran ganador industrial, y reduciendo la necesidad de los costes de protección. Londres se convirtió, en sustitución de Ámsterdam, en el centro de intercambio e intermediación, esta vez global, cuyo resultado era una fuerte división del trabajo dirigida desde Londres y a escala global. A ello sumaba un hecho que lo diferenciaba y le daba un poder mayor a Londres y al Reino Unido sobre Ámsterdam y las Provincias Bajas Unidas, y es que, a diferencia de este, Londres y el Reino Unido se configuran en un centro de intercambio, intermediación y cuentan con una capacidad industrial, clave para arrostrar el desafío napoleónico, y que de hecho resultó ser ese conflicto clave en lanzarlo como gran centro industrial.

Siguiendo a McNeill (2007, 234-236), es la capacidad industrial tan sobresaliente de Reino Unido ante las Guerras Napoleónicas lo que, sumado a otros factores, favorece su victoria, pero que resulta ser excesiva en la época de paz, creando una depresión que abarcará hasta 1820. No obstante, son estas mismas circunstancias las que permitirán encontrar un destino para esos medios y conocimientos acumulados, permitiendo darles rienda suelta a través de infraestructuras básicas como el ferrocarril y los barcos de hierro a vapor creando infraestructuras capaces de unir al mundo, a lo que se sumaría el telégrafo, el teléfono, etcétera. Recordemos que la inmediatez en las comunicaciones de información arranca precisamente con la globalización británica, donde las cotizaciones de bolsa, la información sensible de diferente tipo viaja de una punta a otra del mundo en instantes; además, el ferrocarril y los nuevos medios de navegación son más seguros, más baratos y eficientes. Desde entonces, no hemos hecho más que sobreabundar en las mismas ideas. De ahí que si seguimos a Hobsbawm en “La Era del Capital: 1828-1875”, entre mediados de 1840 y mediados de 1870 pasamos de un único país con una red de ferrocarril de las capacidades de la británica a su extensión por varios puntos del globo que hacen que el volumen de mercancías que se mueven a través del mar entre los países de Europa se multiplica como mínimo por cuatro, y el valor de los intercambios entre Reino Unido y el Imperio otomano, América Latina, India y Asia del sur se multiplica por seis. Será precisamente estas circunstancias las que romperán el equilibrio al generar cuotas nuevas que permiten cambiar el juego hegemónico al ganar puntos mientras se restan a Reino Unido en regiones, sectores clave, etcétera, aunque durante un tiempo, las estructuras organizadas por el Imperio británico nadie las desaprovechó y fueron claves.

De modo que teníamos una creciente oposición entre los estados del sur y los del norte, con una serie de pasos dados hacia la formación y confluencia real de la nación americana, y con el afán de escapar de lo que podríamos llamar "trampa británica" que se centraba en un pacto con los grandes terratenientes esclavistas, y que no dejaba de permitir, sobre esta base, dominar y evitar el progreso y desarrollo sobre la base de la industria, de Estados Unidos.

Resulta interesante observar cómo en los últimos años antes de la Guerra Civil, la orientación política de los estados del Sur y su establishment, otrora extendido en cuanto a sus intereses a todo Estados Unidos, estaba marcado por un carácter de clara ofensiva: a través de los tribunales (la decisión Dred Scott de 1857 ) y en el Congreso (la Ley Kansas-Nebraska de 1854), su objetivo principal era autorizar la expansión de la esclavitud en más territorios y estados. En lugar de limitarse a proteger la esclavitud dentro de sus fronteras, los estados del sur querían controlar la política federal para imponer su visión en una mayor parte de la nación, incluso, potencialmente, hasta el punto de anular las prohibiciones contra la esclavitud en los estados libres.

El giro definitivo de los terratenientes del sur que miraban con desconfianza a los estados del norte se puede precisar con la figura de John C. Calhoun (1782-1850), estadista y teórico político estadounidense de Carolina del Sur que se desempeñó como Secretario de la Guerra (hoy de Defensa) en 1817, fue uno de los llamados War Hawks que impulsaron la guerra entre Estados Unidos y Reino Unido de 1812, y que fue el séptimo vicepresidente de Estados Unidos de 1825 a 1832 con Andrew Jackson como presidente, mientras defendía firmemente la esclavitud y protegía los intereses del sur terrateniente blanco, entre otros cargos. Calhoun dio inicio a su carrera política como nacionalista, modernizador y partidario de un gobierno nacional fuerte y aranceles protectores, pero hacia finales de la década de 1820, sus puntos de vista cambiaron radicalmente y se convirtió en un destacado defensor de los derechos de los estados, el gobierno limitado, la anulación y la oposición a los aranceles elevados, ya que percibía una evolución de los puntos de vista de Hamilton y de las ideas del norte respecto a la cuestión de la esclavitud que le preocupaba, e hizo de la aceptación del Norte de esas políticas una condición sine qua non para que el Sur permaneciera en la Unión. Calhoun apoyó vigorosamente el derecho de Carolina del Sur a anular la legislación arancelaria federal que creía que favorecía injustamente al Norte, lo que lo puso en conflicto con unionistas como Jackson.

John C. Calhoun fotografiado en 1849 por Mathew Brady.

En 1832 Calhoun, con solo unos pocos meses restantes en su segundo mandato, renunció como vicepresidente y entró en el Senado. Buscó la nominación del Partido Demócrata para la presidencia en 1844, pero perdió ante James K. Polk, que ganaría las elecciones. Calhoun se desempeñó como Secretario de Estado bajo el presidente John Tyler de 1844 a 1845, y en ese papel apoyó la anexión de Texas como un medio para extender el poder de los propietarios de esclavos en las décadas de 1840 y 1850, y ayudó a resolver la disputa fronteriza de Oregón con Reino Unido, ahora para favorecer el statu quo. A menudo se desempeñó como un independiente virtual que se alineaba de diversas formas, según fuera necesario, con demócratas y whigs para impulsar la agenda del establishment de los estados sureños y sus intereses.

El concepto de republicanismo de Calhoun enfatizó la aprobación de la esclavitud y los derechos de los estados minoritarios como los encarna particularmente el Sur. Para proteger los derechos de las minorías contra el gobierno de la mayoría, pidió una mayoría concurrente por la cual la minoría podía bloquear algunas propuestas que sentía vulneradas en sus libertades. Con ese fin, Calhoun apoyó los derechos de los estados y la anulación a través de la cual los estados podrían declarar nulas y sin efecto las leyes federales que consideraban inconstitucionales, pero todo ello con la finalidad de fortalecer los intereses de los terratenientes dueños de esclavos dedicados por entonces al algodón.

De acuerdo con Cheek Jr. (2004, 8) dentro del republicanismo estadounidense se pueden distinguir dos ramas principales: la tradición puritana, cuya sede estaría en Nueva Inglaterra, y que los confederados tratarían de dañar en su base económica durante el conflicto como forma de debilitar su poder, y la tradición agraria o del Atlántico Sur, que Cheek argumenta fue adoptada por Calhoun. Mientras que la tradición de Nueva Inglaterra hizo hincapié en una aplicación políticamente centralizada de las normas morales y religiosas para asegurar la virtud cívica, la tradición del Atlántico Sur se basó en un orden moral y religioso descentralizado basado en la idea de la subsidiariedad (o localismo). Cheek sostiene que las "Resoluciones de Kentucky y Virginia" (1798), escritas por Jefferson y Madison, fueron la piedra angular del republicanismo de Calhoun. Calhoun enfatizó la primacía de la subsidiariedad, sosteniendo que el gobierno popular se expresa mejor en comunidades locales que son casi autónomas mientras sirven como unidades de una sociedad más grande. Claro que de esta forma se protegían los intereses de los terratenientes dueños de esclavos y se evitaba la abolición de la esclavitud, la transformación social, económica y política de Estados Unidos al impedir a los norteños desarrollar sus principios políticos, económicos, sociales y morales.

Las creencias y advertencias de Calhoun influyeron mucho en la secesión del Sur de la Unión en 1860–1861.

Adicionalmente, los confederados, bajo la dirección del presidente Jefferson Davis, estaban convencidos de que contaban con un as en la manga con el algodón, y definieron a tal estrategia para alcanzar sus objetivos como "King Cotton", que se basaba en la idea de que la dependencia británica del algodón para su gran industria textil conduciría al reconocimiento diplomático y la mediación o bien la intervención militar... incluso los confederados pretendían que sobre este argumento no había necesidad de temer una guerra con los estados del norte.

La teoría del "King Cotton" sostenía que el control sobre las exportaciones de algodón haría que una Confederación independiente propuesta fuera económicamente próspera, arruinaría la industria textil de Nueva Inglaterra en el norte y, lo más importante, obligaría al Reino Unido y quizás a Francia al apoyo militar de la Confederación porque sus economías industriales dependían del algodón del Sur. El lema, ampliamente aceptado en todo el sur, ayudó a movilizar el apoyo a la secesión: en febrero de 1861, los siete estados cuyas economías se basaban en plantaciones de algodón se habían separado y formado la Confederación. Mientras tanto, los otros ocho estados esclavistas, con poca o ninguna producción de algodón, permanecieron en la Unión.

La guerra anglo-francesa que se desarrolló a principios de la década de 1790 restringió el acceso a la Europa continental, cosa que hizo que Estados Unidos se convirtiera en un consumidor importante, y durante un tiempo incluso el más grande, de las manufacturas de algodón británico. De hecho, en 1791, la producción de algodón de Estados Unidos era pequeña, con solo 900 mil kilogramos. Varios factores contribuyeron al crecimiento de la industria del algodón en Estados Unidos:

1/ La creciente demanda británica;

2/ Las innovaciones en hilado, tejido y vapor;

3/ Un sistema que implicaba el acceso a tierra barata; y,

4/ La fuerza de trabajo esclava.

La moderna desmotadora de algodón de Eli Whitney, inventada en 1793, fue el gran factor que hizo crecer enormemente la industria algodonera estadounidense, que anteriormente estaba limitada por la velocidad de eliminación manual de semillas de la fibra, y ayudó al algodón a superar al tabaco como principal cultivo comercial del Sur, de tal manera que para 1801 la producción anual de algodón ya había alcanzado más de 22 millones de kilogramos, y para principios de la década de 1830 Estados Unidos producía la mayor parte del algodón del mundo. El algodón también superó el valor de todas las demás exportaciones estadounidenses combinadas, reforzando los lazos e intereses de los que he venido hablando. La necesidad de tierras fértiles propicias para su cultivo llevó a la expansión de la esclavitud en los Estados Unidos y a una fiebre por la tierra a principios del siglo XIX conocida como Fiebre de Alabama, ya que particularmente los estados del Sur cuentan con veranos largos y calurosos y suelos ricos en los valles de los ríos.

El cultivo de algodón con esclavos trajo enormes ganancias a los propietarios de grandes plantaciones, lo que los convirtió en algunos de los hombres más ricos de Estados Unidos antes de la Guerra Civil. En los estados que no poseen esclavos, las granjas rara vez crecían más de lo que podía cultivar una familia debido a la escasez de trabajadores agrícolas. En los estados esclavistas, los propietarios de granjas podían comprar muchos esclavos y así cultivar grandes extensiones de tierra. En la década de 1850, los esclavos constituían el 50% de la población de los principales estados algodoneros: Georgia, Alabama, Mississippi y Louisiana. Los esclavos eran el activo más importante en el cultivo del algodón y su venta traía ganancias a los propietarios de esclavos fuera de las áreas de cultivo del algodón.

De ahí que el senador James Henry Hammond de Carolina del Sur enunciase en 1858 los pilares del "King Cotton" como base, al estar asociado el algodón a los intereses de Europa, encabezados por Reino Unido y Francia, de tal forma que podrían llevar adelante su programa para expandir y controlar la Unión, o en caso de no ser posible, establecer con éxito la Confederación y vencer en una guerra civil... pero esto no fue así.

Vistos tales acontecimientos, antes de que estallase la Guerra Civil, las empresas de Lancashire emitieron encuestas para encontrar nuevos países productores de algodón si la Guerra Civil ocurriera y reducir las exportaciones estadounidenses. Se consideró que la India era el país capaz de cultivar las cantidades necesarias. De hecho, ayudó a llenar el vacío durante la guerra, representando solo el 31% de las importaciones británicas de algodón en 1861, pero el 90% en 1862 y el 67% en 1864, siendo no obstante Egipto la pieza que jugó un papel fundamental en suplir de algodón a Reino Unido y Francia. De hecho, tras la Guerra Civil estadounidense en 1865, los comerciantes británicos y franceses abandonaron el algodón egipcio y volvieron a las exportaciones estadounidenses baratas, cosa que supuso para Egipto una espiral de déficit que llevó al país a declararse en bancarrota en 1876, un factor clave detrás de la ocupación de Egipto por parte del Imperio Británico en 1882.

Aunque se pensó que la Guerra Civil provocó la Hambruna del Algodón de Lancashire, el período de depresión entre 1861 y 1865 en la industria algodonera británica, como consecuencia del bloqueo del algodón estadounidense, hay que considerar también la posibilidad de otros factores como son la sobreproducción y la inflación de precios causada por la expectativa de escasez futura.

En definitiva, para 1860, las plantaciones del sur de Estados Unidos suministraron el 75% del algodón del mundo, con envíos desde Houston, Nueva Orleans, Charleston, Mobile, Savannah y otros puertos.

La Confederación no preparó una ofensiva diplomática que determinase si sus apreciaciones respecto a la estrategia política de "King Cotton" sería efectiva o no. Con este ambiente y, dada la acción propagandista y varios elementos de distinto orden en los que ahora no es el propósito entrar, los envíos de algodón a Europa terminaron en la primavera de 1861. La acción diplomática de los confederados hacia los líderes británicos se centró en el hecho de que el bloqueo naval de Estados Unidos era un bloqueo de papel ilegal, siendo que en términos generales Davis dejó la política exterior a otros en el gobierno y, en lugar de desarrollar un esfuerzo diplomático agresivo, tendió a esperar que los eventos lograran objetivos diplomáticos, pues él mismo también estaba convencido de que el algodón aseguraría el reconocimiento y la legitimidad de las potencias europeas a la Confederación. Los hombres que Davis seleccionó como secretarios de Estado y emisarios en Europa fueron elegidos por razones políticas y personales, no por su potencial diplomático. El resultado fue una política por parte de Davis obstinada y coercitiva, de tal manera que para los británicos y su establishment tampoco era la idónea para sus intereses, por tal motivo el secretario de Guerra, Judah Benjamin, y el secretario del Tesoro, Christopher Memminger, advirtieron que el algodón debería exportarse de inmediato para acumular créditos externos... y de paso mostrar un perfil que permitiera granjear una línea más favorable a sus intereses en las cancillerías internacionales relevantes.

El resultado es que, con ciertos matices interesantes, el Reino Unido permaneció oficialmente neutral durante la Guerra Civil estadounidense (1861-1865), pero sí que es cierto que reconoció legalmente el estatus beligerante de los Estados Confederados de América aunque se abstuvo de reconocerlos como nación y no firmó un tratado con ellos ni intercambió embajadores.

En términos aproximados, algo más del 90 por ciento del comercio confederado con Reino Unido terminó, causando una grave escasez de algodón en 1862, cosa que implicó que ciertos elementos del establishment británico enviasen municiones, entre otras cosas, a los puertos confederados a cambio de algodón y tabaco. La reducción masiva del algodón estadounidense disponible provocó, junto a otros aspectos que ya he señalado la llamada hambruna del algodón de Lancashire, repercutiendo en un alto desempleo, a pesar de lo cual algunos trabajadores algodoneros de Manchester se negaron por principio a procesar cualquier algodón de Estados Unidos, lo que provocó el elogio directo del presidente Lincoln. Por su parte, se desarrolló un debate en Reino Unido alrededor de la oferta de mediar en los primeros 18 meses, cosa que la Confederación pretendió, como hemos visto y desde luego esperaba, pero Estados Unidos rechazó enérgicamente.

En términos generales, ciertos miembros de la élite británica tendían a apoyar a la Confederación, y como hemos visto, ciertas clases obreras, entre otros grupos, apoyaron por diferentes motivos a la Unión: la aristocracia y la nobleza, que se identificaba con los terratenientes de las plantaciones, y el clero anglicano y algunos profesionales que admiraban la tradición, la jerarquía y el paternalismo se posicionaban con la Confederación, mientras que la Unión contaba con las simpatías de las clases medias, los inconformistas religiosos, los intelectuales, los reformadores y la mayoría de los trabajadores de las fábricas, que veían la esclavitud y el trabajo forzoso como una amenaza para el estatus del trabajador.

El canciller de Hacienda William E. Gladstone, cuya fortuna familiar se construyó sobre la esclavitud en las Indias Occidentales antes de 1833, apoyó a la Confederación, sin embargo el Ministro de Relaciones Exteriores Lord Russell abogaba por la neutralidad británica. El primer ministro Lord Palmerston vaciló entre el apoyo a la independencia nacional, su oposición a la esclavitud y las fuertes ventajas económicas de que el Reino Unido se mantuviera neutral.

Ya antes del inicio de la Guerra Civil, Lord Palmerston siguió una política de neutralidad. Sus preocupaciones internacionales se centraban en Europa, donde las ambiciones de Napoleón III en Europa ascendían y apuntaban hacia diferentes lugares que el Imperio británico consideraba con inquietud, mientras que por otro lado ascendía Otto von Bismarck en Prusia y hacía lo propio definiendo un espacio exclusivo que se superponía al francés y a sus ambiciones, señalándose escenarios que requerían la atención británica en Italia, Polonia, Rusia, Dinamarca, pero también en la estratégica China.

Sobre estas bases, las reacciones británicas a los eventos estadounidenses fueron moldeadas por políticas británicas pasadas y sus propios intereses nacionales, desde un punto de vista estratégico y económico. En el hemisferio occidental, a medida que mejoraban las relaciones con Estados Unidos, el Reino Unido se había vuelto cauteloso a la hora de enfrentarse a los problemas de América Central. Como potencia naval, Reino Unido tenía un largo historial de insistir en que las naciones neutrales cumplieran con sus bloqueos, una perspectiva que llevó desde los primeros días de la guerra al apoyo de facto al bloqueo de la Unión y la frustración en el Sur.

Por su parte, el comercio se siguió desarrollando sobre la base establecida, por la que Estados Unidos envió grano a Reino Unido y el Reino Unido enviaba sus artículos manufacturados y municiones a Estados Unidos.

La estrategia confederada para asegurar la independencia se truncó sobre la base de las exportaciones de grano, por un lado, además de la compra de manufacturas y sobre la base de que Estados Unidos amenazó con una guerra (recordemos que Canadá es fronteriza por el norte con Estados Unidos).

Por otro lado, Francia se hallaba en plena intervención en México, de modo que los recursos franceses se enfocaban en asegurar sus intereses en la frontera sur de los confederados. Para principios de 1863, la intervención ya no se consideraba seriamente, ya que el Reino Unido dirigió su atención a otros lugares, especialmente hacia Rusia y Grecia.

Un problema a largo plazo fue la venta de buques de guerra a la Confederación. Un astillero británico (John Laird and Sons) construyó dos buques de guerra para la Confederación, incluido el CSS Alabama, a pesar de las protestas de Estados Unidos, dando pie a las llamadas Reclamaciones de Alabama, que se resolvieron pacíficamente tras la Guerra Civil cuando un tribunal internacional concedió a Estados Unidos 15,5 millones de dólares en arbitraje por daños causados ​​por los buques de guerra.

Al final, la participación británica no afectó significativamente el resultado de la guerra, y en ello hay que señalar además de los motivos señalados, la misión diplomática estadounidense, encabezada por Charles Francis Adams Sr.

La Proclamación de Emancipación de Lincoln, anunciada en forma preliminar en septiembre de 1862, convirtió el fin de la esclavitud en un objetivo de la guerra y provocó que la intervención europea del lado de la Confederación fuera impopular. Sin embargo, algunos líderes británicos esperaban que provocara una guerra racial a gran escala que podría necesitar la intervención extranjera. Los líderes partidarios de la Confederación en Reino Unido hablaron de mediación, que entendieron como la independencia de la Confederación y la continuación de la esclavitud, lo cual no dejaba de ser estratégico para el Reino Unido y su establishment, pues unirían al hipotético naciente estado confederado del Sur a sus intereses aún más, con una deuda de guerra y con una economía totalmente controlada por el Reino Unido, alejada del norte y de las políticas industriales y de desarrollo de Hamilton y sus continuadores, además de debilitar a un peligroso rival por el control del nodo comercial de América del Norte mientras dominaban los británicos el resto de nodos comerciales globales, y frustraban el ascenso del gran competidor.

De hecho, tal y como se recoge por parte de May y Hong en Rosecrance y Guoliang (2009, 13), los británicos fueron disuadidos de intervenir en favor de sus intereses en la Guerra Civil en parte por la opinión pública pro estadounidense.

Al respecto, en 1840 List avisa de lo siguiente:

Las mismas causas que han llevado a Gran Bretaña a su elevado estado actual llevarán, probablemente en el transcurso del siglo próximo, a la compacta América a un grado de riqueza, de poder y desenvolvimiento industrial que sobrepasará al que hoy se halla en Inglaterra, en la misma proporción en que ésta aventaja actualmente a la pequeña Holanda. Por el curso normal de las cosas, Norteamérica en ese plazo aumentará su población en cientos de millones y (...) explotará un continente que aventaja infinitamente al europeo en extensión y riquezas naturales; la potencia marítima del mundo occidental aventajará a la de Gran Bretaña tanto como sus costas y sus ríos sobrepasan a los de Inglaterra en extensión y caudal. Así, en un futuro próximo, tal como la necesidad natural impone a los franceses y alemanes la formación de una alianza continental frente a la supremacía británica, impondrá también a los ingleses la fundación de una coalición europea frente a la supremacía norteamericana. Entonces Gran Bretaña tendrá que buscar y encontrará en la hegemonía de las potencias europeas unidas protección, seguridad y prestigio contra el predominio de América y una compensación por la supremacía perdida”. List (1997; 337).

La geopolítica alemana, cuya piedra angular es Karl Haushofer, que desarrolló el concepto de “Geopolitik” a partir de fuentes muy variadas, incluidos los escritos de Oswald Spengler, Alexander Humboldt, Karl Ritter, el mencionado por Weigert, Friedrich Ratzel, además de Rudolf Kjellén y Halford J. Mackinder, y que puso al servicio de una concepción del poder que enlazó con las aspiraciones del Partido Nacionalsocialista Alemán a través del alumno de Haushofer, Rudolf Hess en el siglo XX, y que podemos ver que continuaba con esta visión del economista político alemán del siglo XIX, a través de Weigert que reflexiona sobre Ratzel, cuando afirma Weigert:

"Ratzel cree que los Estados Unidos también deberían ser capaces de evitar la acción de la ley aparente que predice la ruina inevitable de los grandes imperios (agrarios). Los medios revolucionarios de comunicación y transporte han cambiado definitivamente el papel de las grandes potencias continentales en la política internacional. (...) Parece natural que la ley de los espacios crecientes llevara a Ratzel a examinar el futuro de los dos mayores imperios continentales, Estados Unidos y Rusia (...). Cree que sus destinos no pueden compararse con los imperios que decayeron en el pasado, a causa del papel vital que los nuevos medios de comunicación y transporte desempeñarán en la vida de grandes imperios arraigados en grandes masas de tierra continentales. (...). El ferrocarril y la carretera, el telégrafo y el teléfono, se convirtieron, para el pensamiento geográfico-político de las últimas décadas del siglo XIX, en los instrumentos con que podía levantarse un sistema estatal orgánico de máximas dimensiones continentales. Sin el desarrollo de un cuerpo político orgánico, unido, dentro de los límites de los grandes espacios, los imperios basados en ellos no pueden fundarse ni asegurarse. Tales convicciones prepararon el camino para la firme convicción de todos los partidarios de la escuela de Ratzel de que los futuros imperios serían imperios continentales que reemplazan a las viejas potencias europeas.
(...) Estados Unidos y Rusia representan un poder continental tan superior sobre los pequeños espacios de los estados europeos que Ratzel no puede dejar de preocuparse acerca de la ruina de los sistemas políticos occidentales. Incluso pregunta si tal proceso no debe llevar a una Europa unida, a un sistema europeo de poder frente a los poderes de Rusia y Estados Unidos. (...) Nunca antes las poblaciones de continentes enteros han sido llevadas a adoptar un espíritu político unido y a ocupar su puesto como poderes realmente continentales. Ha comenzado una nueva fase de la historia continental que llevará, tal vez, al propósito final, espacial, de toda la historia, a que la humanidad abarque el mundo. (...) La nuestra es la era de la historia continental, cuyo curso lo determinarán las grandes potencias que dominen los grandes espacios”. En Weigert (1943; 115-118).

Así, durante las últimas tres décadas del siglo XIX, Estados Unidos había resurgido de las cenizas de su guerra civil para convertirse en un coloso económico. Recordemos que para 1850, las poblaciones de Reino Unido y Estados Unidos eran aproximadamente iguales, mientras que al alcanzar el año 1900, había el doble de estadounidenses que de británicos. La economía estadounidense superó a la del Reino Unido en 1870 y creció al doble de su tamaño en 1914. En 1880, el Reino Unido representaba el 23 por ciento de la producción manufacturera mundial. Para 1914, su participación de mercado había caído al 13 por ciento mientras que la de Estados Unidos aumentó al 32 por ciento.

Cabe pues plantearse si este escenario puede repetirse en el devenir en Estados Unidos, qué papel juega la batalla de ideas y sobre los derechos, y el modelo económico. Sobre todo ello hablo en una segunda parte una vez he puesto los fundamentos en este artículo.

La bibliografía usada se puede consultar en el artículo final de esta serie.